Dedicado a Scriabin Alexander.

Fue una noche de invierno cuando sonó el amor y tañía el cilindro del desamor mientras se exhalaba escuchando ese poema mefítico y siniestro que al éxtasis dedicó el teósofo eslavo de alma finísima como la seda. Desde entonces no paro de enamorarme. De ti, de ella, de su alma en vilo, del espectro en celo que asiste perplejo al desencanto de un exorcismo… Me vuelvo a quedar seco como una garganta de insecto cuando te pienso tanto. Sigo escuchando el eco que tus tres últimas palabras dejaron en los alrededores de esta cabeza adicta a complicar los hechos hibridándolos con las cosas y vertiendo sobre todo hebras en espiral de acontecimientos. Bajo la mansa corriente del Sena también estás tú, rígida como la inflexibilidad de una hora en punto. Y miente, sigue, el cadáver parlanchín de un Celan callado y mudo que nunca quiso tener alma y se vio obligado a sufrirla como un vivo.