Revista Educación
Las redes P2P son utilizadas por miles de usuarios que intercambian ficheros con imágenes explícitas de sexo infantil. España es el segundo país del mundo donde más pornografía se consume a través de Internet, detrás de Estados Unidos. Este tipo de delito informático se ha desarrollado con gran celeridad en nuestra sociedad al compás del avance de las nuevas tecnologías de la información.
Existen multitud de casos, uno de los más recientes el de un vecino de Requena (Comunidad Valenciana), acusado de grabar a menores desnudos por medio de cámaras ocultas en duchas y vestuarios de diferentes centros deportivos y exhibir sus videos en foros de encuentro de pedófilos. La investigación se ha saldado con la incautación de más de 2.000 archivos informáticos. En Tarragona nos encontramos con el pederasta de Reus, quien grabó los abusos sexuales cometidos con los hijos de unos vecinos y distribuía su contenido en la red. Por poner otro ejemplo, año y medio de cárcel es la pena que aceptó un vecino de Castellón, autor de un delito de corrupción de menores referido a la posesión y distribución de pornografía infantil por medio del ordenador. Tiempo que no cumplirá tras las rejas al carecer de antecedentes penales y al no superar su condena los dos años de prisión. Y 359 años de cárcel solicita la Fiscalía de Madrid para un hombre gaditano acusado de “ciberacoso” a 81 jóvenes. Entraba en contacto con sus víctimas a través de Messenger, se hacía con las contraseñas de sus cuentas y las chantajeaba con mostrar sus fotografías íntimas si no le entregaban vídeos o fotografías de contenido pornográfico. “Pon la cam y enséñame el culito”. Mensajes como éste recoge un sumario al que, junto a delitos de pornografía infantil, se suman amenazas y revelación de secretos, entre otros. En la Brigada de Investigación Tecnológica (BIT) de la Policía lo conocen como “Camaleón” por su habilidad para camuflarse detrás de su ordenador y fingir ser un chico o una chica en sus contactos virtuales. Mirones y acosadores. Pedófilos y pederastas. Todos miran, todos encuentran. Las víctimas perfectas, los menores de edad, se lanzan a la aventura de entablar amistades virtuales y al otro lado de la pantalla un depravado inicia su búsqueda, selecciona y delinque. De la forma más ruin pero también la más efectiva y sutil.Estos sujetos, amparados en la seguridad que les da el anonimato, vierten su perversión en chats y foros de encuentro. Utilizan el grooming (técnica utilizada para captar a menores consistente en hacerse pasar por un niño o niña de edades similares a las de sus víctimas), intercambian material, distribuyen vídeos pornográficos, amenazan a menores. Un acto privado que trasciende los límites de la ética y otorga al internauta una cómoda oferta de menores vulnerables a los que poder utilizar como objeto de satisfacción sexual. Las aberraciones a golpe de clic cuando de la fantasía con el menor se pasa a los contactos reales y la vergüenza de saber que el índice de consumo de pornografía infantil nos sitúa a la cabeza de Europa.
A esta triste realidad se suma un nuevo fenómeno protagonizado por las adolescentes: la subida de vídeos en la web con el objetivo de recopilar opiniones sobre su físico. Un paseo por estas páginas nos deja un reguero de miles de respuestas por parte de los visitantes y la incertidumbre de descubrir a una juventud que anhela vivir de las apariencias. ¿Una llamada de atención, una necesidad de autoafirmación, una ausencia innegable de autoestima? Las estupideces de estas chicas (bautizadas como “prostitutas de la atención”) alimentan el ego y las fantasías de acosadores y enfermos sexuales. Hoy día vivimos conectados pero mutilados. El lado más oscuro de las redes sociales amenaza a unos menores necesitados de valores y reconocimiento. La industria de la belleza y la pornografía hace su agosto a costa de la inmadurez y la obsesión por la perfección de niñas que se dejan llevar por las modas y estereotipos. Cada día se crean 500 nuevos sitios con contenido pornográfico infantil en Internet. La pornografía y los abusos, la explotación sexual infantil, una pedofilia que suele llevar a la acción y conducir a la pederastia, unos adolescentes que se desviven por su aspecto físico, la cosificación del ser humano. Y en multitud de ocasiones los culpables en libertad, por pactar en los juzgados condenas que no superan los dos años de prisión y que, al carecer de antecedentes penales, les permiten volver a la calle. A su ordenador. A sus deseos ocultos. Los vacíos legales nacionales ante una problemática de carácter global preocupan a la sociedad y otorgan a los consumidores y creadores de estos contenidos una sensación de impunidad bajo la cual actúan y bajo la cual se sienten intocables. La reforma del Código Penal español en 2010 no es suficiente porque los expertos jurídicos aseguran que este tipo de delitos informáticos precisa de soluciones mundiales en la que se impliquen todos los países. No es cuestión de criminalizar Internet sino de llevar a cabo un uso correcto del mismo. Y de escarmentar a pedófilos y pederastas y arrinconar unas penas de prisión ridículas comparadas con el daño físico y/o psicológico ocasionado a unas víctimas menores que quedaron indefensas en manos de unos indeseables que volverán a reincidir porque no existe castigo. Que dejarán sueltos sus perversos deseos por la red, iniciando conversaciones aparentemente inocentes, utilizando engaños y argucias varias… esperando a sus próximas víctimas.