Revista Cultura y Ocio

Demasiado mayor – @Mous_Tache

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

– Estaba demasiado mayor el hombre.

Me lo dice mientras estrecha mi mano y nos miramos a los ojos. Es temprano aunque comienza a hacer calor. Soy el único que ha vestido traje y corbata para el entierro y noto las gotas de sudor abriéndose camino por el interior de la camisa. Quizás soy el único que ha entendido que no importa ese pequeño sacrificio a la hora de mostrar respeto hacia alguien que se fue o es que el gran grueso del resto de asistentes al evento superaron los sesenta hace como mínimo diez y tan sólo dejan pasar los días sin demasiado ánimo entre trámite y trámite a la espera de su turno.

Mariano siempre me dijo que uno no se debe morir mientras le queden cosas por hacer y desde luego morir haciendo lo que a uno le gusta.

Él murió haciendo lo que le gustaba: ser la persona más cabezota del mundo y cogiendo setas. Aunque, la verdad, podría haber muerto cada día a diferentes horas. La muerte, irónica ella, y a la espera de cumplir sus deseos, debía estar rondándole desde hacía tiempo para sorprenderle en cualquiera de sus hábitos diarios. Hacía años que lo intentó mediante la técnica del infarto. Aún recuerdo su cara cuando llegamos al hospital, riendo, diciendo que se encontraba de “puta madre” y que un infarto no era para tanto en contraposición a la actitud de preocupación y sorpresa de las enfermeras que trataban de mantenerlo tumbado en la cama y que no se quitase la vía y el enjambre de cables que le habían puesto.

Debía observarle mientras se metía a las siete de la mañana a pescar pulpos en el rompeolas del puerto para luego venderlos todos menos el mejor, que ese venía a casa, a los restaurantes de la zona. Puede que le mirase de reojo mientras pintaba paisajes en tablas y cuarterones de puertas que se iba encontrando o le regalaban para luego venderlos a los turistas ingleses en los mercadillos de la zona. Es posible que afilase pacientemente su guadaña mientras Mariano tocaba la dulzaina, repetía acordes extraños en una guitarra vieja, arreglaba sus más de cincuenta motos antiguas, ponía en marcha su seiscientos para pasear a los nietos, sacaba a bailar cada noche a su mujer, aprendía inglés mediante una colección incompleta de fascículos de la BBC que había adquirido por cinco euros, peleaba con windows en un portatil que yo le regalé o mientras conducía desde Málaga hacia una aldea de Ávila porque había visto en la televisión que iba a llover un día y a hacer sol a los siguientes, cuestión que en conjunción con la época del año, dotaban a las praderas de su aldea natal de las circunstancias idóneas para la aparición de las setas de cardo.

El segundo infarto le sobrevino en el campo, le encontró su hijo por casualidad y le trasladaron urgentemente a la ciudad. Había que intervenir urgentemente y dados los casi noventa años de Mariano y la escasa destreza del equipo abulense que debía enfrentarse al problema, decidieron trasladarlo a Madrid, donde antes de entrar al quirófano donde falleció calmó a los presentes con un “tranquilos, que yo me encuentro de puta madre”…

Y por mucho que le pese a la muerte, a Mariano lo mataron las circunstancias, no ella, y mucho menos la edad.

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