Revista Opinión

Del colectivismo malvado y el nacionalismo liberal

Publicado el 20 mayo 2014 por Vigilis @vigilis
Tratar un tema tan complejo como la relación entre nacionalismo y liberalismo en setecientas palabras es imposible. Soy el primero en saber cómo influye el medio en la limitación de la presentación de las ideas (me pasa constantemente) y por ello disculpo que se pueda tratar con tanta ligereza este tema como lo hace el señor Chinchetru en su columna del Juan de Mariana.

Del colectivismo malvado y el nacionalismo liberal

Carga de los húsares de la princesa en la batalla de los Castillejos (Ferrer-Dalmau).

La conclusión del artículo citado viene a decir que el nacionalismo es colectivista y por tanto siempre será no liberal. Para contraargumentar esta hipótesis sería necesario buscar un nacionalismo no colectivista, pero dada la definición de colectivismo que maneja ese autor, esto resulta imposible. Efectivamente, si se entiende por colectivismo toda política cuyo objeto sea el colectivo, el nacionalismo es irremediablemente colectivista.
El problema es que esa definición de colectivismo sirve para cualquier opción política. Con esta definición toda la política es colectivista y siguiendo el silogismo, el liberalismo sería... la carencia de política. Así, los corzos que pastan por el monte son liberales, al igual que las amebas de la sopa primordial. Como vemos, este manejo del término "colectivismo" nos resulta inútil, pues es bien sabido que el liberalismo es una familia de opciones políticas. Y en concreto, una familia de opciones políticas que tienen en común la igualdad ante la ley, la defensa de las libertades individuales, la protección de la propiedad privada, las soluciones de mercado, la participación política, etc. Y para llevar a cabo este conjunto de políticas se hace necesario el Estado, que es la forma de organización colectiva necesaria para defender estas cosas.

Del colectivismo malvado y el nacionalismo liberal

Sin malvado colectivismo hoy estaríamos chapurreando alemán.

Mi punto es que liberalismo y colectivismo no son opuestos, cosa que resultará incorrecta para quienes defiendan la utopía anarquista. Si el liberalismo tiene un opuesto ese es el absolutismo (en origen el liberalismo político surge como respuesta al absolutismo). En época más moderna los opuestos al liberalismo serían el totalitarismo y el autoritarismo (que no dejan de ser formas modernas del viejo absolutismo que no termina de morir). Nuevamente sorprendente para el liberal anarquista (curiosa antítesis, por cierto) decir que ni la socialdemocracia ni la democracia confuciana ni el conservadurismo ni otras familias políticas son opuestas al liberalismo, sino alternativas. Así hay lugares con democracia confuciana donde los gobiernos hacen políticas liberales, lo mismo pasa en estados de tendencia socialdemócrata, etc. Sé que es complicado de aceptar, pero asumir que otras personas tengan ideas políticas diferentes —dentro del terreno de juego del estado liberal—, es una actitud política que refleja profundas convicciones liberales. Convicciones que comparte la mayoría de la población.
Volviendo al mencionado artículo, se pone como ejemplo de antiliberalismo el nacionalismo catalán. Está fuera de toda de duda que ese ejemplo es certero: el nacionalismo catalán ni busca la igualdad ante la ley, ni protege la propiedad privada, ni defiende las libertades individuales, etc. En ese caso estamos hablando de un nacionalismo de carácter autoritario.

Del colectivismo malvado y el nacionalismo liberal

Podíamos tender líneas de telégrafo o partirnos la cara. Elegimos partirnos la cara, claro.

La pregunta es ¿puede haber un nacionalismo de carácter liberal? El lector atento ya dispone con lo dicho previamente de elementos de juicio. Sí puede haber un nacionalismo liberal si lo que se busca es crear una alternativa al autoritarismo. La aparición del estado liberal en Europa lleva de la mano el proceso de construcción nacional. Hasta tal punto está entremezclado liberalismo y nacionalismo en aquella época que no se podía dar el uno sin el otro. De hecho es la defensa de la soberanía nacional en detrimento de la soberanía de una persona lo primero que caracteriza al liberalismo: crear una nación en lo que antes era la finca de un fulano.
Art. 2. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona.
Constitución política de la Monarquía española (1812).

El problema aquí es la calificación de lo que es autoritarismo. Construir una nación conlleva inocular una identidad a la población. En el estado liberal, el paisano pasa a ser ciudadano y su ámbito de experiencias alcanzará más allá del campanario de la iglesia de su pueblo. Esto no sé si es autoritario o no, lo que sí sé es que es imprescindible: sin ciudadanos no tienes estado liberal. La aparición del cuartelillo de la Guardia Civil puede ser calificada de acción colectivista pero nadie pone en duda que una docena de agentes del FBI reventando una reunión del Ku Klux Klan es una bonita estampa liberal. Defender que el FBI "no tiene derecho" a reventar una reunión del Klan porque "la sociedad se autorregula sin estado", es un pensamiento tan lisérgico que ni merece la pena rebatir.

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Valldemosa, Mallorca.

La pregunta más concreta —que sospecho es donde quería ir el señor Chinchetru— es si el secesionismo que procura la fragmentación del estado puede ser liberal. Si el estado que tratamos es autoritario, su fragmentación puede tener carácter liberal (aunque no necesariamente, pues la secesión puede implicar la aparición de otro estado autoritario). Chinchetru pone de ejemplo la independencia de los Estados Unidos: una independencia basada en la búsqueda de una mayor libertad (y de mayores beneficios comerciales para las oligarquías coloniales, añado yo de paso).
En el caso concreto de España —para qué andarnos por las ramas— ningún secesionismo actual tiene carácter liberal pues el estado ya es liberal porque todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, podemos participar en política y nuestras libertades civiles (o banales) están más o menos garantizadas. Es más, en España se da el curioso caso de que el secesionismo es una opción política legal, con lo que la fragmentación del estado no puede tener como excusa una aspiración de mayor libertad. Y si nos vamos al chapapote cotidiano de las políticas que llevan a cabo nuestros gobiernos secesionistas, poco liberalismo vemos (tan poco como el de las comunidades gobernadas por no secesionistas).

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¡Fiesta!

Otro tema es si puede haber un nacionalismo o regionalismo no secesionista y de carácter liberal. En este caso, ese nacionalismo no podría llevar a cabo un programa de construcción nacional que entrara en competencia con la nación política existente. Como no somos tan modernos, a esto no lo llamaríamos nacionalismo (aunque su ámbito de actuación fuera una nación lingüística) y sería un regionalismo que recibiría sopapos de los nacionalistas y de los antinacionalistas (¡buena suerte con eso!). Una alternativa con más posibilidades de existir sería en una comunidad autónoma sin veleidades nacionalistas ni otra lengua que no fuera la española. Yo qué sé: Extremadura. Ahí podría haber un partido regionalista liberal cuyo programa se centrara en la convergencia de renta con la media española, en facilitar la atracción de empresas, en pinchar la burbuja autonómica y en procurar que todos los extremeños reciban los mismos servicios con independencia de las condiciones geográficas y demográficas de cada aldea.
Esto último sería imposible en España tal como se financian las autonomías: si las comunidades autónomas sólo deciden en qué gastar, los partidos liberales autonómicos están condenados a la inexistencia ante la apisonadora del gasto de los partidos turnistas socialdemócratas y de sus votos cautivos.
«España está hecha pero habría que empezar por hacer a los españoles»:


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