Revista Ciencia
El otoño es la época del año en que madura la mayoría de los frutos y es también la estación en que se recogen frutos y semillas para el invierno.
Los granos ya deben haber sido sembrados para que en la primavera siguiente, a veces lejos de la planta madre, hagan su aparición otras plantas. Si los frutos no contienen más que una sola semilla, es suficiente con diseminarlos. En cambio, si encierran muchas semillas, es necesario diseminar éstas por separado.
Las plantas silvestres aseguran la dispersión de sus semillas de diferentes maneras: hacen uso del viento, del agua, de la piel de los animales y hasta de medios técnicos que les son ofrecidos por el hombre. La ilustración reproduce muchos ejemplos típicos que prueban, una vez más, el ingenio de la naturaleza para asegurar la propagación de las especies.
Son muchas las plantas cuyos frutos y simientes son llevados lejos por el viento. Generalmente estos frutos son pequeños y están dispuestos para el vuelo (amargón y arce), pues parecen estar dotados de alas y de paracaídas. Algunos frutos estallan con fuerza cuando el tiempo es seco y dispersan así sus granos. Otros espolvorean sus semillas (adormidera): sus frutos podrían ser comparados a nuestros saleros.
Si recorremos las dunas y los campos secos en el verano, nuestras ropas se cubren rápidamente de semillas diversas, que se adhieren a la tela, como los viajeros clandestinos trepan a un tren o a un camión (abrojos, tréboles). El agua asegura, en algunos casos, la dispersión de las semillas.
Los cocos pueden ser llevados, por ejemplo, de una isla a otra por la fuerza de las olas. Se convierten entonces en verdaderas embarcaciones a las que les faltan, sin embargo, los medios de propulsión. Por último, no podemos olvidar el papel importante que desempeña el hombre en la dispersión de las plantas y semillas, papel que a veces cumple inconscientemente.