Como consideraba importante votar, seguí la campaña electoral con ciertas precauciones. Temía engrosar la lista de los abstencionistas si, como en otras ocasiones, estaba atento a las caravanas, debates y noticias electorales. Es cierto que me perdí la brillante oratoria de Rajoy, la obsesión podemita de Sánchez, la suficiencia de Iglesias y los edulcorados mensajes de Rivera; también las arengas de los periodistas y todas las victorias pírricas en las redes sociales.
En realidad, aunque me sigue interesando, hace tiempo que no espero gran cosa de la política. Perdí el entusiasmo en la segunda legislatura de Zapatero. Pese a todo, me resisto a formar parte de quienes proceden como si no les afectara el que una banda bajo sospecha continúe al frente de este país y como si sus políticas no les perjudicaran. Escéptico sí, no indiferente. Fastidia reconocerlo, pero el "no nos representan", que pasó de redes sociales a las calles, no ha terminado de llegar a las urnas; lugar dónde también hay que depositar, entre otras cuestiones, gritos y reivindicaciones.
El 26-J es la certificación de que las redes sociales no son la realidad. Como éstos resultados sólo son posibles con la complicidad de miles de trabajadores y desempleados, cabe concluir que el electorado ha dicho con la suficiente claridad que el PP sí le representa. Jode, resulta desagradable y puede que incomprensible, pero es la realidad. Los electores de este país hemos revalidado cuatro años de hostigamiento a la educación y sanidad pública, la desprotección de los parados y el vaciado del Fondo de Reserva de las pensiones. Hemos premiado también la corrupción, la presión sobre los jueces, el recorte de libertades y el aumento de la desigualdad.
De estos resultados se podría responsabilizar a los medios de comunicación -que están en manos de fondos de inversión, bancos y magnates de la comunicación-. señalar al electorado -¿por no saber votar?-, pero ¿dónde la responsabilidad de unos partidos ensimismados e incapaces? No seguí la campaña para votar pero, voté como si de mi voto dependiera el futuro de los ciudadanos de este país. Voté deseando que gobernara la izquierda para contrarrestar el poder de los poderosos, para defender la cobertura social de los desfavorecidos, para combatir la indefensión laboral, mejorar los servicios públicos, garantizar las libertades y erradicar la desigualdad. Voté por la izquierda sabiendo que la derecha, indecencias aparte, nunca afrontará estos retos. Dicho esto y con los resultados electorales presentes, ¿es ahora posible un gobierno de izquierda para este país? Sinceramente, observando cuanto ocurre en Unidos Podemos, en el PSOE y la cordialidad existente entre ambas fuerzas políticas, aunque en política todo es posible, esta hipótesis parece imposible. Nunca pensé que llegaría a escribir esto, pero tal vez sea aconsejable acogerse, aunque sea por un tiempo, al antiguo adagio liberal de laissez faire, laissez passer.
Es lunes, escucho a Magalí Datzira, Joan Chamorro Quartet & Dick Oattss:
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