El vegetarianismo y el veganismo afirman que no existe necesidad de alimentarse de proteínas de origen animal para llevar una vida saludable —a excepción de una carencia de vitamina B12 presente en algunos de estos círculos que se debe complementar con fuentes adicionales.
Por carne, nos referimos al cuerpo de otros mamíferos[1], de peces y de marisco, y hago esta señalización porque, por alguna razón, los discursos suelen estar tan sobrepuestos que quizá a las personas de vuestro entorno (madres, padres, hijos, hijas, primos… ya sabéis), les parezca estupendo que renunciéis a la ternera pero no al salmón, al rape y a la merluza, con todas las proteínas, ácidos grasos, vitaminas y minerales que tienen.
Este texto forma parte de una serie de ensayos personales que he titulado De cómo los animales viven y mueren y que comparto en el blog, parcialmente, desde hace unas semanas.
Esta diferenciación es, simplemente, cultural. No comemos carne de perro porque lo sentimos cercano a nosotros: lleva más de 20.000 años a nuestro lado; ha sido un compañero fiel y, como mucho, una herramienta (caza, vigilancia, protección, etcétera). Por el contrario, la vaca, el cerdo o el conejo jamás han gozado de esta proximidad con nuestra especie, ¿verdad? En el caso de los peces la empatía es todavía menor, puesto que no comparten ni tan siquiera nuestro ecosistema directo, lo que restringe el contacto al mínimo.
¿Te imaginas…? Horrible, ¿verdad?Desde pequeños se nos ha enseñado la necesidad de comer carne. Enseñar, aun así, sería una palabra errónea, puesto que es cierto que la carne de otros animales cuenta con proteínas y grasas que necesitamos para vivir.
Si ingerimos proteína animal para no sufrir carencias de una vitamina esencial para nuestro organismo, pero nos intoxicamos por múltiples vías, ¿vale la pena? Esa parece ser la clave.
Por ello, antes de la domesticación de animales para consumo, durante el Neolítico, cazábamos. Sin embargo, los vegetarianos y los veganos también viven; entonces, cabe preguntarse si realmente estas dietas alternativas son sostenibles, son mejores o son total y absolutamente deficientes. Si ingerimos proteína animal para no sufrir carencias de una vitamina esencial para nuestro organismo, pero nos intoxicamos por múltiples vías, ¿vale la pena? Esa parece ser la clave.
No hay ningún estudio que pruebe la necesidad de consumir carne para mantener un aporte proteico y calórico suficiente, en cambio, hay múltiples estudios que asocian el consumo de carne animal a problemas de obesidad, obstrucción arterial y cáncer (Staff de la OMS, 2015).
Asimismo, mantener una dieta vegetariana o vegana no parece estar enfrentado a obtener la cantidad suficiente de proteínas y aminoácidos (ácidos esenciales que permiten crear componentes básicos de las proteínas humanas), pero quizá sí tiene otros contratiempos que irán apareciendo en el texto; en este caso, hago referencia a la ya citada vitamina B12 o a los ácidos grasos omega 3 y omega 6.
En otras palabras, no hay nada que demuestre que el consumo de carne animal no pueda sustituirse en gran parte (o en su totalidad) por alimentos de origen vegetal. Sin embargo, no oscilemos entre los extremos (que suele ser aquello que más nos atrae a todos, ¿verdad?); veamos primero qué papel fundamental ha supuesto la carne para encumbrarse en la cima del consumo de muchos países.
Mantener una dieta vegetariana o vegana no parece estar enfrentado a obtener la cantidad suficiente de proteínas y aminoácidos.
Para ello, tenemos que retrotraernos varios miles de años hacia los cambios evolutivos que sufrió nuestra capacidad craneal y, posteriormente, nuestro cerebro. Numerosos estudios afirman que fue el consumo de carne lo que permitió el aumento de la capacidad craneal y, más adelante, de la inteligencia abstracta que nos diferencia de otros animales[2].
Lo que no siempre se reseña, es que ese consumo relativamente elevado de carne se produce a través de la carroña, como bien sintetiza Carlos A. Marmaleda, experto en paleoantropología y cosmología, en Sobre el origen de la inteligencia humana, un texto de ampliación de otro famoso artículo de Juan Luis Arsuaga titulado El origen de la inteligencia humana.
Estamos hablando de lo que permitió al Homo habilis y al Homo rudolfensis —quizá los australopithecus ya carroñeaban pero no al mismo nivel— mantener una compleja línea evolutiva hasta el Homo sapiens: pasar de una dieta rica en celulosa hacia una dieta muy proteica, y enviar todo ese excedente del aparato digestivo hacia el cerebro (Marmelada, 2003).
Un grupo de Homo habilis carroñeando.Sobre estos temas soy completamente inexperto, y además mi interés es relativo, si bien explican el porqué de la importancia de la carne, y cómo al final de la Edad del Hierro esto no tenía razón de modificarse, pues el hábito, la costumbre, la tradición y el sabor habían forjado una cuádruple proposición que se sobreentendía por todos.
De nuevo en el presente, cabría preguntarse por qué no existen estudios dedicados a revelar en un plazo de tiempo lógico si parte o el total de consumo de carne es sustituible y, si es así, por qué no hacerlo, mientras que si no es así, por qué no limitarlo, ya que entramos en los blancos y los negros del consumo de carne. Los blancos están claros: aporte nutricional y, muy probablemente, evolución de nuestra especie; ¿y los negros? No, los negros no solo están relacionados con lo que ocurre en mataderos o granjas industriales, sino también con la sostenibilidad del modelo.
Para que Occidente, Latinoamérica y muchos países musulmanes (no encuentro un apelativo mejor, aunque soy muy consciente, en la medida de mis posibilidades, de las diferencias entre Pakistán y Arabia Saudí, por ejemplo) puedan consumir carne en mayor o menor medida, hay poblaciones e incluso países enteros que no cuentan con ella en su dieta. La carne es un alimento de lujo en China o en la India, y más del 99% de sus ciudadanos no la consumen.
Cabría preguntarse por qué no existen estudios dedicados a revelar en un plazo de tiempo lógico si parte o el total de consumo de carne es sustituible.
Dicho de otro modo, para que nosotros podamos consumir diariamente, muchos países no consumen nunca. Hasta ahora. Ahora, cuando estos países del sudeste asiático empiezan a convertirse en economías emergentes, sus ciudadanos no solo están comprando enormes concentraciones de terreno y animales para la cría, sino que se disponen a consumir carne en la misma medida en que lo hace Occidente y otros países cercanos. ¿Y por qué no deberían?
Lo que ocurre en la China y en la India es lo mismo que ocurrió a finales del siglo XIX en las zonas más industrializadas y aburguesadas de España (País Vasco, Cataluña, etcétera), o en Reino Unido, Francia o Alemania con anterioridad. Sin embargo, es un modelo caduco.
Al margen de las creencias de igualdad animal; sin relación alguna con el sufrimiento de otras especies; total y absolutamente separadas de la salud o de las enfermedades de los ciudadanos. Es un modelo caduco porque está destruyendo el planeta a una velocidad que no alcanzará los cien años desde el establecimiento de la agricultura intensiva tras la Segunda Guerra Mundial si otras naciones empiezan a comer carne al mismo ritmo que nosotros (Carnero, 2014). Y lo van a hacer, porque no somos nadie para decirles qué pueden y qué no pueden hacer. Solo tenemos potestad para aprender de nuestros errores, e intentar que el resto del mundo tome conciencia de ellos. Pero para eso primero debemos tomar conciencia nosotros (Linde, 2014).
[1] Muchos activistas entre los que se encuentran Yourofsky, Potter y Melanie Joy (en sus respectivos campos) critican un nivel de invisibilidad e hipocresía en el lenguaje. Todos ellos consideran que es más sencillo seguir consumiendo carne si lo suavizamos etimológicamente: una hipótesis que mantiene que el consumo de otros seres vivos es menos traumático si nos referimos al cadáver de otro animal como carne, a sus testículos como criadillas y a su cerebro como sesos: no solo alejamos la muerte y el despiece, sino también la definición real del “objeto”.
[2] Remarco aquí el término “inteligencia abstracta” puesto que, a menudo, tendemos a creer que otros animales no son inteligentes cuando, simplemente, piensan y sienten de un modo distinto.
Lista de referencias bibliográficas:
- Staff de la OMS (2015). Prevención del cáncer. Ginebra, Suiza: OMS. Recuperado de http://www.who.int/cancer/prevention/es
- Marmelada, C. (2003, 15 de enero). Sobre el origen de la inteligencia humana. Ampliación del artículo El origen de la inteligencia humana, según Arsuaga. Navarra: Universidad de Navarra, Grupo de Investigación Ciencia, Razón y Fe. Recuperado de http://www.unav.es/cryf/origeninteligencia.html
- Carnero Chamón, E. (2014, 8 de octubre). Ser vegano no es lo que usted piensa. El País. Recuperado de http://elpais.com/elpais/2014/10/08/buenavida/1412757202_712498.html
- Linde, P. (2014, 27 de noviembre). ¿Y si dejáramos de comer carne? El País. Recuperado de http://elpais.com/elpais/2014/11/26/buenavida/1417006731_060496.html
Las ilustraciones pertenecen a DKFindOut, Tricky Trapper Camp y John Holcroft.