Quien me conoce en persona sabe que no miento ni exagero cuando os digo que, lo mismo que me ha pasado este fin de semana con las botellas imposibles, me ha sucedido ya en muchas otras ocasiones: que llevo bastante mal que un puzzle, un pasatiempo, un rompecabezas, una adivinanza, un desafío, un problema matemático... puedan más que yo siendo seres inanimados, y en ocasiones, ni eso...
La primera vez que oí la palabra Sudoku, estaba sentado en la barra de un bar, hojeando el periódico, y al llegar a la página de los pasatiempos, ahí me lo encontré. El dueño del bar me explicó en qué consistía ese nuevo entretenimiento japonés con sus dos reglas básicas que todos conocéis, y, de paso, me advirtió sobre lo complicado que le parecían a él, y las pocas ocasiones que había logrado resolverlo completamente. Excepto un bolígrafo, no necesité nada más. Me puse manos a la obra, logré terminarlo, y di por inaugurada una temporada, casi enfermiza, en torno a los Sudokus. No habría necesitado más motivo para aficionarme a ellos que el propio desafío mental de resolverlo. Pero si encima se engrandece el reto con comentarios sobre su complejidad, es que ya me cuelgo el cartel de "que alguien me pare".
El cubo de Rubik, en cambio, fue una espinita que tuve clavada durante muchos años. De pequeño ya me sentí fascinado por su mágica sencillez desde el momento que jugué con uno por primera (y última) vez. Eran los 80, los años del boom del Cubo de Rubik en todo el mundo. Yo nunca tuve uno propio, así que sólo pude disfrutar durante cinco minutos con uno prestado... Pero mantuve la esperanza de que, tarde o temprano, conseguiría mi propio cubo de Rubik. Pero no sucedió... Hasta que hace unos tres años, ¡¡Isa me lo regaló por sorpresa!! No os podéis imaginar la ilusión que me hizo. ¡Por fin había conseguido tener mi propio cubo!! Tardé muy poco en hacerme con un tutorial para principiantes (bendito internet!!), resolver el cubo apoyándome en él, y terminar memorizando los movimientos...
Las bolas de malabares, el diábolo, mecanismos del tipo "saca la arandela de la cuerda" o "separa los tornillos enlazados", el Solitario Peg (o senku), el Mahjong (para jugar en solitario en el ordenador)... Os hacéis una idea, ¿verdad? Desafío que se me presenta, hasta que no puedo con él, no me quedo tranquilo... Aunque alguna excepción sí tiene la regla, por ejemplo, el monociclo. ¡¡No he visto ingenio mecánico más complicado de aprender!! Ni agarrado a la reja de una ventana, era capaz de mantenerme vertical sentado en el sillín y con los pies en los pedales. Hace tiempo que me di por vencido y reconocí mi derrota...
Así que, al descubrir las botellas imposibles de Harry Eng, mi dispositivo interno encargado de valorar los desafíos se puso en marcha, y aunque identificó la mayor parte de su trabajo como terreno inconquistable, sí me parecieron asequibles las botellas con cubos de Rubik en su interior. El desafío quedó aceptado. Lo malo era que, al ser domingo, sólo podría trabajar con lo que encontrara por la casa. Por suerte, a Alba le habían comprado un set de limpieza dental, con su cepillito, su pasta de dientes... y de regalo, un cubo de Rubik!! Como no era de la marca original, su período de vida útil se vio reducido a... unos cuantos minutos, el tiempo que tardó Alba en dejarlo caer al suelo. Del impacto, se desmontó una capa casi entera, y al intentar montarlo de nuevo, a uno de los cubitos se le había roto una pequeña pestaña que tienen hacia el interior, imprescindibles para que las piezas se mantengan en su lugar al girar una capa. Con este panorama, el cubo creyó que terminaría sus días totalmente desmontado. Y así fue hasta que ayer por la tarde busqué y encontré todas las piezas, monté el cubo totalmente desordenado, y le di un papel estelar como protagonista de mi primer objeto imposible.
En lugar de una botella, el recipiente que elegí para estrenarme como introductor, fue un bote, concretamente de mayonesa, de boca ancha (72 mm, frente a los 76 mm que mide la diagonal de una cara del cubo), por las ventajas que podéis deducir. Y para evitar suspicacias sobre si la boca del bote era demasiado ancha, decidí tomar la siguiente fotografía, a mi modo de ver, suficientemente clarificadora...
Decidí buscar algún tutorial en la red, algo que imaginaba bastante complicado. Me conformaba con encontrar alguna página que hubiera publicado técnicas, trucos o consejos sobre el procedimiento a seguir. Tuve suerte y encontré dos vídeos en youtube que, sobre todo, me sirvieron para dar por bueno mi plan de introducción, aunque no puedo negar que también me aportó alguna idea que ni siquiera se me había ocurrido que pudiera necesitar poner en práctica. El primer vídeo explicaba cómo desmontar el cubo cuando el objetivo es introducirlo en un recipiente. El segundo, se centraba en cómo volver a montar las piezas una vez dentro de la botella.
Así las cosas, después de poco más de una hora de paciente trabajo, y tras superar algún pequeño fiasco fruto de la inexperiencia, conseguí dar por finalizado mi primer objeto imposible. De paso, también pude considerar superado este desafío, aunque mucho me temo que sólo ha sido el primer asalto de un combate que va a ser largo... De momento, aquí tenéis las mejores fotografías que conseguí sacar de un bote cuyo cristal devuelve el fogonazo del flash y deforma los objetos de su interior.
Según qué fotografía miréis, habréis notado que las piezas de la capa superior son diferentes. Es la consecuencia de convivir con un terremoto llamado Alba, y la penitencia por haber cometido el pecado de perder de vista el bote, con el cubo en su interior, durante un minuto. A estas alturas de su vida útil, ya eran varias las piezas que tenían rota la pestaña que os comenté antes, por lo que los cubitos se separan con asombrosa facilidad. Cuando quise darme cuenta, Alba ya se había encargado de sacar la mitad del cubo del bote. Al volver a montarlo para sacarle más fotografías, ni siquiera pensé en colocar las piezas en la misma posición que tenían, por eso parecen dos cubos diferentes...
Os presento a mi mano izquierda, que junto a la derecha, fueron las únicas herramientas que tuve que usar. Bueno, porque el cerebro no lo cuento como herramienta, porque es más del tipo Dirección Facultativa...
La cinta de la imagen de la derecha la coloqué pasante bajo el cubo, de forma que, al colgarla, tiraba de él hacia fuera del bote. Pretendía que se entendiese como la confirmación de que el cubo no podía salir (ni entrar) a través de la boca sin ayuda externa...
El pin de S.A. es, en parte, un homenaje a las monedas que muchos autores introducen en sus botellas imposibles, y en parte, una seña de identifiación. Para que nadie tenga dudas de quién es el autor de mi primer acercamiento a este curioso arte. Espero que os haya gustado...
Fuentes: wikipedia (esta, esta y esta), juegomahjong y coscorrón de razón