The Man in the Water (1962) de Robert Sheckley
Estimado Friedrich Wilhelm:
Es un hecho, creo que me he roto la rodilla, o bien me he roto algún otro miembro u órgano visceroide del cuerpo, y éste no encuentra otra cosa mejor que hacer que ponerme la china en la rodilla. Cuando me agacho me duele, cuando estiro la pata también me duele, cuando intento recordar si dejé o no cerrada la puerta del garaje tras guardar el velocípedo, entonces me hace trizas. La rodilla por delante, la rodilla por detrás. Todo lo que viene entendiéndose por articulación, más todo el perímetro de su bisagra. Está usted, pues, de suerte, ya que no podré pegarle esa soberana paliza que le tengo prometida desde hace meses, la próxima vez que nos echemos unos pinpones.
Otra cosa posible o probable es que sea el agosto, que me esté doliendo el agosto como duele la mordedura de un viejo hueso roto, mal curado, quijadizo, quejoliento, quejicoso, vitriólico e inverosímil.
Fue en buscando por los estantes bajos de mi biblioteca el segundo volumen de las memorias de Skorzeny que sentí el primer crujido rodillil, sonó algo así, ¡schreeck!, y desde ese mismo instante no he podido sino enfrentarme al lance de las horas a base de estrambóticos cojeos y maldiciones estentóreas. Desistí, por tanto y como se antoja lógico, de mi búsqueda, y fui corriendo —es un decir— a untarme una pomada en la zona damnificada y zamparme un voltarén. Llegada cierta curva descendente, usted lo sabe, la vida se convierte en una indigesta noria de antiinflamación no esteroidea.
Sin embargo, poco antes de esta penosa vicisitud, di con el volumen que le hago llegar con esta misiva. Le ruego lo lea con el más vivo interés, a ser posible, por las mañanas y a la sombra de un sauce, la de un fresno en su defecto. Soy de la opinión de que la encontrará sumamente estimulante, amén de asaz cinematográfica.
A decir verdad, soy también de la fina opinión de que el único motivo por el que esta inteligente novela popular no ha visto aún translación fílmica es por la sencilla razón de que las letras del nombre de su autor, a saber y como verá, * R-O-B-E-R-T * S-H-E-C-K-L-E-Y *, en nada coinciden con las letras que conforman el divino jackpot bestselleriano * S-T-E-P-H-E-N * K-I-N-G *.
Tengo la esperanza de que usted quiera y sepa reparar esta injusticia.
Como comprobrará, la novela es la historia de un golpe de calor. Una insolación que deriva en el mítico y tópico desdoblamiento/enfrentamiento doppelgänger, el choque entre nuestro Hyde y nuestro Jekyll, un desglose de sus alucinadas geografías. No quisiera influir en su visión de la historia y los personajes, pero a mí, mientras avanzaba en su lectura, se me principiaron a dibujar los rasgos de un Harvey Keitel hemingwaynesco, vejestorio e hiperpanzudo, como capitán James, y los de un Robert Redford azotado de solitaria como Dennison.
No obstante, nada más lejos de mi intención que condicionar su arte, todos sabemos aquí que en esto usted es el único maestro, eso y que el bueno de Hitch odia rodar en el agua...
Suyo afectísimo,
D.
Sunrise: A Song of Two Humans (1927) de Friedrich Wilhelm Murnau