Revista Opinión

Del sufrimiento de mi hija al poder de la mujer

Publicado el 20 junio 2012 por Jocoma
Te relato esta historia tal y como la entendí cuando mi amigo me la contó.
“Caminaba por el azud en su margen derecha y al llegar a un punto me habló el corazón. En ese mismo lugar, hace ya veinticinco años, cuando ella tendría algo menos de diez, le hice una foto maravillosa. Habíamos tenido la oportunidad de ir a pasear por el río. No recuerdo de qué estuvimos hablando. Sólo sé que esa mañana estábamos contentos, éramos felices. Llevaba yo una máquina de fotografiar. Desde ese lugar le hice una foto con el azud al fondo. Estaba preciosa, la felicidad le salía a raudales por todos sus poros. No sé por dónde estará ahora la foto pero sí recuerdo que la miraba de cuando en cuando con toda la satisfacción del mundo. Era mi hija, era el recuerdo de un tiempo maravilloso. Pero el tiempo pasó y se hizo mayor. Su madre tuvo problemas con su padre y estuvieron separados una vez más durante algún tiempo hasta que llegó la separación definitiva.
Todos estos sentimientos invadieron mi ser al pasar por el lugar en que hice la foto. Aquella niña preciosa y feliz, con el transcurso del tiempo comenzó a sufrir. A los catorce o quince comenzó una relación con un chico que duró cuatro años, salió mal y la marcó para siempre. Luego tuvo otros novios pero no cuajaron. Vivía con su madre, el padre quedaba lejos, aunque nunca demasiado. Yo quería que la madre fuera el elemento aglutinador de nuestra familia, en más de una ocasión habíamos comentado que pasara lo que pasara, ella debería hacer la labor de clueca. Pero aunque siempre estuve muy cerca de mi familia, más cerca estaba ella, su madre. No salió bien. Quise mantenerme cerca y no desaparecí, sabía que me necesitaban y me quedé. No me interesó buscar otra vida y opté por seguir solo pero estando cerca.Del sufrimiento de mi hija al poder de la mujer
Me detuve unos momentos en el lugar en que hace una generación había fotografiado a mi hija. Las lágrimas llenaron mi rostro, sentí sufrimiento interior. Mi hija había tenido mala suerte. Seguí caminando, continué llorando por mi hija. La vida no se había portado bien con ella. Me senté frente al azud a la sombra de unos pinos. Cogí el móvil y la llamé. Traté de mantener la entereza, pero no pude… y estallé en sollos, me derrumbé. Le dije que la quería, me lamenté de su mala suerte, maldije esas circunstancias. Trató de consolarme quitándole hierro al asunto. “No pasa nada papá, todo va bien”. No va bien. A mi hija la han destruido sus circunstancias. ¡Malditas circunstancias! Qué poco puede hacer un padre por su hija cuando a él lo ha echado de su familia la soberbia, el orgullo, la impotencia, el mal carácter y la enfermedad. ¿Qué puede hacer un padre que se da cuenta de todo ello y ve que su presencia incomoda? ¿Qué puede hacer un padre que a cierta distancia lo ve todo y sufre por su familia? Tengo que estar cerca, no puedo renegar de algo que he hecho. Soy responsable de mi familia. Años y años sufriendo y viéndolo todo de cerca. El novio, la madre, el padre, decisiones equivocadas… Malas orientaciones, defectuosos apoyos, errores… Una vida destruida.
Claro que ella también tiene responsabilidad, pero es la mínima. Sus circunstancias la apabullaron. ¿Qué podía hacer? Se encontró con una realidad invasora y agresiva. Su padre estuvo cerca pero muy lejos, todo lo que las otras personas quisieron que estuviera. No busco excusa, pero las circunstancias no permitieron que me aproximara. No pude ayudar directamente a mis hijos y a mi mujer, pero yo seguía allí; desprestigiado pero cerca. ¡Cuántos errores! ¡Cuánto mal hace la inconsciencia, la enfermedad! Aunque no quisieran, aunque no lo supieran, yo había decidido morir con ellos, era mi barco. Me sentía responsable cuando les decía: “Sabemos qué son las sendas viejas, sabemos dónde conducen, sabemos que el sufrimiento está presente en ellas; pues sufrir por sufrir vamos a recorrer nuevos caminos, es nuestra vida y podemos decidir sobre ella”. ¿Cómo iba yo a abandonarles después de esto? ¿Primero los meto en el berenjenal y luego abandono? No tengo poder. ¿Quién soy yo para poder? No depende de mí sólo. Nuestras circunstancias nos marcan, es la vida. ¿Pude haber hecho algo más? Pues puede que sí, pero ¿hasta el punto de que llegara a ser determinante? ¿Una acción mía habría cambiado el rumbo de la vida de mi hija? No creo. No depende de uno sólo. ¿Qué podía haber hecho?
Del sufrimiento de mi hija al poder de la mujerLa buena voluntad no salva al mundo, debe ser cuestión de otra cosa. Pero a pesar de todo tengo unos hijos y nietos maravillosos, pero mi hija… ¿Me regalará la vida un reencuentro con ella? ¿Podré verla un poco más feliz? Tendremos que hacer algo los dos…”
Así lo escuché, así lo entendí, y de este modo te lo he contado, ¡Cuánto bien puede hacer la mujer, pero también… cuánto mal! ¡Qué poder tiene! ¡Cómo dependemos de ella! ¡Qué importante es en nuestras vidas! ¡Cuánta responsabilidad tiene!


Caña a la inconsciencia que nos aleja de nuestra parte humana y no nos deja ver la trascendencia de nuestros actos.
Juan-Lorenzo[email protected]

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