Por Ileana Medina Hernández
Durante la primaria, la secundaria y el bachillerato aprendí
matemáticas, español, física, química y esas cosas que uno nunca
recuerda ni falta que hacen.
Luego llegué a la Habana, a la
Universidad, y creo que de Periodismo no aprendí mucho, pero de convivir
en condiciones inhóspitas para la vida humana, tener amigos, pasear, ir
al cine, al teatro, leer todo lo que estaba al alcance... de eso
aprendí y disfruté barbaridad.
Luego salté a Tenerife, y sobre el
mundo verdadero y el amor romántico verdadero, aprendí un montón. Di
clases, aprendí de mis alumnos. Me amó un hombre bueno, aprendí que el
amor no es sufrir, sino gozar y regalar, curar y agasajar.
Luego
vinieron los hijos, y sobre la condición humana, puedo decir que lo
descubrí (casi) todo, que también puede ser nada. Un bebé en brazos
resume de qué va esto de la humanidad, la civilización, la cultura, la
biología, el bien, el mal y la puñeta. Se ponen las cosas en
perspectiva. Se les da la importancia que de verdad tienen. La
macropolítica pierde todo sentido (o lo cobra) cuando un bebé llora en
la noche.
Y ahora que ya no tengo bebés, vuelvo a las amigas
antiguas, y aprendo a hacer postres, a leer otra vez lo que se va
decantando y va quedando, a escuchar música, a apreciar la belleza...
La vida es aprender y disfrutar cada etapa. Espirales que vuelven con
más profundidad y comprensión. Crecer. Fluir. Dejarnos penetrar por la
verdad y la belleza del mundo.