Revista Cultura y Ocio

Del cántico y el vuelo

Por Agora

Del cántico y el vueloDomingo NicolásDel cántico y el vuelo Arráez Editores, 2012
En su preciosa colección Poemarios, con el núm 3, la editorial almeriense Arráez publica un nuevo libro de poemas del poeta murciano Domingo Nicolás (1937). Domingo Nicolás es un ingeniero y escritor, como lo fue Juan Benet, que desde hace muchos años encontró en la provincia más bella de España (por sus paisajes tan diversos, y sus gentes) su patria. Fundó la revista Buxía y sus obras han sido publicadas por la Diputación provincial. Ya en su dorada edad, vive retirado en Pechina, en el Valle de los Naranjos, como uno de esos grandes poetas andalusíes que se resistieron a marchar al exilio, y se ocupa cada día a alimentar sus ojos de belleza.
Del cántico y el vuelo nos remite a la tradición gozosa de Jorge Guillén y a la sensibilidad de los poetas cordobeses del grupo Cántico. Precisamente la última parte del libro homenajea a Carlos Clementson, poeta aguileño, profesor en la Universidad de Córdoba, eslabón entre ese grupo de poetas cordobeses y la poesía de Domingo Nicolás. La lección del maestro Jorgue Guillén, el goce intelectual ante las realidades puras del mundo, sabe reunirla el verbo de nuestro poeta con una fina sensibilidad atenta a los más leves cambios de la luz, y a ese contraste final entre su compañía (que muestra un mundo gozoso y variado) y la soledad. Este, finalmente, es el tema que predomina en las breves composiciones del libro. La mayoría de los poemas son haiku, estrofa muy próxima a la tradicional soleá (con variación métrica: dos pentasílabos y un heptasílabo; por lo general).
La adaptación más conseguida del haikú, en su caso, al folklore andaluz, la consiguió Antonio Machado en
Nuevas canciones. Ese trasvase no siempre tiene justificación, cuando no es más que una caprichosa (y vacía) muestra de retórica. Pero, en Domingo Nicolás, el haikú conlleva la filosofía budista del koan, una paradoja que rompe el normal tráfico de la mente sobre la superficie de las cosas: "Vertebrados alados / -horizontales- / que convocáis al vértigo". Aparte de la soledad, el libro de Domingo Nicolás apunta otros temas, como el erotismo contenido, de que son muestra estos maravillosos versos: "Asta de rosa, / tu piel despliega al alba/ su agua desnuda". Los símbolos de la luz, de la rosa del mundo, se constrastan en el libro con el ciprés, el atarceder, la mariposa ("Oculta en el ciprés / la frágil mariposa/ su alma, al atardecer"): se insinúa un combate en el paraíso, una agonía, a cada retiro de la luz, que pone en suspenso la promesa del renacer el mundo. El libro no cierra esa vena trágica, pese a su belleza deja inquietud en el lector. La creación y la duda no cesan: acierto estético que advierte la séptima jornada del libro, la que correspondería al descanso divino. La respuesta al gran koan quizá se halla en el gesto incesante de la escritura poética, que mantiene la posibilidad del "cántico" y del "vuelo".
Fulgencio Martínez

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