Por María Arranz
Entrar en el universo de Val del Omar (un universo que ahora podemos ver reproducido a escala en la exposición que acoge hasta octubre “La Virreina Centre de la Imatge”) significa estar dispuestos a dejarnos desbordar por su despliegue infinito de medios y disciplinas y a desprendernos de nuestras propias concepciones sobre los límites entre arte, mística y tecnología.
Val del Omar fue cineasta, inventor y poeta. El raro, el maldito, el olvidado. Eternamente inquieto e incansable experimentador, afirmaba que la única silueta que se le podía ajustar era la del cambio constante. Si esta exposición se titula precisamente “Desbordamiento” es porque Val del Omar no sólo desbordó los límites de la pantalla (ya que ésta se le quedaba demasiado pequeña), sino que desbordó también los límites de su propio tiempo al desarrollar toda una serie de creaciones que, si bien no han sido valoradas en su justa medida, hoy constituyen algunas de las aportaciones más vanguardistas al cine español y a la creación contemporánea en general.
Comenzó su trayectoria como voluntario en las Misiones Pedagógicas de la II República, cuyo propósito era el de llevar proyectos educativos y culturales a los pueblos más aislados de la geografía española. Desde 1932 y hasta el estallido de la Guerra Civil, Val del Omar llegó a rodar unos cuarenta documentales (la mayor parte de ellos hoy perdidos) y realizó miles de fotografías. En ellas queda patente la fascinación que el cine ejercía sobre los habitantes de estos lugares, caras que bien servirían para avalar su afirmación de que “el cine es la máquina que viene a sustituir al libro y al maestro”. Han dicho de él que era un “creyente” del cine, aunque él prefirió referirse a sí mismo como un “cinemista”, es decir, un alquimista del cine. Amó el cine profundamente, tanto la obra como sus procesos (de ahí que todas sus películas sustituyeran el tradicional “fin” por “sin-fin”) y bajo las siglas PLAT (Picto-Lumínica-Audio-Táctil) lo concibió como un proyecto capaz de englobar múltiples medios y disciplinas. Su obra más conocida, el “Tríptico elemental de España“, consistente en tres cortos rodados a lo largo de diez años en Galicia, Castilla y Granada respectivamente, es quizá la mejor muestra de sus señas de identidad: experimentación tecnológica y simbología mística, una representación poética que parte de la realidad del mundo palpable para trascenderla y mostrar su cara más ilusoria. Luminosidad táctil, sonido envolvente, mística de la energía… Una constante sinestesia que invade la retina para extenderse rápidamente a todas las demás partes del cuerpo.
Si bien esta exposición no hace justicia a la complejidad de la obra de Val del Omar, sí que constituye un pequeño paso para su reconocimiento como el verdadero artista audiovisual que es.