La verdad es guerrera. El que reemplaza «pueblo» por «población» se niega a propagar una mentira. “Pueblo” implica una unidad (¿de destino?) fundada en intereses comunes, mientras que “población” alude a personas con intereses diversos e incluso antagónicos.
Bertolt Brecht.
Ni el nacionalismo ni la religión ni el móvil liberarán al hombre del capitalismo, por más fe que depositemos en ellos. En un mundo de bloques gigantes, hipermercados financieros y multinacionales en el que los estados nacionales cada vez se diluyen más y representan menos, y en un momento en que su soberanía se encuentra más que nunca en entredicho, resulta difícil comprender la afición, por no decir empecinamiento, en crear nuevos estados en vez de acabar con los existentes.
Llevamos demasiados siglos apostando por la fórmula estatal y no parece que a la humanidad le haya ido demasiado bien con ella, pero quizá sea cuestión de insistir hasta que suene la flauta… ¿mejor tres que uno?… por falta de munición no será. Si ese ungüento infalible destinado a acabar con las tribulaciones humanas hubiera funcionado adecuadamente, hace tiempo que nuestros problemas estarían solucionados, pero por desgracia no solo no han disminuido, sino que tienden a agravarse.
Decía Brecht que la verdad es concreta, por eso presentar a Cataluña o al País Vasco, las dos comunidades españolas más avanzadas y prósperas, con más ventajas naturales, mayor desarrollo industrial y mejores infraestructuras, como víctimas oprimidas, expoliadas y agraviadas por el resto, constituye un disparate que bordea el ridículo y atenta contra el sentido común y la decencia. Produce bochorno ajeno que las dos regiones más ricas del país traten de independizarse capitaneadas por la derecha local y la izquierda secunde dócilmente sus planes y se suba a ese carro… ¿para ir a dónde?… ¿a cambiar de himno y de bandera?… ¿acaso piensan que en la división está la fuerza y qué como mejor se practica la solidaridad es levantando fronteras y haciendo distinciones entre los de “dentro” y los de fuera, como si se tratara de dos especies diferentes?
Que la derecha promueva la independencia se entiende perfectamente porque, enemiga de compartir, considera que ello favorece sus intereses particulares, económicos y políticos… ¿pero dónde está el beneficio para la izquierda?… ¿intenta convertir la lucha de clases en lucha de lenguas o de territorios?… Algunos parecen haber olvidado que la equidad implica que los que más tienen más han de contribuir. Un principio tan elemental como indiscutible.
Derecho a decidir significa derecho a no compartir.
Todos los nacionalismos son construcciones centralistas y artificiales cuya misión consiste en inducir sentimientos de pertenencia, simpatías y fobias para aglutinar fuerzas y fomentar la cohesión interna del grupo al margen de las diferencias de riqueza y posición de sus miembros. Corporativismo colectivo. Tribalismo elevado a la enésima potencia.
El único papel positivo que históricamente han desempeñado los nacionalismos ha sido el de servir de instrumento para frenar las agresiones y ambiciones de otros nacionalismos hasta que ellos han estado en condiciones de hacer lo mismo. Un bagaje muy pobre.
Los distintos no somos los humanos, sino las circunstancias que nos hacen adquirir el color del lugar donde aterrizamos. Si en vez de aquí, nacemos en una petromonarquía del golfo, tendremos la tez tostada, hablaremos árabe, adoraremos a Alá, no comeremos jamón, las mujeres gozarán de un estatus inferior al del varón, nos gobernará un jeque y llevaremos chilaba. El mismo material humano; distinto comportamiento, costumbres y personalidad. Aunque nos marquen decisivamente, los hechos diferenciales no dejan de ser anécdotas secundarias, o si no la gente no se mostraría dispuesta a irse a trabajar a miles de kilómetros, lejos de su casa y de su familia, ni se podría integrar con sus nuevos vecinos.
En vez de dejarnos seducir por las variables de entorno, propagandas y apariencias, podríamos dedicar nuestras energías a luchar contra los condicionamientos y doctrinas que nos separan y nos impiden erradicar los mecanismos de explotación y sumisión que padecemos, que, esos sí, son iguales en todas partes: una constante universal que se repite de punta a punta del globo. Ahí está el enemigo, no hace falta inventarse otros. Debajo de todas nuestras máscaras, se esconde la misma naturaleza.
Personalmente, no conozco nacionalismo bueno que defender o del que enorgullecerse. Ni el vasco me parece mejor que el catalán, ni el francés que el español: todos compiten por distinguirse y obtener un trozo más grande del pastel para los suyos. Y el vencedor se considera siempre superior a los demás y legitimado para imponer sus patrones. Una conducta tan antigua como el mundo. El viejo y podrido sistema de ganadores y perdedores donde no hay sitio para todos, popularmente denominado capitalismo. El charco que nunca debería pisar la izquierda. Por desgracia, nada hay tan difícil de conseguir como la independencia mental y tener criterio propio.
Conviene recordar que han sido los elevados y nobles sentimientos patrióticos nacionales los que nos han permitido disfrutar de guerras, conquistas, invasiones, colonialismos, holocaustos y partidos Madrid – Barsa; rivalidad válida en el terreno de juego, pero que se torna nociva en cuanto rebasa el ámbito estrictamente deportivo y lúdico.
Debería hacernos reflexionar que el capital no tenga patria y los trabajadores sí.
Andrés Herrero