Revista Arquitectura
por José Fariña Tojo
Después de unos años de debilidad las soluciones tecnológicas atacan de nuevo. Todos aquellos que conocen mi defensa de la eficiencia en el funcionamiento de edificios, ciudades y territorios, puede que se sorprendan de este ataque frontal a una de las etiquetas (smart city) que, últimamente, aparece por todas partes como la solución a nuestros males. Pero es que creo poco en que la serie de inventos tecnológicos que están apareciendo con el objetivo supuesto de aumentar la eficiencia del sistema urbano resuelvan el problema. A mediados de los años cuarenta del pasado siglo XX el semanario de historietas cómicas TBO (el más famoso de la historia del cómic español, publicó su primer número en 1917 y desapareció en 1998) comenzó una serie humorística que tuvo diferentes nombres —Grandes Inventos, Inventos Prácticos, Grandes Inventos Prácticos— que se caracterizaba por organizar montajes sumamente rebuscados con objeto de solucionar problemas tontos generalmente cotidianos. Dice la Wikipedia —la cito, no como el Sr. Houellebeck— al referirse a esta sección del cómic: «En ella se describían pormenorizadamente inventos estrafalarios, a veces sumamente complejos, con una finalidad banal» .
Lo cierto es que se trata de una parte de mis recuerdos realmente maravillosa. Hay que reconocer que todos aquellos que hemos leído sistemáticamente al profesor Franz de Copenhague probablemente hayamos quedado bastante inmunizados frente a los alardes tecnológicos, arquitectura high-tech y demás muestras prodigiosas del pensamiento inventivo humano. Decía la publicidad del propio TBO reproduciendo uno de los «inventos» del dibujante Sabatés: «El profesor Franz, de Copenhague, propugna la creación de un periódico infantil nutritivo». Efectivamente, según el reputado inventor, «los niños pasarán un rato placentero, leyendo las graciosas historietas de su periódico favorito, y después lamerán las páginas de éste, deleitándose con el dulzor de la tinta y el papel hábilmente combinados. Finalmente se comerán el periódico que, además de ser una deliciosa golosina, constituirá un alimento de alta calidad» . Es una pena que no se pueda hacer lo mismo con el ordenador en el que estáis leyendo este artículo. El hecho de que uno de los inventos, un cómic comestible, sirviera de publicidad al mismo, ya puede dar idea de la ironía que encerraban las historietas.
Relaciono a continuación algunos ejemplos (correspondientes a diferentes dibujantes que se han encargado de los Grandes Inventos) para que los jóvenes que se han perdido tamaña aportación a la historia de la humanidad vayan rápidamente a la oficina de patentes, los patenten antes que nadie, y luego exijan el cobro de derechos de autor a través de la SGAE u organismos unicelulares parecidos cuyo objetivo sea patrimonializar privadamente el acervo cultural de la humanidad: dispositivo para hacer vino con zapatos viejos, bicicleta recoge basuras, suministro automático de leche para el bebé, aparato limpia narices, máquina para hacer cosquillas, huevos con cáscara de cristal, melones cuadrados, cepillito filarmónico, bicicleta para limpiar farolas, periódico infantil nutritivo, artilugio para brindar en mesas grandes, plataforma accionada por gallinas para subir el coche a casa, máquina para partir un piñón. En España se ha quedado para siempre la expresión «los inventos del TBO» como sinónimo de artilugio tecnológico creado para realizar una actividad normalmente cotidiana (ficticia o no), organizando un mecanismo cuanto más complicado mejor, y sin preocuparse de los problemas que pueda producir su funcionamiento.
La primera vez que oí la expresión smart city me pareció que por fin se reconocía la necesidad de racionalizar la construcción de la ciudad. Sin embargo dudé un poco porque dadas mis escasas habilidades lingüísticas, y aunque casi todas las expresiones que conocía (smart phone, smart card, smart terminal) aplicadas a aparatos generalmente tecnológicos parece que se traducían por «inteligente» (teléfono inteligente, tarjeta inteligente, terminal inteligente), visto el tratamiento que se le daba a la ciudad no acababa yo de ver la inteligencia por ningún lado. Tampoco me cuadraba como relacionada con la elegancia, el buen tono y cosas así (to look smart, the smart set). Aunque sí como «ciudad lista» o más bien «listilla» quizás (sobre todo por parte de determinadas multinacionales). Con lo que sí estaba claro que se relacionaba era con la tecnología, pero no les debía de parecer una etiqueta demasiado «eco» o «verde» y la expresión technology city ni se la debieron plantear. En fin, independientemente de mis subjetivas y limitadas apreciaciones en este campo, se estaba consolidando la expresión con bastante fuerza entre algunos círculos dedicados a la planificación de áreas urbanas concretas tales como la energía, la movilidad o las infraestructuras.
Después de las ciudades sostenibles, las ciudades resilientes, las ciudades habitables, las ciudades sanas, las ciudades seguras, las ciudades bioclimáticas, las ciudades verdes o las ciudades de los ciudadanos, los que de una u otra forma nos relacionamos con la organización, diseño y planificación de esas cosas que algunos llaman ciudades teníamos otra etiqueta más, smart cities. Pero, en realidad ¿dónde ponen el acento las ciudades inteligentes? Se supone que en la inteligencia (o la listura) ¿qué es eso aplicado a una ciudad? ¿una ciudad piensa? ¿tiene alma? ¿se condena para siempre en el infierno si se porta mal? Uno teclea en Google smart cities y la primera página que aparece es www.smartcities.es (claro, busco desde España) correspondiente a una consultora. Supongo que habrá pagado a Google para que aparezca en primer lugar ya que en el que día que la visité tenía la fabulosa cifra total de 7.560 visitas aparte de haber registrado el nombre de smart cities antes que nadie. En cabecera aprecía el título siguiente: «Smart cities: Un primer paso hacia lainternet de las cosas. Informe de la Fundación Telefónica para descarga (PDF)» . Así que me fui a la Fundación Telefónica y leí.
No necesité descargar el informe (para lo cual tenía que estar registrado, pero no me gusta que conozcan la dirección del correo más que a mis amigos y me parecía una villanía darles la que utilizo como sumidero de spam) ya que en la propia página se puede leer lo siguiente para sacarnos de dudas sobre lo que es una ciudad de este tipo: «Se define smart city como aquella ciudad que usa las TIC para hacer que, tanto su infraestructura crítica, como sus componentes y servicios públicos ofrecidos sean más interactivos, eficientes y los ciudadanos puedan ser más conscientes de ellos». Y más adelante: «El espectacular desarrollo de las tecnologías TIC relacionadas con la IoT en los últimos años (redes de sensores, RFIDs, etc.) y de las comunicaciones de datos móviles (M2M, Mobile Broadband, etc.) amplia enormemente las posibilidades de mejora muchos servicios urbanos hasta cotas hasta ahora inimaginables, solo limitadas por la capacidad financiera de los órganos de gobierno municipales» (curiosa forma de llamar a los Ayuntamientos, y no quiero hacer sarcasmos con el tema de la corrupción que ya está muy tratado). No fue necesario leer más. Una smart city es aquella que utiliza los servicios de Telefónica. En la imagen posterior podéis ver un esquema de la Fundación Teléfonica sobre el uso intensivo de las TIC.
Claro que también podemos leer una noticia del 24 de noviembre del servicio de prensa de otra afamada multinacional: «IBM ha presentado el programa Smarter cities challenge, cuyo objetivo es contribuir a que los sistemas y procesos urbanos de 100 ciudades de todo el mundo sean más eficientes, más sostenibles y, en definitiva, más inteligentes. Para ello, la Compañía donará servicios y tecnología por valor de alrededor de 50 millones de dólares, a lo largo de los próximos tres años» . El hecho de que IBM esté dispuesta a «donar servicios y tecnología por valor de 50 millones de dólares» a mí, particularmente, me resulta bastante emocionante. Así que, con toda rapidez, me desplacé al apartado de Ciudades inteligentes que IBM tiene en su página web y leí: «Barrios seguros. Escuelas de Calidad. Vivienda asequible. Tráfico fluido. Todo es posible». Tal muestra de optimismo me dejó, literalmente, paralizado por el ansia. De forma que abrí como pude (las manos me temblaban) los documentos disponibles en español. Su lectura me decepcionó un poco. Sobre todo el que se titulaba «Ciudades más inteligentes para un desarrollo sostenible».
Al final del documento se detallan los pasos que, según IBM, deben adoptar los responsables urbanos: «Decidir cómo debe ser su ciudad: crear su marca; adoptar políticas que conduzcan a un crecimiento basado en la cualificación, la creatividad y los conocimientos; optimizar los servicios orientándolos al ciudadano; emplear el pensamiento sistémico en todos los aspectos de la planificación y la gestión; desarrollar y aplicar las tecnologías de la información para mejorar los sistemas básicos de la ciudad». Este último (el más importante según se dice textualmente) está basado en «el poder de la ingente cantidad de datos reales que ya se recogen sobre los patrones de comportamiento de los habitantes y los sistemas de la ciudad, procurando dotar a sus sistemas de tres niveles básicos de capacidad: recoger y gestionar el tipo adecuado de datos; integrar y analizar los datos; basándose en análisis avanzados, optimizar el sistema para lograr el comportamiento deseado». No quiero poneros los pelos de punta pensando en Orwell pero si pincháis en la pestaña que dice Sistemas (está al lado de la que pone Ciudades) veréis que lo de Orwell es un juego de niños. En cualquier caso ya comprendo. Una Smart ity es aquella que utiliza los servicios de IBM.
Pero no vayan a pensarse que Telefónica o IBM están solas en la lucha por la «sostenibilidad» del planeta. También Microsoft pone su granito de arena. Hace unos meses nos sorprendió la noticia de que la firma Living PlanIT liderada por un ex directivo de Microsoft y con la implicación total de esta compañía pretende construir una smart city cerca de Oporto en Portugal. La «sostenibilidad» y mayor habitabilidad va a ser conseguida a base de dotar a todos sus edificios y construcciones de variados sensores que se encargaran de detectar múltiples problemas de seguridad (no se especifica qué clase de seguridad: alimentaria, atracos, infidelidades, fuego, escapes de gas, libros incluidos en el Índice) y de otros tipos. Para ello todos estos datos se gestionarían, desde la plataforma Urban Operating System (USO), en tiempo real y en «la nube», por los diferentes sistemas informáticos de control de infraestructuras, tráfico, distribución de energía, contaminación y otros. Se supone que un cuarto de millón de personas van a vivir en las mejores condiciones en unas 1700 hectáreas. Es coste estimado es de 10.000 millones de euros. Ya voy comprendiendo, una smart city es aquella que utiliza los servicios de Microsoft.
Sin embargo, no hay que ser tan negativos. Por supuesto que una empresa privada intenta vender sus productos y su objetivo es conseguir los mayores beneficios posibles para sus accionistas. Su comportamiento desinteresado sería perverso y pondría piedras en el engranaje del sistema. De forma que es comprensible que si alguna de ellas, bien sea Telefónica, IBM o Microsoft, ve un nicho de negocio intente explotarlo. Pero una ciudad es algo más que un nicho de negocio empresarial. Y el colectivo de sus habitantes sí que debería pensar inteligentemente. Claro que hay que aplicar las nuevas tecnologías en el siglo XXI. De hecho se están aplicando. No creo que vivamos en la edad de piedra ni que ningún planificador urbano piense que vamos a volver a la Edad Media con el «¡agua va!» y cosas parecidas. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es pensar que las nuevas tecnologías van a solucionar problemas que son, esencialmente, políticos y éticos. El «asuntillo» de los límites del planeta no se resuelve solo mejorando la eficiencia de nuestros sistemas. Por supuesto que hay que mejorarla. Pero ese no es el objetivo principal. El objetivo principal no es construir «ciudades inteligentes», sino construir ciudades habitables y adecuadas a las condiciones del siglo que nos ha tocado vivir que es el siglo XXI.
La situación extraordinaria en la que nos encontramos es que, por primera vez en la historia de la humanidad, para seguir creciendo tenemos que impedir que otros crezcan si por crecimiento se entiende seguir consumiendo planeta. Porque resulta que ya hemos llegado al límite de su biocapacidad. Así de sencillo. Esta situación nos obliga a repensar la mayor parte de los planteamientos con los que hemos funcionado hasta ahora. No es suficiente con mejorar la eficiencia de los sistemas. Por supuesto que hay que hacerlo. Pero como dije en el Congreso de APIA (Asociación de Periodistas de Información Ambiental) hace más o menos un mes en el CaixaForum de Madrid: «tenemos un enfermo al que hay que operar y pretendemos solucionar el problema con cuidados paliativos» (perdón por la autocita). Claro que son necesarios los cuidados paliativos, el enfermo no debe sufrir. Pero si pensamos que el objetivo es solo que no sufra probablemente se morirá. El problema de las smart cities no es el intento de mejora en la eficiencia del sistema urbano. Es que este intento oculte el problema básico que debemos afrontar. La tecnología no es más que un instrumento. Y además, un instrumento que hay que aplicar con sumo cuidado no sea que estemos propiciando «inventos del TBO», y que las soluciones aportadas sean puras banalidades, resuelvan problemas inexistentes o compliquen más las cosas de lo que están.
Aún suponiendo que las smart cities aborden problemas relevantes y consigan resolverlos sin aumentar los costes ecológicos previos, además resulta que el planteamiento es bastante discutible desde el punto de vista teórico en algunos aspectos que no puedo resistirme a plantear (por lo menos de forma indicativa) aunque alargue excesivamente el artículo. La primera es que si se pretende racionalizar el funcionamiento de la ciudad para que consuma menos y contamine menos resulta imprescindible abordar la llamada «paradoja de Jevons». William Stanley Jevons fue un economista británico que en el año 1865 publicó The coal question donde planteaba la dependencia energética de Inglaterra respecto al carbón considerado como un recurso limitado. En esta obra Jevons trató algunas cuestiones que ahora nos pueden sorprender por lo modernas tales como el tema de los «picos» energéticos, la posibilidad de utilizar energías renovables como solución, o su escasa fe en medidas fiscales para reducir el consumo. Aunque las tesis de Jevons se han revisado posteriormente (Polimeri en su libro The Jevons paradox and the myth of resource efficiency improvements) parece que el problema se mantiene en la mayor parte de los casos (elasticidad ligada al precio) a menos que se activen medidas complementarias. Aquellos interesados en el tema pueden revisar también el llamado Postulado Khazzoom-Brookes.
En cualquier caso Jevons constató que «se trata de una confusión de ideas completa suponer que el uso eficiente del combustible equivale a una reducción del consumo. La verdad es exactamente contraria a este supuesto». Hizo esta afirmación después de demostrar que las mejoras en la eficiencia que Watt introdujo en la máquina de vapor sobre el diseño de Newcomen aumentaron de forma notable el consumo de carbón. Se puede establecer incluso una fórmula matemática que expresa el efecto rebote, pero podría resumirse de una manera sencilla así: aumentos en la eficiencia reducen el consumo instantáneo pero la mejora el modelo trae consigo un aumento del consumo global. Esto significa que los planteamientos puramente tecnológicos no nos llevan a conseguir los objetivos marcados si estos objetivos son reducciones del consumo que permitan una más justa distribución de los recursos. Según Jevons tampoco parece que la vía de la imposición mediante tasas o impuestos haya dado resultado, de forma que la única solución razonable pasa por el cambio de modelo y de valores. Esto es lo que proponen aquellos que optan por el decrecimiento o la vías de desarrollo alternativas. No es ahora el momento de discutir el tema (hay un artículo en mi blog sobre decrecimiento) pero es una objeción bastante importante a las propuestas tecnológicas de las smart cities.
El segundo problema se refiere a la propia consideración sistémica del planteamiento. Me refiero a la confrontación entre «ciudades resilientes» y «ciudades inteligentes». Resulta que uno de los principios básicos de la «sostenibilidad» de los ecosistemas (de su resiliencia) es la diversidad. La diversidad huye del control centralizado de los diferentes subsistemas. A mayor dependencia unos de otros mayor es la probabilidad de que, ante una situación crítica, todo se venga abajo. Precisamente por lo que aboga la resiliencia es por la autosuficiencia de los diferentes elementos que componen el sistema. Cuanto más autosuficientes sean los susbsistemas más posibilidades hay de que todo funcione mejor. La existencia de elementos fundamentales para la resiliencia como son la redundancia (que es lo que primero que se elimina en aras de la eficiencia) o los ecotonos fuertes, diversos y con posibilidades de convertirse en sistemas nucleares, parece imprescindible. Sin embargo, la filosofía básica de las smart cities es justamente la contraria. La centralización e interdependencia de los diferentes procesos permite la racionalización y eficiencia del conjunto. Hay que hacer notar que este sistema que ahora se quiere aplicar a las ciudades ya hace tiempo que ha sido desechado por las mayores empresas del mundo que han optado (en aras precisamente de su resiliencia) de desprenderse de procesos, hacerlos autónomos y dejarlos que se las compongan por sí mismos.
Para terminar de señalar algunas de las dificultades que veo en estos planteamientos centralizadores solo quisiera destacar otra de las que me preocupan especialmente. Ya hace tiempo que vengo proponiendo que la alternativa al modelo actual pasa por reforzar las identidades locales de forma que los territorios se empiecen a volver más autistas, más encerrados en sí mismos, con objeto de evitar el mayor peligro del siglo XXI, el pensamiento único. Quisiera diferenciar ahora, y de forma especial, el pensamiento único del pensamiento planetario. Así como el segundo ha sido una de las mayores conquistas de la humanidad el primero es la amenaza más directa a la misma. La tentación de imponer sus tesis de los que tienen las palancas del control, se acrecienta notablemente cuando se puede acceder a una gran cantidad de datos que se cruzan, analizan y organizan para evitar «las anomalías». Estoy hablando de Orwell, claro. Pero no solo de Orwell (es decir, de la ficción) sino de los servicios de inteligencia, del espionaje industrial, de la publicidad, de la mercadotecnia y de los robots buscadores en internet, por ejemplo. Los sensores de temperatura que se pretenden colocar en las viviendas de la smart city portuguesa permiten «monitorizar» la temperatura de los inmuebles en tiempo real y los de movimiento la actividad que se produce. El problema es que todo ello está controlado por no se sabe muy bien por quién y de forma no transparente. De nada de esto se habla cuando se diseña un sistema de este tipo. Y es de lo que hay que hablar. Colocar un sensor de temperatura es una tontería y diseñar un software que lo controle también. Lo que ya no es tan tonto es proponer como se gobierna toda esta información.
Es realidad, más que hablar de smart cities habría que hablar de «ciudades estúpidas» (stupid cities) o «ciudades tontas» si empezamos a pensar que la solución de nuestros problemas es tecnológica. La tecnología puede ayudar pero el foco no hay que ponerlo ahí. La dificultad está en dotarnos de instrumentos de organización verdaderamente participativos que permitan que una sociedad con una cultura específica, anclada en un territorio, con relaciones no depredatorias sobre el mismo, se aglutine en torno a valores con los que la mayor parte esté de acuerdo. Hablar de tecnología (y no quiero insultar a nadie) es algo simple. Incluso puede ser muy divertido como han demostrado los «inventos del TBO». Como divertimento podemos intentar algunas cosas aunque resulte evidente a veces que estamos matando moscas a cañonazos o que, simplemente, estamos matando el tiempo. Los «inventos del TBO» no son originales, claro (como tampoco lo son las smart cities, en otro artículo hablaré del tema). En EEUU las máquinas de Rube Goldberg son famosas desde que en 1914 dibujara el primer invento titulado Automatic weight reducing machine. Y en Inglaterra William Heath Robinson también dibujó máquinas improbables, desvencijadas que apenas funcionan mediante retoques imposibles.
Hay que dar la bienvenida a la tecnología como ayuda para que nuestras ciudades funcionen mejor. Pero es que algunas de las innovadoras propuestas merecerían figurar como inventos del profesor Franz de Copenhague o asimilarse a las excéntricas máquinas de W. Heat Robinson. Innovaciones como la Copenhagen Wheel, una bicicleta con una rueda que nos informa en tiempo real de la contaminación, el estado de la calzada (supongo que si hay baches o si el piso está deslizante), o de la densidad del tráfico, no tienen nada que ver con la nueva organización urbana. O el CO2GO, una aplicación para el iPhone que nos dice el CO2 que generamos identificando si vamos a pié, en bici o en coche, se han expuesto en un reciente congreso sobre smart cities. Por supuesto que hay cosas más serias e interesantes. En este mismo congreso el teniente de alcalde de Sant Cugat habló de que Plan Local de Innovación persigue dos objetivos: la «ciudad verde» junto a la «ciudad digital». Juntas las dos confluirán en la « ciudad inteligente». Y yo con estos pelos. Lo más asombroso es que ya se hacen estudios como el presentado recientemente en otro evento celebrado recientemente en Madrid en el que una consultora IDC clasifica las ciudades españolas según su «inteligencia». Para lo que utiliza 94 indicadores y 23 criterios de evaluación. No coincide demasiado con la europea que reproducimos más arriba pero es que criterios e indicadores deben ser distintos (supongo, no quiero pensar mal).
Como puede verse en el cuadro las ciudades menos smart (no sé si calificarlas directamente de más tontas o estúpidas, en el informe se las denomina discretamente followers) parece que son Las Palmas de Gran Canaria, Badalona, Badajoz, Sabadell, Jerez de la Frontera, Alcorcón, Salamanca o Vigo. Aunque dada la dificultad de interpretación de lo que aparece en los ejes igual me equivoco. Pero las más inteligentes (el top 5) para asombro del personal (Anton Ozomek, oído al parche) resultan Málaga, Barcelona, Santander, Madrid y Donostia. De ninguna manera estoy en contra de que se innove. Todos mis alumnos saben que soy orteguiano hasta la médula. Y para Ortega, la técnica es lo específico, lo esencial, del hombre. Pero a veces la tecnología, esa hija no reconocida de la técnica, se comporta de una forma tan rastrera que casi dan ganas de repudiarla. Resumiendo este artículo tan largo: necesitamos soluciones tecnológicas para los cuidados paliativos de un enfermo que empieza a sufrir en muchos lugares del mundo, pero tenemos que saber que estos cuidados paliativos no lo van a curar y que, en algunos casos, pueden ser contraproducentes. Nuestras ciudades tienen que reorganizarse de nuevo como lo hicieron después de la Revolución Industrial. Pero esta reorganización va a venir de la mano de un cambio en la forma de pensar, en los valores y en los objetivos. Para terminar, por favor, dejemos de ponerle etiquetas a la pobre ciudad, ya no aguanta con el peso de más. Comprendo que las empresas tienen que vender y, para la venta, el márquetin y los esloganes son fundamentales. Pero los ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI no tienen que comprar una ciudad nueva a ninguna empresa privada (básicamente porque en estos momentos no hay dinero para hacerlo), tienen que construirla entre todos.
Materiales
Afortunadamente para el artículo de hoy esta sección (que es en la que más tiempo invierto) ya la tenía hecha. Y es que Manu Fernández de Ateneo Naider en Ciudades a escala humana hace una recopilación muy buena de referencias sobre el tema de las smart cities (leer también los comentarios al artículo). Incluso ha refundido en Scribd un documento con el título de Smart City. Tecnologías emergentes para el funcionamiento urbano que recopila lo que ha escrito al respecto. De forma que lo único que tengo que hacer es poneros el enlace que es este:
Referencias recopiladas por Manu Fernández
Por desgracia casi todas están en inglés (aunque sus artículos no). Por cierto, os recomiendo la lectura regular de Ciudades a escala humana de Manu en Ateneo Naider.
José Fariña Tojo es Catedrático de Urbanismo y Ordenación del Territorio en la Univerisdad Politécnica de Madrid
Artículo originalmente publicado en http://elblogdefarina.blogspot.com.es/
Este artículo se enmarca dentro del debate en línea sobre smart cities que estamos desarrollando en nuestro blog hasta el 20 de abril de 2011. Os animamos a que participéis en el mismo. Lo podéis hacer de distintas formas: mandándonos un texto —artículo, reseña de libro, breve reflexión, etc.— para que lo publiquemos en el blog, recomendándonos enlaces, bibliografía o simplemente haciéndonos llegar vuestro punto de vista a través de nuestras redes sociales (Twitter y Facebook); comentando los distintas entradas sobre el tema (¡es muy importante que se genere retorno en los textos que publiquemos!), o cualquier otra forma que consideréis oportuna y que sirva para enriquecer la discusión. Más información sobre el debate en los siguientes enlaces.
Entrada del blog en la que se explican todos los detalles sobre el debate:
http://www.paisajetransversal.org/2012/03/debata-sobre-smart-cities.html
Etiqueta Smart cities de nuestro blog:
http://www.paisajetransversal.org/search/label/Smart%20cities
Hashtag #DELG en Twitter:
https://twitter.com/#!/search/%23DELG
Créditos de las imágenes
Imagen 1: Modelo de máquina llamadora para pulsar el timbre (fuente: El blog de José de Fariña).
Imagen 2: Periódico infantil nutritivo (fuente: El blog de José de Fariña).
Imagen 3: Baldosas con sensores de lluvia, nieve o presión, Wifi y Bluetooth. Pavimentos inteligentes en la Puerta del Sol, Madrid (fuente: Xataka)
Imagen 4: Langfang eco-smart city. Premio AIA, ¿Alguién puede entender el «eco»? ¿y el «smart»? (fuente: Master Plan en Inhabitat).
Imagen 5: Dubai, una de las ciudades con mayor huella ecológica del mundo. Además de ciudad sostenible ¿también smart city? (fuente: FastCompany). Imagen 6: Esquema del uso intensivo de las TIC (fuente: Fundación Telefónica).
Imagen 7: La smart city de IBM (fuente: IBM).
Imagen 8: Los sensores nos rodean (fuente: Living PlanIT Valley).
Iamgen 9: Planta de la smart city de Paredes (Portugal). Microsoft y Living PlanIT: Paredes (Oporto) (fuente: Inhabitat).
Imagen 10: Clasificación europea de ciudades inteligentes. De las setenta primeras tres son españolas: Pamplona (41), Valladolid (43), Oviedo (50) (fuente: European Smart Cities). Imagen 11: Foto de Jevons y portada The Coal Question. Puede leerse esta obra en la Open Library. (fuente: UCL). Imagen 12: Efecto rebote: Ledes en edificios que probablemente no se habrían iluminado por el gasto que supondría. Torre Agbar, Barcelona (fuente: Techpin).
Imagen 13: Microsoft y Living PlanIT, la smart city de Paredes (Porto, Portugal). Película de terror ¿la bola verde será el cerebro de la ciudad? (fuente: Inhabitat). Imagen 14: Sensores diversos irán apareciendo en las calles inteligentes. Orwell, te lo has perdido (fuente: Smart cities Platform, Urenio).
Imagen 15: Profesor Lucifer Butts y la servilleta que funciona sola. Máquina de Rube Goldberg (fuente:sitio oficial de Rube Goldberg).
Imagen 16: Copenhagen Wheel, la smart bicycle, ¡quiero una! (fuente: Walyou).
Imagen 17: Matriz del índice de ciudades inteligentes de España, IDC (fuente:Computing)
Después de unos años de debilidad las soluciones tecnológicas atacan de nuevo. Todos aquellos que conocen mi defensa de la eficiencia en el funcionamiento de edificios, ciudades y territorios, puede que se sorprendan de este ataque frontal a una de las etiquetas (smart city) que, últimamente, aparece por todas partes como la solución a nuestros males. Pero es que creo poco en que la serie de inventos tecnológicos que están apareciendo con el objetivo supuesto de aumentar la eficiencia del sistema urbano resuelvan el problema. A mediados de los años cuarenta del pasado siglo XX el semanario de historietas cómicas TBO (el más famoso de la historia del cómic español, publicó su primer número en 1917 y desapareció en 1998) comenzó una serie humorística que tuvo diferentes nombres —Grandes Inventos, Inventos Prácticos, Grandes Inventos Prácticos— que se caracterizaba por organizar montajes sumamente rebuscados con objeto de solucionar problemas tontos generalmente cotidianos. Dice la Wikipedia —la cito, no como el Sr. Houellebeck— al referirse a esta sección del cómic: «En ella se describían pormenorizadamente inventos estrafalarios, a veces sumamente complejos, con una finalidad banal» .
Lo cierto es que se trata de una parte de mis recuerdos realmente maravillosa. Hay que reconocer que todos aquellos que hemos leído sistemáticamente al profesor Franz de Copenhague probablemente hayamos quedado bastante inmunizados frente a los alardes tecnológicos, arquitectura high-tech y demás muestras prodigiosas del pensamiento inventivo humano. Decía la publicidad del propio TBO reproduciendo uno de los «inventos» del dibujante Sabatés: «El profesor Franz, de Copenhague, propugna la creación de un periódico infantil nutritivo». Efectivamente, según el reputado inventor, «los niños pasarán un rato placentero, leyendo las graciosas historietas de su periódico favorito, y después lamerán las páginas de éste, deleitándose con el dulzor de la tinta y el papel hábilmente combinados. Finalmente se comerán el periódico que, además de ser una deliciosa golosina, constituirá un alimento de alta calidad» . Es una pena que no se pueda hacer lo mismo con el ordenador en el que estáis leyendo este artículo. El hecho de que uno de los inventos, un cómic comestible, sirviera de publicidad al mismo, ya puede dar idea de la ironía que encerraban las historietas.
Relaciono a continuación algunos ejemplos (correspondientes a diferentes dibujantes que se han encargado de los Grandes Inventos) para que los jóvenes que se han perdido tamaña aportación a la historia de la humanidad vayan rápidamente a la oficina de patentes, los patenten antes que nadie, y luego exijan el cobro de derechos de autor a través de la SGAE u organismos unicelulares parecidos cuyo objetivo sea patrimonializar privadamente el acervo cultural de la humanidad: dispositivo para hacer vino con zapatos viejos, bicicleta recoge basuras, suministro automático de leche para el bebé, aparato limpia narices, máquina para hacer cosquillas, huevos con cáscara de cristal, melones cuadrados, cepillito filarmónico, bicicleta para limpiar farolas, periódico infantil nutritivo, artilugio para brindar en mesas grandes, plataforma accionada por gallinas para subir el coche a casa, máquina para partir un piñón. En España se ha quedado para siempre la expresión «los inventos del TBO» como sinónimo de artilugio tecnológico creado para realizar una actividad normalmente cotidiana (ficticia o no), organizando un mecanismo cuanto más complicado mejor, y sin preocuparse de los problemas que pueda producir su funcionamiento.
La primera vez que oí la expresión smart city me pareció que por fin se reconocía la necesidad de racionalizar la construcción de la ciudad. Sin embargo dudé un poco porque dadas mis escasas habilidades lingüísticas, y aunque casi todas las expresiones que conocía (smart phone, smart card, smart terminal) aplicadas a aparatos generalmente tecnológicos parece que se traducían por «inteligente» (teléfono inteligente, tarjeta inteligente, terminal inteligente), visto el tratamiento que se le daba a la ciudad no acababa yo de ver la inteligencia por ningún lado. Tampoco me cuadraba como relacionada con la elegancia, el buen tono y cosas así (to look smart, the smart set). Aunque sí como «ciudad lista» o más bien «listilla» quizás (sobre todo por parte de determinadas multinacionales). Con lo que sí estaba claro que se relacionaba era con la tecnología, pero no les debía de parecer una etiqueta demasiado «eco» o «verde» y la expresión technology city ni se la debieron plantear. En fin, independientemente de mis subjetivas y limitadas apreciaciones en este campo, se estaba consolidando la expresión con bastante fuerza entre algunos círculos dedicados a la planificación de áreas urbanas concretas tales como la energía, la movilidad o las infraestructuras.
Después de las ciudades sostenibles, las ciudades resilientes, las ciudades habitables, las ciudades sanas, las ciudades seguras, las ciudades bioclimáticas, las ciudades verdes o las ciudades de los ciudadanos, los que de una u otra forma nos relacionamos con la organización, diseño y planificación de esas cosas que algunos llaman ciudades teníamos otra etiqueta más, smart cities. Pero, en realidad ¿dónde ponen el acento las ciudades inteligentes? Se supone que en la inteligencia (o la listura) ¿qué es eso aplicado a una ciudad? ¿una ciudad piensa? ¿tiene alma? ¿se condena para siempre en el infierno si se porta mal? Uno teclea en Google smart cities y la primera página que aparece es www.smartcities.es (claro, busco desde España) correspondiente a una consultora. Supongo que habrá pagado a Google para que aparezca en primer lugar ya que en el que día que la visité tenía la fabulosa cifra total de 7.560 visitas aparte de haber registrado el nombre de smart cities antes que nadie. En cabecera aprecía el título siguiente: «Smart cities: Un primer paso hacia lainternet de las cosas. Informe de la Fundación Telefónica para descarga (PDF)» . Así que me fui a la Fundación Telefónica y leí.
No necesité descargar el informe (para lo cual tenía que estar registrado, pero no me gusta que conozcan la dirección del correo más que a mis amigos y me parecía una villanía darles la que utilizo como sumidero de spam) ya que en la propia página se puede leer lo siguiente para sacarnos de dudas sobre lo que es una ciudad de este tipo: «Se define smart city como aquella ciudad que usa las TIC para hacer que, tanto su infraestructura crítica, como sus componentes y servicios públicos ofrecidos sean más interactivos, eficientes y los ciudadanos puedan ser más conscientes de ellos». Y más adelante: «El espectacular desarrollo de las tecnologías TIC relacionadas con la IoT en los últimos años (redes de sensores, RFIDs, etc.) y de las comunicaciones de datos móviles (M2M, Mobile Broadband, etc.) amplia enormemente las posibilidades de mejora muchos servicios urbanos hasta cotas hasta ahora inimaginables, solo limitadas por la capacidad financiera de los órganos de gobierno municipales» (curiosa forma de llamar a los Ayuntamientos, y no quiero hacer sarcasmos con el tema de la corrupción que ya está muy tratado). No fue necesario leer más. Una smart city es aquella que utiliza los servicios de Telefónica. En la imagen posterior podéis ver un esquema de la Fundación Teléfonica sobre el uso intensivo de las TIC.
Claro que también podemos leer una noticia del 24 de noviembre del servicio de prensa de otra afamada multinacional: «IBM ha presentado el programa Smarter cities challenge, cuyo objetivo es contribuir a que los sistemas y procesos urbanos de 100 ciudades de todo el mundo sean más eficientes, más sostenibles y, en definitiva, más inteligentes. Para ello, la Compañía donará servicios y tecnología por valor de alrededor de 50 millones de dólares, a lo largo de los próximos tres años» . El hecho de que IBM esté dispuesta a «donar servicios y tecnología por valor de 50 millones de dólares» a mí, particularmente, me resulta bastante emocionante. Así que, con toda rapidez, me desplacé al apartado de Ciudades inteligentes que IBM tiene en su página web y leí: «Barrios seguros. Escuelas de Calidad. Vivienda asequible. Tráfico fluido. Todo es posible». Tal muestra de optimismo me dejó, literalmente, paralizado por el ansia. De forma que abrí como pude (las manos me temblaban) los documentos disponibles en español. Su lectura me decepcionó un poco. Sobre todo el que se titulaba «Ciudades más inteligentes para un desarrollo sostenible».
Al final del documento se detallan los pasos que, según IBM, deben adoptar los responsables urbanos: «Decidir cómo debe ser su ciudad: crear su marca; adoptar políticas que conduzcan a un crecimiento basado en la cualificación, la creatividad y los conocimientos; optimizar los servicios orientándolos al ciudadano; emplear el pensamiento sistémico en todos los aspectos de la planificación y la gestión; desarrollar y aplicar las tecnologías de la información para mejorar los sistemas básicos de la ciudad». Este último (el más importante según se dice textualmente) está basado en «el poder de la ingente cantidad de datos reales que ya se recogen sobre los patrones de comportamiento de los habitantes y los sistemas de la ciudad, procurando dotar a sus sistemas de tres niveles básicos de capacidad: recoger y gestionar el tipo adecuado de datos; integrar y analizar los datos; basándose en análisis avanzados, optimizar el sistema para lograr el comportamiento deseado». No quiero poneros los pelos de punta pensando en Orwell pero si pincháis en la pestaña que dice Sistemas (está al lado de la que pone Ciudades) veréis que lo de Orwell es un juego de niños. En cualquier caso ya comprendo. Una Smart ity es aquella que utiliza los servicios de IBM.
Pero no vayan a pensarse que Telefónica o IBM están solas en la lucha por la «sostenibilidad» del planeta. También Microsoft pone su granito de arena. Hace unos meses nos sorprendió la noticia de que la firma Living PlanIT liderada por un ex directivo de Microsoft y con la implicación total de esta compañía pretende construir una smart city cerca de Oporto en Portugal. La «sostenibilidad» y mayor habitabilidad va a ser conseguida a base de dotar a todos sus edificios y construcciones de variados sensores que se encargaran de detectar múltiples problemas de seguridad (no se especifica qué clase de seguridad: alimentaria, atracos, infidelidades, fuego, escapes de gas, libros incluidos en el Índice) y de otros tipos. Para ello todos estos datos se gestionarían, desde la plataforma Urban Operating System (USO), en tiempo real y en «la nube», por los diferentes sistemas informáticos de control de infraestructuras, tráfico, distribución de energía, contaminación y otros. Se supone que un cuarto de millón de personas van a vivir en las mejores condiciones en unas 1700 hectáreas. Es coste estimado es de 10.000 millones de euros. Ya voy comprendiendo, una smart city es aquella que utiliza los servicios de Microsoft.
Sin embargo, no hay que ser tan negativos. Por supuesto que una empresa privada intenta vender sus productos y su objetivo es conseguir los mayores beneficios posibles para sus accionistas. Su comportamiento desinteresado sería perverso y pondría piedras en el engranaje del sistema. De forma que es comprensible que si alguna de ellas, bien sea Telefónica, IBM o Microsoft, ve un nicho de negocio intente explotarlo. Pero una ciudad es algo más que un nicho de negocio empresarial. Y el colectivo de sus habitantes sí que debería pensar inteligentemente. Claro que hay que aplicar las nuevas tecnologías en el siglo XXI. De hecho se están aplicando. No creo que vivamos en la edad de piedra ni que ningún planificador urbano piense que vamos a volver a la Edad Media con el «¡agua va!» y cosas parecidas. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es pensar que las nuevas tecnologías van a solucionar problemas que son, esencialmente, políticos y éticos. El «asuntillo» de los límites del planeta no se resuelve solo mejorando la eficiencia de nuestros sistemas. Por supuesto que hay que mejorarla. Pero ese no es el objetivo principal. El objetivo principal no es construir «ciudades inteligentes», sino construir ciudades habitables y adecuadas a las condiciones del siglo que nos ha tocado vivir que es el siglo XXI.
La situación extraordinaria en la que nos encontramos es que, por primera vez en la historia de la humanidad, para seguir creciendo tenemos que impedir que otros crezcan si por crecimiento se entiende seguir consumiendo planeta. Porque resulta que ya hemos llegado al límite de su biocapacidad. Así de sencillo. Esta situación nos obliga a repensar la mayor parte de los planteamientos con los que hemos funcionado hasta ahora. No es suficiente con mejorar la eficiencia de los sistemas. Por supuesto que hay que hacerlo. Pero como dije en el Congreso de APIA (Asociación de Periodistas de Información Ambiental) hace más o menos un mes en el CaixaForum de Madrid: «tenemos un enfermo al que hay que operar y pretendemos solucionar el problema con cuidados paliativos» (perdón por la autocita). Claro que son necesarios los cuidados paliativos, el enfermo no debe sufrir. Pero si pensamos que el objetivo es solo que no sufra probablemente se morirá. El problema de las smart cities no es el intento de mejora en la eficiencia del sistema urbano. Es que este intento oculte el problema básico que debemos afrontar. La tecnología no es más que un instrumento. Y además, un instrumento que hay que aplicar con sumo cuidado no sea que estemos propiciando «inventos del TBO», y que las soluciones aportadas sean puras banalidades, resuelvan problemas inexistentes o compliquen más las cosas de lo que están.
Aún suponiendo que las smart cities aborden problemas relevantes y consigan resolverlos sin aumentar los costes ecológicos previos, además resulta que el planteamiento es bastante discutible desde el punto de vista teórico en algunos aspectos que no puedo resistirme a plantear (por lo menos de forma indicativa) aunque alargue excesivamente el artículo. La primera es que si se pretende racionalizar el funcionamiento de la ciudad para que consuma menos y contamine menos resulta imprescindible abordar la llamada «paradoja de Jevons». William Stanley Jevons fue un economista británico que en el año 1865 publicó The coal question donde planteaba la dependencia energética de Inglaterra respecto al carbón considerado como un recurso limitado. En esta obra Jevons trató algunas cuestiones que ahora nos pueden sorprender por lo modernas tales como el tema de los «picos» energéticos, la posibilidad de utilizar energías renovables como solución, o su escasa fe en medidas fiscales para reducir el consumo. Aunque las tesis de Jevons se han revisado posteriormente (Polimeri en su libro The Jevons paradox and the myth of resource efficiency improvements) parece que el problema se mantiene en la mayor parte de los casos (elasticidad ligada al precio) a menos que se activen medidas complementarias. Aquellos interesados en el tema pueden revisar también el llamado Postulado Khazzoom-Brookes.
En cualquier caso Jevons constató que «se trata de una confusión de ideas completa suponer que el uso eficiente del combustible equivale a una reducción del consumo. La verdad es exactamente contraria a este supuesto». Hizo esta afirmación después de demostrar que las mejoras en la eficiencia que Watt introdujo en la máquina de vapor sobre el diseño de Newcomen aumentaron de forma notable el consumo de carbón. Se puede establecer incluso una fórmula matemática que expresa el efecto rebote, pero podría resumirse de una manera sencilla así: aumentos en la eficiencia reducen el consumo instantáneo pero la mejora el modelo trae consigo un aumento del consumo global. Esto significa que los planteamientos puramente tecnológicos no nos llevan a conseguir los objetivos marcados si estos objetivos son reducciones del consumo que permitan una más justa distribución de los recursos. Según Jevons tampoco parece que la vía de la imposición mediante tasas o impuestos haya dado resultado, de forma que la única solución razonable pasa por el cambio de modelo y de valores. Esto es lo que proponen aquellos que optan por el decrecimiento o la vías de desarrollo alternativas. No es ahora el momento de discutir el tema (hay un artículo en mi blog sobre decrecimiento) pero es una objeción bastante importante a las propuestas tecnológicas de las smart cities.
El segundo problema se refiere a la propia consideración sistémica del planteamiento. Me refiero a la confrontación entre «ciudades resilientes» y «ciudades inteligentes». Resulta que uno de los principios básicos de la «sostenibilidad» de los ecosistemas (de su resiliencia) es la diversidad. La diversidad huye del control centralizado de los diferentes subsistemas. A mayor dependencia unos de otros mayor es la probabilidad de que, ante una situación crítica, todo se venga abajo. Precisamente por lo que aboga la resiliencia es por la autosuficiencia de los diferentes elementos que componen el sistema. Cuanto más autosuficientes sean los susbsistemas más posibilidades hay de que todo funcione mejor. La existencia de elementos fundamentales para la resiliencia como son la redundancia (que es lo que primero que se elimina en aras de la eficiencia) o los ecotonos fuertes, diversos y con posibilidades de convertirse en sistemas nucleares, parece imprescindible. Sin embargo, la filosofía básica de las smart cities es justamente la contraria. La centralización e interdependencia de los diferentes procesos permite la racionalización y eficiencia del conjunto. Hay que hacer notar que este sistema que ahora se quiere aplicar a las ciudades ya hace tiempo que ha sido desechado por las mayores empresas del mundo que han optado (en aras precisamente de su resiliencia) de desprenderse de procesos, hacerlos autónomos y dejarlos que se las compongan por sí mismos.
Para terminar de señalar algunas de las dificultades que veo en estos planteamientos centralizadores solo quisiera destacar otra de las que me preocupan especialmente. Ya hace tiempo que vengo proponiendo que la alternativa al modelo actual pasa por reforzar las identidades locales de forma que los territorios se empiecen a volver más autistas, más encerrados en sí mismos, con objeto de evitar el mayor peligro del siglo XXI, el pensamiento único. Quisiera diferenciar ahora, y de forma especial, el pensamiento único del pensamiento planetario. Así como el segundo ha sido una de las mayores conquistas de la humanidad el primero es la amenaza más directa a la misma. La tentación de imponer sus tesis de los que tienen las palancas del control, se acrecienta notablemente cuando se puede acceder a una gran cantidad de datos que se cruzan, analizan y organizan para evitar «las anomalías». Estoy hablando de Orwell, claro. Pero no solo de Orwell (es decir, de la ficción) sino de los servicios de inteligencia, del espionaje industrial, de la publicidad, de la mercadotecnia y de los robots buscadores en internet, por ejemplo. Los sensores de temperatura que se pretenden colocar en las viviendas de la smart city portuguesa permiten «monitorizar» la temperatura de los inmuebles en tiempo real y los de movimiento la actividad que se produce. El problema es que todo ello está controlado por no se sabe muy bien por quién y de forma no transparente. De nada de esto se habla cuando se diseña un sistema de este tipo. Y es de lo que hay que hablar. Colocar un sensor de temperatura es una tontería y diseñar un software que lo controle también. Lo que ya no es tan tonto es proponer como se gobierna toda esta información.
Es realidad, más que hablar de smart cities habría que hablar de «ciudades estúpidas» (stupid cities) o «ciudades tontas» si empezamos a pensar que la solución de nuestros problemas es tecnológica. La tecnología puede ayudar pero el foco no hay que ponerlo ahí. La dificultad está en dotarnos de instrumentos de organización verdaderamente participativos que permitan que una sociedad con una cultura específica, anclada en un territorio, con relaciones no depredatorias sobre el mismo, se aglutine en torno a valores con los que la mayor parte esté de acuerdo. Hablar de tecnología (y no quiero insultar a nadie) es algo simple. Incluso puede ser muy divertido como han demostrado los «inventos del TBO». Como divertimento podemos intentar algunas cosas aunque resulte evidente a veces que estamos matando moscas a cañonazos o que, simplemente, estamos matando el tiempo. Los «inventos del TBO» no son originales, claro (como tampoco lo son las smart cities, en otro artículo hablaré del tema). En EEUU las máquinas de Rube Goldberg son famosas desde que en 1914 dibujara el primer invento titulado Automatic weight reducing machine. Y en Inglaterra William Heath Robinson también dibujó máquinas improbables, desvencijadas que apenas funcionan mediante retoques imposibles.
Hay que dar la bienvenida a la tecnología como ayuda para que nuestras ciudades funcionen mejor. Pero es que algunas de las innovadoras propuestas merecerían figurar como inventos del profesor Franz de Copenhague o asimilarse a las excéntricas máquinas de W. Heat Robinson. Innovaciones como la Copenhagen Wheel, una bicicleta con una rueda que nos informa en tiempo real de la contaminación, el estado de la calzada (supongo que si hay baches o si el piso está deslizante), o de la densidad del tráfico, no tienen nada que ver con la nueva organización urbana. O el CO2GO, una aplicación para el iPhone que nos dice el CO2 que generamos identificando si vamos a pié, en bici o en coche, se han expuesto en un reciente congreso sobre smart cities. Por supuesto que hay cosas más serias e interesantes. En este mismo congreso el teniente de alcalde de Sant Cugat habló de que Plan Local de Innovación persigue dos objetivos: la «ciudad verde» junto a la «ciudad digital». Juntas las dos confluirán en la « ciudad inteligente». Y yo con estos pelos. Lo más asombroso es que ya se hacen estudios como el presentado recientemente en otro evento celebrado recientemente en Madrid en el que una consultora IDC clasifica las ciudades españolas según su «inteligencia». Para lo que utiliza 94 indicadores y 23 criterios de evaluación. No coincide demasiado con la europea que reproducimos más arriba pero es que criterios e indicadores deben ser distintos (supongo, no quiero pensar mal).
Como puede verse en el cuadro las ciudades menos smart (no sé si calificarlas directamente de más tontas o estúpidas, en el informe se las denomina discretamente followers) parece que son Las Palmas de Gran Canaria, Badalona, Badajoz, Sabadell, Jerez de la Frontera, Alcorcón, Salamanca o Vigo. Aunque dada la dificultad de interpretación de lo que aparece en los ejes igual me equivoco. Pero las más inteligentes (el top 5) para asombro del personal (Anton Ozomek, oído al parche) resultan Málaga, Barcelona, Santander, Madrid y Donostia. De ninguna manera estoy en contra de que se innove. Todos mis alumnos saben que soy orteguiano hasta la médula. Y para Ortega, la técnica es lo específico, lo esencial, del hombre. Pero a veces la tecnología, esa hija no reconocida de la técnica, se comporta de una forma tan rastrera que casi dan ganas de repudiarla. Resumiendo este artículo tan largo: necesitamos soluciones tecnológicas para los cuidados paliativos de un enfermo que empieza a sufrir en muchos lugares del mundo, pero tenemos que saber que estos cuidados paliativos no lo van a curar y que, en algunos casos, pueden ser contraproducentes. Nuestras ciudades tienen que reorganizarse de nuevo como lo hicieron después de la Revolución Industrial. Pero esta reorganización va a venir de la mano de un cambio en la forma de pensar, en los valores y en los objetivos. Para terminar, por favor, dejemos de ponerle etiquetas a la pobre ciudad, ya no aguanta con el peso de más. Comprendo que las empresas tienen que vender y, para la venta, el márquetin y los esloganes son fundamentales. Pero los ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI no tienen que comprar una ciudad nueva a ninguna empresa privada (básicamente porque en estos momentos no hay dinero para hacerlo), tienen que construirla entre todos.
Materiales
Afortunadamente para el artículo de hoy esta sección (que es en la que más tiempo invierto) ya la tenía hecha. Y es que Manu Fernández de Ateneo Naider en Ciudades a escala humana hace una recopilación muy buena de referencias sobre el tema de las smart cities (leer también los comentarios al artículo). Incluso ha refundido en Scribd un documento con el título de Smart City. Tecnologías emergentes para el funcionamiento urbano que recopila lo que ha escrito al respecto. De forma que lo único que tengo que hacer es poneros el enlace que es este:
Referencias recopiladas por Manu Fernández
Por desgracia casi todas están en inglés (aunque sus artículos no). Por cierto, os recomiendo la lectura regular de Ciudades a escala humana de Manu en Ateneo Naider.
José Fariña Tojo es Catedrático de Urbanismo y Ordenación del Territorio en la Univerisdad Politécnica de Madrid
Artículo originalmente publicado en http://elblogdefarina.blogspot.com.es/
Este artículo se enmarca dentro del debate en línea sobre smart cities que estamos desarrollando en nuestro blog hasta el 20 de abril de 2011. Os animamos a que participéis en el mismo. Lo podéis hacer de distintas formas: mandándonos un texto —artículo, reseña de libro, breve reflexión, etc.— para que lo publiquemos en el blog, recomendándonos enlaces, bibliografía o simplemente haciéndonos llegar vuestro punto de vista a través de nuestras redes sociales (Twitter y Facebook); comentando los distintas entradas sobre el tema (¡es muy importante que se genere retorno en los textos que publiquemos!), o cualquier otra forma que consideréis oportuna y que sirva para enriquecer la discusión. Más información sobre el debate en los siguientes enlaces.
Entrada del blog en la que se explican todos los detalles sobre el debate:
http://www.paisajetransversal.org/2012/03/debata-sobre-smart-cities.html
Etiqueta Smart cities de nuestro blog:
http://www.paisajetransversal.org/search/label/Smart%20cities
Hashtag #DELG en Twitter:
https://twitter.com/#!/search/%23DELG
Créditos de las imágenes
Imagen 1: Modelo de máquina llamadora para pulsar el timbre (fuente: El blog de José de Fariña).
Imagen 2: Periódico infantil nutritivo (fuente: El blog de José de Fariña).
Imagen 3: Baldosas con sensores de lluvia, nieve o presión, Wifi y Bluetooth. Pavimentos inteligentes en la Puerta del Sol, Madrid (fuente: Xataka)
Imagen 4: Langfang eco-smart city. Premio AIA, ¿Alguién puede entender el «eco»? ¿y el «smart»? (fuente: Master Plan en Inhabitat).
Imagen 5: Dubai, una de las ciudades con mayor huella ecológica del mundo. Además de ciudad sostenible ¿también smart city? (fuente: FastCompany). Imagen 6: Esquema del uso intensivo de las TIC (fuente: Fundación Telefónica).
Imagen 7: La smart city de IBM (fuente: IBM).
Imagen 8: Los sensores nos rodean (fuente: Living PlanIT Valley).
Iamgen 9: Planta de la smart city de Paredes (Portugal). Microsoft y Living PlanIT: Paredes (Oporto) (fuente: Inhabitat).
Imagen 10: Clasificación europea de ciudades inteligentes. De las setenta primeras tres son españolas: Pamplona (41), Valladolid (43), Oviedo (50) (fuente: European Smart Cities). Imagen 11: Foto de Jevons y portada The Coal Question. Puede leerse esta obra en la Open Library. (fuente: UCL). Imagen 12: Efecto rebote: Ledes en edificios que probablemente no se habrían iluminado por el gasto que supondría. Torre Agbar, Barcelona (fuente: Techpin).
Imagen 13: Microsoft y Living PlanIT, la smart city de Paredes (Porto, Portugal). Película de terror ¿la bola verde será el cerebro de la ciudad? (fuente: Inhabitat). Imagen 14: Sensores diversos irán apareciendo en las calles inteligentes. Orwell, te lo has perdido (fuente: Smart cities Platform, Urenio).
Imagen 15: Profesor Lucifer Butts y la servilleta que funciona sola. Máquina de Rube Goldberg (fuente:sitio oficial de Rube Goldberg).
Imagen 16: Copenhagen Wheel, la smart bicycle, ¡quiero una! (fuente: Walyou).
Imagen 17: Matriz del índice de ciudades inteligentes de España, IDC (fuente:Computing)
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