Según el DSM-5 un trastorno de depresión mayor exige para su diagnóstico un mismo período de dos semanas durante el cual estén presentes cinco o más de una lista de nueve síntomas entre los que están:
- La presencia de un estado de ánimo deprimido (tristeza, vacío, desesperanza) durante la mayor parte del día.
- Disminución del placer o interés por las cosas.
- Pérdida o aumento de peso y disminución o incremento del apetito.
- Insomnio o hipersomnia casi todos los días.
- Agitación o retraso psicomotor casi todos los días.
- Fatiga o pérdida de energía.
- Sentimientos de inutilidad o culpabilidad excesiva.
- Menos capacidad de pensar o concentrarse y tomar decisiones.
- La presencia de pensamientos de muerte recurrentes o de suicidio o intentos de suicidio o planes específicos para ello.
Todo ello debe suponer un cambio en el funcionamiento previo de la persona y esos síntomas deben causar un malestar clínicamente significativo y deterioro en la esfera social o laboral. Nada de lo anterior puede atribuirse a los efectos de un tóxico o a una afección médica ni puede ser explicado por la presencia de un trastorno psicótico. En la historia de la persona nunca ha habido un episodio maníaco o hipomaníaco; de lo contrario cabría pensar en un trastorno bipolar.
Suele ir de la mano, en mayor o menor grado, de ansiedad. Es común en nuestra práctica la etiqueta diagnóstica síndrome ansioso-depresivo.
Fue Sir Richard Blackmore quien en 1725 rebautizó el cuadro con el término actual de depresión aunque el origen del término ya se encuentra en Hipócrates.
Hasta hace unos años se utilizaba mucho la disociación endógena/exógena referida a posibles orígenes internos/externos. En la actualidad está en desuso porque se tiende a aceptar que cualquier depresión tiene, al menos en parte, ambos orígenes.
En los niños y adolescentes este cuadro puede sufrir variaciones y en vez de tristeza pueden manifestar más bien irritabilidad. Pueden simular estar enfermos, no querer acudir al colegio, jugar menos o dejar de hacerlo, ansiedad por separarse de los padres, etc.
Hace años estuvieron algo de moda los planteamientos culturales al respecto en el sentido de afirmar que había algo en este cuadro de occidental. De algún modo se venía a afirmar que era la enfermedad de la clase burguesa, ociosa, insatisfecha, consentida y neurótica (para un acercamiento heterodoxo al tema vean alguna de las películas de Woody Allen) que era capaz de deprimirse sin aparente causación externa. En el otro extremo, las clases trabajadoras y campesinas de otros lugares del globo que, en efecto, habían sentido tristeza o desgana varios días seguidos en su vida y, sin embargo, no habían ni escuchado la palabra depresión. Más allá de reflexiones iatrogénicas (mi círculo gremial ha generado en ocasiones necesidades para de alguna forma vivir de ellas, como tantas otras profesiones liberales) el trastorno existe y se aprecia clínicamente.
En general, la literatura científica avala la idea de que el tratamiento más eficaz es el combinado de farmacoterapia y psicoterapia cognitivo-conductual.