Delito, según la RAE, hace referencia a un acto penado por la ley. Pero también aquella acción reprobable que nosotros, de manera cotidiana, entendemos como: “esto es un delito”.
Si los restauradores tenemos un código deontológico que debemos seguir porque de esa manera nos atenemos a las directrices básicas que hemos aprendido en nuestra profesión es fundamentalmente porque nos permiten respetar la obra por encima de todo. Pero no estamos colegiados. Y aunque tenemos varias instituciones que velan, a nivel comunitario y nacional por el derecho de nuestro patrimonio, si vemos algo inadmisible- y lo vemos más a menudo de lo que nos gustaría-, no tenemos forma de denunciarlo.
Quizá y fundamentalmente porque hay una dicotomía desde nuestras propias instituciones, produciéndose claras irregularidades desde el propio sistema de enseñanza o cuando desde las comunidades realizan exámenes para otorgar el carnet de artesano bajo criterios reprobables desde ese propio código deontológico.
Mi experiencia profesional es relativamente corta en comparación con la de otros compañeros, pero en este poco tiempo ya me he enfrentado a situaciones que me han hecho plantearme hasta qué punto existe un mínimo de respeto a esta profesión, a nuestro patrimonio, o hasta qué punto amamos nuestros recuerdos. Precisamente esta es una de las razones por las que inicié este blog. Porque detrás de algunas estaba el “yo no sabía que aquí había restauradores profesionales (sic)”
Cuando un vecino tira de un vecino para hacer una labor de bricolaje para unos de los libros heredados de su bisabuelo, porque es un auténtico manitas, culto, diestro, que se le da todo bien y además es un incansable trabajador… pues me parece bien. Allá cada uno con su colección bibliográfica… si bien preferiría que dejasen el libro tal y como está. O como mínimo se asesoren: preguntar a un restaurador no es como ir a la consulta de un médico (por desgracia para nosotros, claro y no hay que sacar la tarjeta de crédito nada más oler la consulta. No. Pero si aún así les hace ilusión que su vecino “Restaure” su libro (arrástrese la erre para darle más importancia), adelante. Algún nieto suyo se acordará del evento si por casualidad sale bibliófilo.
Pero cuidado cuando salgamos de nuestras casas. Aquí la cosa ya cambia. O mejor: debería cambiar. Porque estamos jugando con el patrimonio de todos. Y para velar por él es importante asegurarnos de que quien se encargue de él es un profesional conocedor de aquello que NUNCA debe hacerse.
Fijaros:
Esto es un detalle de un bifolio del XVI. Los artesanos crearon la hoja, pero al cortarla una parte de la misma quedó arrugada hacia el interior y ahora podemos ver el testimonio del corte solamente con levantar ese fragmento de papel. Es un bello testimonio de las prisas de unos artesanos que vivían de su oficio. Nos retrotrae el pasado. Nos imaginamos el proceso. La dejamos tal cual está, para que quede como prueba de la fabricación de este papel.
Ahora veamos esta otra imagen:
Esto es un detalle de un libro de actas de 1931. Los artesanos encuadernadores crearon en su día el libro, cosieron los cuadernillos, marmolearon los tres cortes.
Hoy llegó a mis manos tras pasar por otras, supuestamente de alguien que se decía encuadernador. No sólo guillotinó el corte de cabeza y de pie (superior e inferior), eliminando el testimonio del marmoleado, sino que decidió guillotinar también el lomo para evitar desmontar el libro y con ello fulminó todos los cuadernillos, re-encolando después (al estilo de los libros en rústica que todos tenemos y que acaban con las hojas sueltas por nuestra biblioteca).
Pero al cortar el bloque una parte de esta hoja quedó arrugada hacia el interior y ahora podemos ver el testimonio del corte solamente con levantar ese fragmento de papel. Es un funesto testimonio de las prisas de unos artesanos que viven de su oficio. Nos retrotrae al presente. Nos imaginamos el proceso.
La dejamos tal cual está, para que quede como prueba del delito.