El Gobierno de Rajoy ha empezado a beber a grandes sorbos el veneno que él mismo inculcó: recortó las ayudas a los dependientes y ahora ve como Europa hace lo propio con los suyos y pone sus peros a rescatar a la dependiente España sin condiciones. Si no se sabe si Rajoy va o viene, sube o baja, dice sí y quiere decir no, o viceversa en todo lo anterior, tampoco nadie sabe si va a pedir un rescate sin quererlo o si lo quiere pero no lo pide. Ante todo esto, resulta complicado protestar y salir a la calle y formarse una opinión a favor o en contra de lo ambiguo. Es el juego del despiste, que practica el trilero con astucia para confundir y aturdir hasta no saber dónde se esconde la habichuela y si realmente el objetivo del juego es encontrarla o si hubo alguna vez una.
Anoche volvió Salvados (La Sexta, 21:30 horas), periodismo en estado puro para unos ciudadanos que prefieren a La Roja y a su sofá que salir a la calle, protestar, organizarse, ser, en definitiva, ciudadanos de primera y dueños de nuestro destino, con criterio y responsabilidad democráticas. Esto vino a decir Julio Anguita, que gana con los años y se ha convertido en aquel viejo profesor tan sabio y faro ideológico preclaro, algo que se echa de menos entre los que permanecen en activo. Su discurso ha ganado también fluidez, por actual, frente a sus sermones cuando lideraba Izquierda Unida. La política es hoy un circo de tres pistas de funámbulos, acróbatas, tragafuegos, domadores de fieras y payasos. Los juegos malabares, los trucos de magia más o menos burdos y las medias verdades han desterrado a la coherencia y la honestidad.
En ese circo, el Gobierno de Rajoy escenifica una negociación ficticia, de vodevil y de enredo para conseguir las mismas condiciones ventajosas que han abocado a recortar salvajemente la sanidad y la educación (lo importante) en favor de un sistema financiero dilapidador y avaricioso (lo urgente, dicen), a subir el IVA ahogando el consumo y a nuevos recortes en dependencia, I+D, crédito a las pymes, atención a las familias, prestaciones de desempleo y tantos otros que empobrecen a quienes los padecemos, pero también a quienes los propugnan. Y todo para negar la mayor como si no existiera: el fraude fiscal, lacra histórica, institucionalizada, asumida como normal y patrimonio de espabilados. Y así, sin darnos cuenta, nos hacemos cada vez más dependientes, más prisioneros, menos personas.