Desde que el peque va a la escuela infantil he aprendido muchas cosas. No sólo las ha aprendido él, yo también y me alegro de ello, porque eso quiere decir que estamos en sintonía. Las educadoras han puesto nombre a intuiciones que tenía sobre cómo hablar y tratar en muchas ocasiones a mi peque. Cosas que me salían solas pero sin saber un por qué. Pero, sobre todo, me han abierto los ojos sobre cómo veo a mi hijo.
En la última reunión con los padres descubrí que es más autónomo de lo que nosotros pensábamos e imaginábamos. Proyectaron varias imágenes y me sorprendió verlo ayudando a la educadora a cambiarse el pañal y pelando un plátano en el comedor y sin ayuda en varias fotos.
Estaba claro de que podía hacerlo y yo ni lo sabía. Y el problema era, sencillamente, que no le había dejado demostrarlo. ¿Por qué no dejaba a mi hijo ser autónomo? Porque no había caído en la cuenta de que ya podía hacerlo él, seguía tratándolo como un bebé. En cada momento hay algo que el bebé o niño (¿cuándo deja de ser lo uno y se convierte en lo otro?) puede hacer, desde ayudar a tirar algo a la basura (que, por cierto, les encanta), elegir qué jersey quieren ponerse (dando dos opciones, que si no, no salimos de casa nunca) o qué cuento quieren leer por la noche, hasta ayudar en tareas sencillas de la casa, como tender la ropa (sujetando las pinzas) o hacer de recadero.
Desde que vi todo lo que hacía en su clase por imitación supe que tenía que dejarle elegir más cosas y permitirle que hiciera otras, en definitiva, ser más autónomo. En casa, él mismo se quita el pañal y se limpia con una toallita (aunque yo vaya detrás), se peina y elige su ropa. Y cada vez que hace una de estas tareas y le recalco lo mayor que es, lo noto orgulloso y satisfecho. Para él, cada uno de estos pequeños pasos es muy motivador.
Criando despacio: tiempo y paciencia
Pero para hacer todo esto hace falta tiempo y paciencia. Estar dispuesto a seguir su ritmo y no el nuestro y estar abierto a que se cometan errores y a que las cosas se compliquen y se ensucie más, por ejemplo. Todo forma parte del aprendizaje. Y si le dejas hacer, te sorprende.
Hace unos días, estábamos en casa y fui a decirle al peque que íbamos a cambiar el pañal porque era obvio que se había hecho caca. Él negó con la cabeza con insistencia, diciéndome que no se había cagado y empezando a llorar y protestar. Se lo volví a repetir pero no quería saber nada de limpiarse. Así que le dije que entendía que estaba jugando a gusto y que yo le iba a esperar hasta que él me dijera que se había hecho caca para cambiarle. Lo entendió a la primera, asintió y siguió jugando con su cocinita. Me quedé cerca y unos minutos después se lo repetí, con idéntico resultado.
Al cabo de poco tiempo dejó de jugar, se volvió hacia mí y, señalándose el culete, me sonrió. Se tumbó él solo sobre la cama y quedó completamente inmóvil y tranquilo mientras que le cambiaba el pañal, algo que normalmente es una odisea. Desde entonces, me avisa siempre con una sonrisa en la cara y ya no hay lloros en el cambio del pañal.
Aquello me hizo pensar mucho en respetar sus tiempos y en dejar el reloj a un lado durante las tardes. Está claro que hay momentos de prisa y urgencia en los que no se puede, pero el resto del tiempo, ¿por qué no? Llámalo sentido común, respeto hacia el niño, crianza con calma o slow, con apego o como quieras, pero funciona. Dándole libertad (en lo posible), respetando sus decisiones y elecciones fomentamos su autoestima, desarrollo y habilidades emocionales, sociales y emprendedoras.
Aquí, un interesante artículo sobre la crianza respetuosa de los 12 a los 24 meses.
¿Dejas que tu bebé sea autónomo?