Una sucesión de circunstancias se han confabulado para que no me fuera posible postear durante todos estos días.
Cuando ya creía que podría retomar mis placenteros deberes blogueros llegó telefónica y tuvo una incidencia en mi zona. O sea que no tenía internet. Después de trescientas llamadas al servicio técnico de Movistar, mi situación era la siguiente:
Por una oreja a los amables técnicos de Telefónica, sospecho de allende los mares, diciéndome que tenía que hacer una serie de cosas en el ordenador. Por la otra oreja, al Niño, allende la península ibérica, osea de vacaciones en la cornisa cantábrica, gritándome por el teléfono que “¡¡Ni se te ocurra tocarme la red hasta que yo llegue, te digan lo que te digan que estos no tienen ni puñetera idea!!”.
Dolega en modo ataque de nervios, a punto de irse al cibercafé a comprarle cuatro cajas de bolas de navidad al chino de turno y acordarme de todos los muertos de los técnicos de Movistar y del Niño.
Estaba ya dispuesta a irme a la puerta del sol de Madrid que tiene wi-fi gratis con mi plumas, mi bufanda y mi gorro y postear desde allí, pero esta mañana me he levantado he encendido el ordenador dispuesta a seguir con mi cabreo imperial y ¡¡¡¡¡AHHHHHHHHHHH!!!!!
Tengo internet. Soy feliz. El Niño tenía razón ¡Menos mal que no he tocado nada!
Un millón de gracias a todos aquellos que me han echado de menos. Pueden garantizar que yo los he echado de menos también, mucho, mucho.
Así que aquí estoy de nuevo a pesar de telefónica.
Ahhhh, solo decir que al Niño lo volvieron a parar la Guardia Civil y le encontraron otro cuchillo de cortar queso debajo de una alfombrilla de la parte de atrás del coche.
Estoy intentando convencerlo de que no me pida el divorcio como madre…