Revista Opinión

Demasiadas preguntas

Publicado el 18 agosto 2014 por Jcromero

Por la crisis o por una extraña necesidad de volver a viejas lecturas, el caso es que ahora leo libros ya leídos. Cada vez que regreso a uno de ellos descubro el mal lector que soy. Siempre aparecen aspectos que pasaron inadvertidos aunque, en ocasiones, me pregunto por qué no me desprendí de ese ejemplar que ahora no me dice nada. Subrayados y notas se muestran como elocuentes testigos de nuestro cambio. Leemos el mismo texto, pero ahora se nos muestra diferente. El libro es el mismo, nosotros no. Demasiadas preguntas. 

Madrid, principios de los años ochenta. Entre los estertores de la dictadura y el pálpito incipiente de un tiempo jalonado de sueños, convulsiones y certezas impuestas. La herencia de una Transición que busca desprenderse de un nefasto legado político y la de unos jóvenes sin nada que heredar, sin otro legado que el desamparo de quienes sienten estar encadenados a un pasado, a unas relaciones familiares frustrantes o al convencimiento de que el mundo y sus propias vidas son una burla. Historias personales que entrelazan los hilos de la urdimbre y la trama en un periodo de incertidumbres, viejos fantasmas y mucho vacío.

Cuatro figuras de trazos grotescos son sus principales protagonistas. Dámaso Medina, profesor de filología: obsesionado por vivir decentemente (sólo las personas responsables, aunque sean sombras apenas iluminadas, son libres), amenazado por una ceguera cada vez más espesa, atenazado por la culpa, el remordimiento y la certeza de que el morirse ya no era una afirmación de futuro sino de presente. Su hija Dalila, de piernas oscuras y secas como dos cañas a quien, a su debido tiempo, afloraron dos diminutas protuberancias en su cuerpo de lagartija. Una hija que se encerraba en la intransigente desolación de su cuarto, separada de su padre y del mundo por una barrera de rotunda imbecilidad colérica. El hijastro, Ferrucho, tan escuálido, enjuto y esencial como la propia Dalila pero más hosco, que solía hacer demasiadas preguntas y pasear en moto acompañado de un perro sólido, de hocico cilíndrico y dos ojos como bolas de acero; un joven marginal que entre preguntas y más preguntas buscaba su propia destrucción. Silvestre Gómez Pastor, escritor de novelas populares, viejo compañero de estudios, opositor feroz al régimen en vida del dictador y provisto de una inagotable verborrea que propone al filólogo escribir una gramática castellana y conseguir del Ministerio de Cultura una buena subvención.

La policía permite que unos skinheads aticen de lo lindo a Ferrucho hasta dejarlo en unas condiciones de las que no se repondrá. A partir de ahí, un recorrido por Madrid y un acercamiento al funcionamiento de la policía, de la justicia o de la política de un Gobierno tan muerto como el Caudillo aunque aún le quedaran unos meses para comenzar a apuñalarse por la espalda los unos a los otros. Una policía que añoraba los años setenta —¡tan violentos, tan impunes!— y a la prensa leal de los últimos cuarenta años que ahora le parecía vindicativa y chivata. Una justicia que, anclada aún en el viejo régimen despótico, se mostraba paternal siempre que los débiles aceptaran mantenerse en perpetua debilidad y unos abogados del turno de oficio obligados, de tarde en tarde, a cambiar por un día el registro de sociedades o los consejos de administración por la defensa de algún desheredado para recibir las bendiciones de los círculos católicos.

Fugaces ataques de filantropía que toparán con la defensa imposible de quien había decidido cerrar los escasos signos de atención al mundo. Ferrucho muere y los dos viejos amigos, sabiendo que la violencia y la hipocresía se parapetan en el uso perverso del lenguaje, renuncian al proyecto de la nueva gramática al conocer las pretensiones de aquel ministro con cabeza de pera, rapado germánico, que hablaba a velocidad inverosímil y era el único que, habiendo servido contundentemente las órdenes de Franco, aún permanecía como ministro una vez muerto el dictador. 

Demasiadas preguntas
Félix de Azúa
Anagrama 1994

Es lunes, escucho música:

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