SOBRE LA POESÍA CÍVICA
DIÁLOGO CON MAXIMILIANO HERNÁNDEZ MARCOS
Por Fulgencio Martínez
Querido Maximiliano:
Me han parecido muy lúcidos tu análisis y tus reflexiones en torno a Prueba de sabor. Sobre la correspondencia entre elegía y comedia en las dos partes del libro: haces ver cómo estos tonos complementarios se arraigan en dos actitudes existenciales, tanto como artísticas, que comparten la misma autoconciencia insatisfecha consigo y con el mundo.
Has escrito la mejor introducción que se pueda hacer a mi poesía (conectando los temas de este libro con los otros dos míos anteriores); y, asunto quizá de mayor importancia, has presentado, para un lector actual -y futuro-, la situación presente de la poesía, autoexigida de nuevo a mirar más allá de su ombligo.
Creo que nadie ha expuesto con más profundidad que tú el sentido de la “poesía cívica”: el luminoso comienzo de su tradición (que, como hace advertir tu magnífico análisis de las ideas de Schiller) permite una variedad de planteamientos y tonos - desde lo elegíaco a lo satírico, desde el tono crítico al constructivo -, que enlazas con el contenido de las dos partes del libro: Poesía cívica en modo de elegía, y Epílogo jocoso.
Me parece magistral tu análisis del “circulo” que supone esta poesía cívica en marcha; y sobre este punto, señalas muy bien la implicación, en mi caso -en el caso de mi poesía-, con mi propia evolución poética y personal. (Si hablo de “evolución” es siempre relativa a la “decisión” y al “objetivo” que uno se plantea; no a los logros).
Hay muchas cosas de las que dices que me han puesto a pensar. Hace unos días, después de leerme tranquilamente, en casa, por la tarde tu profundo texto, bueno, pues me despejé de madrugada y escribí unas notas rápidas en un cuaderno. Ahora te las transcribo, sin más:
“Gracias por tu texto, que me ha ayudado a ver más claro mi libro y la poesía que quiero hacer.Después de leerlo, como si estuvierámos en una tertulia (una de esas tertulias que reunían antaño a los poetas) me gustaría preguntarte, y preguntarme, dialogar, en fin, sobre dos cosas que refieres, que me piden entenderlas un poco más: 1, la poesía como pasatiempo; 2, la implicación de la poesía cívica y lo autobiográfico, en mi caso. Ambas cuestiones, aunque planteadas sobre este caso, pueden remitir a planteamientos más esenciales. También, sospecho que, al tratarlas, ha de surgir de fondo la propia cuestión de la poesía cívica, examinada tan bien por ti, y sobre la que yo me atengo al sentido de tus palabras, que comparto.
Empezamos por lo primero: En mi anterior libro “El cuerpo del día” hay una nota que yo mismo escribí para la contraportada: con ironía, lo definía como un “libro repleto de transgresiones, las páginas marchan hacia atrás, paran en la dedicatoria”. Ironía de señalar lo obvio (¿qué libro no marcha hacia atrás, conforme pasamos sus páginas? ). Pero que quería hacer un guiño a la “dedicatoria” (situada en el poema final del libro, titulado: “Dedicatoria a una horquilla del pelo”: “El ceñidor de tu pelo/ vale más que todos mis poemas” etc.
El primer poema del libro se titulaba “El valor del arte en libertad”. De este modo, se cerraba el círculo, con el planteamiento de un tema: de una forma supuestamente trascendental, en tono irónico crítico, en el primer poema; de formairónica burlesca en el último, un poema supuestamente menor, de tono galante amatorio, aunque más “serio” que el primero, por incluir la autoironía.
Esta relativización irónica de la poesía (de mi poesía y del arte en general de nuestra época) es una constante que me descubro. Verás que relativizo no tanto sobre la poiesis o el arte como actividad, como sobre las obras, los poemas. Y no tanto como una “cautela” sobre el valor trascendente de mi obra o de cualquier obra (aunque obviamente, también se trata de eso) sino como una denuncia (no directa, sino distante, displicente, autoirónica, dicha en el mismo tono banal de lo críticado) de la fetichización y mercantilización, del valor-cosa y producto de mercado, a que se ha reducido el arte.
Pero esto nos atañe a nosotros, los que escribimos o creamos. Esto concierne a la función y sentido de la poesía hoy, a partir del reconocimiento de su no-lugar y su no-función en el mundo actual. Sólo asumiendo esta situación de forma dialéctica podemos entendernos a nosotros: o somos cómplices o disidentes. O nos da igual, y nos conformamos con lo que hay; o reconociendo lo que hay, no estamos conformes. Claro que estos dilemas se plantean a quien escribe por una necesidad personal, y surgen cuando uno necesita aclararse con las cosas en cuyo trato le va mucho de sí.
Este tema metaliterario puede ser un tema vital y asunto de muchos poemas. En mi caso, como en otros poetas, lo es; pero, además, casi siempre en una proyección social que envuelve lo personal. Así, cuando hablo de la poesía como pasatiempo, evidentemente hay varias connotaciones en eso: escepticismo, confesión personal, pero también sarcamo crítico y un poco de denuncia social, o mejor, un eco de disidencia. Contra la banalidad “trascendental” de la cultura-mercancía, contra los “pasatiempos” que a todos nos prepara la sociedad: espectáculos mediáticos, literatura de consumo, ocio programado, turismo alternativo o no, vicios “secretos” también de consumo, crucigramas (recuerdo mi poema, de los últimos de “El cuerpo del día”: “El poeta hoy es un tipo corriente...”); bueno, pues, mirad, incrédulos, hijos de la publicidad, resulta que ninguno de esos pasatiempos es el mío. Mi poesía es mi pasatiempo, en lo que perdemos el tiempo yo y algunos como yo, cuando otros lo ganan (o sea, lo pierden de otra manera).
Sobre lo segundo, la implicación de poesía cívica y autobiografía: has puesto, Maximiliano, el dedo en la llaga de la cuestión, no sólo en relación a mi caso, sino de una cuestión esencial, que mucho me importa. Verás: hay dos sentidos de esta relación, uno más general, el segundo más importante para la cuestión porque afecta a la poesía cívica en sí y al tiempo en que vivimos.
En primer lugar, creo, con toda mi alma, que toda poesía es autobiográfica. Pero dicho así,hay quienes lo malintepretan y devalúan la poesía “autobiográfica”.Por tanto, lo diré de otra forma, con una precisión pedante quizá: toda poesía es una psicografía, o sea, biografía interior.
Toda poesía es autobiográfica no tanto por lo que refiera de sucesos externos de una vida concreta, sino por ser una autobiografia del alma, del yo, de nuestra vida interior en su forma cambiante unas veces, otras permanente, de ser afectada por los asuntos de la vida. “Poeta es el que desnuda con lenguaje rítmico su alma”, dijo Unamuno. (Esta raíz última personal, no sólo es propia -me atrevería a decir-de la poesía lírica, lo es también de toda obra de creación auténtica. Hoy, hemos olvidado preguntar al artista oal escritor por qué, qué intención tiene en su obra, la cual, se supone, es una obra única, que rompe la seriación de la producción objetiva y añade un golpe de intención sobre algo, que el escritor quiere plantear porque tiene algo que decir respecto a algo que le afecta.)
Pero la cuestión es, en su fondo, cómo y por qué se funde poesía cívica y autobiografía.
Hay una respuesta, para mí, clara: en el momento en que se (me) hace evidente que, en esta época, sólo es posible escribir poesía cívica.
La poesía cívica no es sólo una propuesta de poética, ni es -como en mi caso; lo cual sería anécdotico, en el fondo- la constatación de una toma de conciencia y la consecuencia de una “decisión”. Es eso pero porque hoy la poesía, entrañada en su tiempo, sólo puede entenderse y ser en esa figura de la poesía cívica.
La poesía hoy tiene la figura de una “resistencia interior”.Por un lado - si lo vemos por el aspecto de la psicología del escritor -, es un asunto difícil mantener vivo el fuego, la tensión, la fuerza interior sin la cual no es posible que se produzca el encuentro (en apariencia fortuito e inexplicable) con lo que tenemos que decir, con aquello que sólo nosotros tenemos que decir, para que de ese modo pueda (digo, pueda) darse el resultado de un poema auténtico. Siempre, en toda época y en todo poeta, lo ha sido, sobre todo a medida que el poeta envejecía (¡cuántas veces Machado se reconoció que había perdido la “chispa”, la necesidad o fuerza de escribir...! Pero, afortunadamente, fue gran poeta hasta el final de sus días, el bueno y sobre todo lúcido don Antonio). Pero, hoy, hay mucho más peligro de que se adormezca o no crezca la fuerza interior en el poeta. ¿Y por qué? ¿Qué tiene nuestra época de especial? Cada uno de nosotros podemos ejemplificar o señalar muchos tipos de peligros que rodean al poeta en esta fase de la sociedad de masas, donde todo, hasta el tiempo personal, no “productivo”, está instrumentalizado por lo económico, y quizá el peligro peor - estaríamos de acuerdo -, el peor el enemigo del poeta es él mismo: que albelga en sí un quintacolumnista al servicio del invasor externo de su tiempo y energías.
Pues resulta que ese constatar, en nuestra época, la potencia de desgaste a que está sometida la vocación, la fuerza interior o disponibilidad y necesidad emotivas del poeta, coincide con una general desposesión de sí mismo del hombre.
La resistencia interior, en el poeta y en el hombre actual, es el signo de una actitud
de protesta mínima por la falta de acceso a la autenticidad, y una actitud de vigilancia ante la falsa plenitud en que se nos adormece.
Vigilancia no siempre operativa, quién puede tenerla todo el tiempo, sería psíquicamente destructivo. Personalmente, las fluctuaciones de encendido/apagado me producen un estado interior desazonador: es como ponerse un escudo transparente contra los “mensajes” del mundo, que han construido otros intereses distintos a los míos y a los que tengo que prestar todo mi interés. Empezar por no leer la prensa.... ni ver la tele... Hacerse un escudo antimediático. ¿Es posible? No. Entonces, abrirse -a la circunstancia, sin la cual (Ortega) no soy yo; pero de forma vigilante, con este pensamiento acediano, que abrevia por estética: “Yo soy mi circunstancia”.
Ese recorte también nos afecta, maestro.
Si todo lo exterior, tanto como lo interior, está mediatizado, quedaría un foco de resistencia, de denuncia de la falsa plenitud que nos aliena, pero, cuidado, seamos realistas,
¿esto es un huero deseo programático, o dice algo que agarrar?
Aquí surge, entonces, una característica, que tú señalas, Maximiliano, en la poesía cívica, y que tiene que ver con la esperanza. ¿Por qué van solidarias poesía cívica y esperanza? Yo eso lo vi con toda verdad, y con toda la envidia mía también, en Miguel Hernández. El poeta de verdad tiene el deber de dar esperanza. La poesía no es, si hablamos en serio de poesía, lo que nosotros queremos si no lo que ella quiere en su esencia, que no es Platón, es tiempo, historia humana.
La poesía está alicorta si no da esperanza: la crítica, la ironía, la... lo... todo eso sólo tiene valor si finalmente da coraje y esperanza al hombre, de cada época, para vivir y enfrentarse a los problemas de su tiempo y a los de la propia existencia finita.
Bien, ¿y qué ocurre cuando el poeta concreto no tiene esperanza alguna? O ¿está como yo dentro del invernadero de un pensamiento negativo o ha regresado y va al escepticismo? ¿Cuando hoy no creemos que la poesía sirva para nada, y efectamente no sirve para nada? La poesía parte de la batalla perdida con su presente. Curioso que esto lo diga quien cree en la poesía cívica.
Dialécticamente, hay aquí otro círculo. Nudo gordiano. Los extremos se tocan. ¿La poesía cívica no es lo mismo, entonces, que la poesía intimista (Bécquer): si su raíz está en la resistencia interior, y si, como en algunos momentos, parece atraída por el desengaño y la negatividad hacia el presente de la situación histórica?
En el siglo XIX Bécquer podía entenderse y refugiarse en su yo íntimo, porque ese yo aún no estaba afectado por la duda de sí (“El canto más personal es un montón de sombra que te han puesto ahí otros, en tu cabeza”, dice Acedo, un siglo después de su admirado Bécquer).
Era así y de forma auténtica, “inocente” sólo si lo juzgamos desde nuestra situación. Y por no ser una huida falsa, inauténtica, podía ser buena, genial incluso, la poesía intimista de Bécquer.
Hoy, no: sería una falsedad, y de ahí solo salen malos poemas, todo ese conjunto de poemas líricos inauténticos, que se escriben a capazos.
El yo personal, íntimo, ha sido invadido desde hace tiempo por el “yo narrado”, ese yo narrado que ha adoptado el formato general del mundo narrado, preconstruido, en que nos hacen vivir los lenguajes económicos. Nuestro presente, incluso, es un presente ya narrado, descrito en sus incertidumbres: no estaba desacertado en su vaticinio Orwell. Lo peor no es, hoy, saber que estamos dominados, que otros mandan y deciden por nosotros; tampoco el saber que nos manipulan y engañan (esto era lo que se daba antes y se sigue dando ahora); lo peor es que sospechamos, ya hoy, que el Poder, aun manteniéndose como tal, ha perdido la coherencia, la visión racional de sus fines, el sentido del argumento que impone, y que se (di)vierte en fabricar múltiples y descabalantes relatos, microrrelatos cada vez a más corto plazo.
Es mentira que el futuro, que también nos dicen que está narrado ya, lo tengan en sus manos.
La poesía cívica entiendo que ha de poner su foco en ese “futuro”, que es lo abierto, lo no narrado, un futuro exento también de la visión personal del futuro por parte del escribe, pues esa visión ya viene narrada, y en mi caso tiende a ser muy escéptica.
Casi siempre escribimos con el foco en el pasado, ahora toca poner el foco en ese futuro esencial del ser humano, y traerlo como cuña para introducirlo en los huecos que asoman en el discurso preconstruido, que nos diseña el futuro desde una única y cosificada visión del presente.
Termino recordando el realismo comunicativo que es la condición asumida, en la poesía cívica, del lugar del poeta en nuestros días. El poeta ha asumido su condición de un ser humano corriente, y desde ella habla. Cuando me refería antes a la dificultad de mantener la fuerza interior, la fuente del poetizar, en un mundo de cotidinianidad cada vez más secante, partía de ese lugar.
Claro que en otras épocas el poeta se “ayudaba”, para mantener su singularidad aparte, bajo la barrera de una condición casi divina, o marginada, bohemia. Todo eso es hoy ya falso, más que los billetes de cien pesetas.
Lo difícil, y lo que hemos de asumir, es que el escritor es un tipo que escribe en medio de todas las contradicciones y problemas de cualquier ser humano de su tiempo. No hay un “bios” del poeta, como tampoco del filósofo o del religioso. Los hubo. Soltería, independencia moral, hasta una dieta específica. Todo eso, repito, es hoy falso, además de imposible. Quien se crea que así puede ser poeta, filósofo, o lo que sea, se miente y se hace una falsa composición del tiempo.
Cómo, desde dentro de la misma situación histórica alienante de cualquier hombre de su época, el poeta se plantea su función irrenunciable, esa es la tarea que tenemos que realizar, y un principio de verdad del que partir al menos.En ese principio de verdad, que no es una pose más, se cifra la posibilidad de que, de nuevo, la poesía se entienda a sí misma como comunicación. No porque el poeta, como antes, venga con un mensaje desde otra parte, para comunicarlo, y suponiendo que la comunicación era un derivado del proceso de la escritura y, además, dando por el hecho que el receptor estaba “a priori” obligado a prestarle atención. Sino porque la poesía se ha ganado el derecho a plantearse de nuevo como comunicación, como “otra forma de comunicación”, desde su misma esencia, proyectando su figura actual inmersa en el mundo y corriendo todos los peligros de la banalidad y la cosificación para rescatar algo que merezca la pena ser dicho y compartido”.