Malcolm Fraser, Project Syndicate
Meses después de que los devastadores terremoto y maremoto del 11 de marzo azotaran al Japón, el actual desastre nuclear en Fukushima agrava la tragedia en materia humanitaria e impide la recuperación. Los reactores dañados y los estanques de combustible gastado contienen unas diez veces más combustible nuclear que el reactor de Chernóbil que estalló en 1986. En tres reactores, el combustible se ha fundido, casi con toda certeza a través de las vasijas de reacción; se han abierto brechas en las estructuras de contención primaria; las explosiones han destrozado la contención secundaria (los edificios); continúan las emisiones radioactivas y no se ha restablecido el enfriamiento en bucle cerrado.
Ahora las instalaciones están inundadas del todo con más de 100.000 toneladas de agua residual sumamente radioactiva, pues se sigue vertiendo agua en ellas para impedir emisiones radioactivas en gran escala. El combustible gastado en los estanques adyacentes a cada uno de los reactores, que contienen más radioactividad que estos mismos, ha quedado también gravemente dañado, por lo que ha habido fugas radioactivas y sigue sin recibir el necesario enfriamiento estable. El combustible gastado del reactor 4 causó una explosión de hidrógeno y un incendio el 15 de marzo.
A consecuencia de ello, ya ha habido emisiones de radiación al aire, a la tierra y al océano en grandes cantidades, en escala comparable a la de Chernóbil,. Continuará habiendo más emisiones, probablemente durante años.
Y, sin embargo, mientras que el desastre de Fukushima está centrando la atención mundial en la seguridad nuclear y provocando una reconsideración de la energía nuclear, se sigue sin comentar sus consecuencias para las armas nucleares. Las reacciones nucleares que impulsan los reactores y las armas son las mismas, como también los productos radioactivos dispersados por el aire, la lluvia y el agua, en caso de que haya emisiones, con la misma falta de respeto por las fronteras y los peligros genéticos y de cáncer indiscriminado a largo plazo.
En Fukushima, una tormenta perfecta –un terremoto y un maremoto en gran escala, múltiples reactores costeros vulnerables con estanques de combustible gastado en los mismos edificios, barreras inadecuadas, pérdida de energía y generadores de reserva situados a una altura demasiado baja– puede haber parecido una posibilidad remota, pero, ¿lo era de verdad? Antes había habido ya problemas en reactores similares. La empresa que regentaba la central de Fukushima, Tokyo Electric Power Company (TEPCO), tenía una deficiente cultura de seguridad y una larga historia de falsificación y encubrimiento de datos de inspecciones y de seguridad.
Ningún reactor nuclear está concebido para soportar un terremoto de grado 8. Sin embargo, en el siglo pasado hubo 11 terremotos de grado superior a 8,5 y tan sólo en los once años transcurridos de este siglo ha habido cinco. A casi todos ellos les siguieron maremotos. El dique de contención del mar en Fukushima estaba concebido para un maremoto que no superara los 5,7 metros. Sin embargo, la misma costa había sido devastada por un maremoto de 38 m de alto en 1896 y de nuevo por otro de 29 metros en 1933.
Además, no hay reactores nucleares construidos para soportar un ataque como el del 11 de septiembre de 2001, que tampoco se había previsto. Conviene recordar que el avión que se estrelló en un campo de Pennsylvania estaba a menos de diez minutos de vuelo de la central nuclear de Three Mile Island.
Lo sucedido en Fukushima ha puesto de relieve lo vulnerables que son los estanques de combustible gastado a los daños directos o las interrupciones de la corriente, del agua o de las bombas de enfriamiento. Esos estanques contienen enormes cantidades de radioactividad de larga vida, normalmente dentro de un simple edificio, sin múltiples capas de ingeniería de contención. Cada uno de los 437 reactores nucleares del mundo y sus correspondientes estanques de combustible gastado son en realidad enormes armas radiológicas situadas con antelación o “bombas sucias”.
Además, el mundo está cubierto con 22.400 armas nucleares. Unas 1.770 de ellas en Rusia y los Estados Unidos y otras 64 en Francia y 49 en el Reino Unido están en gran alerta, listas para ser lanzadas en respuesta, en caso de avizorarse un ataque, con sólo unos minutos para la verificación y la adopción de la decisión. La historia reciente está salpicada con una letanía de falsas alertas y situaciones en las que por muy poco no ha habido una catástrofe, todas ellas imprevistas, combinaciones todas ellas de fallos técnicos y humanos. Las posibilidades cada vez mayores de un desastre nuclear mediante ataques cibernéticos aumentan el peligro existencial.
Ahora sabemos que tan sólo cien armas nucleares relativamente “pequeñas”, del tamaño de la de Hiroshima, menos de una centésima parte del arsenal nuclear mundial, podrían levantar millones de toneladas de humo negro en lo alto de la atmósfera. Allí se enfriaría abruptamente y obscurecería el planeta, con lo que reduciría radicalmente las precipitaciones y la producción de alimentos en años sucesivos, lo que causaría hambre en una escala nunca antes conocida. Podría ser la consecuencia de los arsenales de cualquiera de los diez Estados nucleares actuales, con la excepción de Corea del Norte.
Una decisión intencionada, un error de cálculo, un fallo técnico, un ataque cibernético o un accidente podrían causar la intensificación en forma nuclear de un conflicto entre la India y el Pakistán, en Oriente Medio (con la intervención de las armas nucleares de Israel) o en la península de Corea. Semejantes resultados son al menos tan verosímiles o probables –por no decir más– como que un terremoto y un maremoto en gran escala causen daños generalizados a cuatro reactores nucleares japoneses y los estanques adyacentes de combustible gastado.
Cualquier país que pueda enriquecer uranio para alimentar reactores nucleares tiene todo lo que necesita para enriquecer el uranio aún más a fin de que resulte apto para la fabricación de armas. En un reactor nuclear, entre el uno y el dos por ciento del combustible de uranio se convierte inevitablemente en plutonio, que se puede separar mediante un proceso químico y utilizar para construir una bomba, como hicieron Israel, la India y Corea del Norte y muchos temen que esté pretendiendo hacer el Irán.
Actualmente, no hay restricción alguna que impida a un país que construya una central de enriquecimiento de uranio o reprocese combustible nuclear gastado para extraer plutonio. Como hemos visto, las salvaguardas por sí solas no sirven para eso. No impediremos una mayor proliferación de armas nucleares y su posible utilización y menos aún lograremos un mundo libre de armas nucleares sin un estricto control internacional de todo el enriquecimiento de uranio y sin la prohibición de la separación del plutonio a partir del combustible gastado.
Lo que no se puede controlar se debe prevenir. En la actualidad, eso significa prevenir la amenaza del cambio climático y la erradicación de las armas nucleares, pero no podemos permitirnos el lujo de adoptar medidas para abordar una amenaza que acabe agravando la otra. Intentar reducir las emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero mediante la energía nuclear, con lo que se intensificarían los peligros del máximo incendiario mundial –la guerra nuclear–, podría ser el más trágico de los errores de cálculo.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización