El dato es elocuente: en 30 años el consumo interno de vino en España cayó un 75%, hasta llegar a los 16 litros por persona por año. Una cifra humillante para un país productor y con larga tradición de cultura de vino, que se ve en estos baremos por debajo de países como Dinamarca, que actualmente presume de un promedio de 30 litros por persona por año.
¿Qué se ha hecho tan mal para llegar a esta situación?
Esta es la pregunta con la que Gonzalo Sol, periodista de la Real Academia de Gastronomía, abrió el juego en la conferencia, y luego de hacer un poco de historia y mostrar como ningún sector había tenido los apoyos que tuvo el del vino en España, apeló a la contradicción entre lo que expresa la Ley de la Viña y el Vino y las campañas panfletarias de los gobiernos, poniendo al vino en el mismo saco que las drogas ilegales y los destilados.
Si la Ley de la Viña y el Vino comienza diciendo que “el vino y la viña son inseparables de nuestra cultura”, y que “desde que el hombre deja testimonios gráficos para la historia, aparece en escena con una jarra de vino en la mano: en las pinturas egipcias, en las ánforas griegas, en los mosaicos romanos”, no puede ser que los sucesivos gobiernos desde el 2000 hacia acá, hayan desarrollado campañas en contra del consumo de alcohol y drogas, en las que se pone al vino a la altura del abuso de cocaína o de bebidas destiladas.
Su indignación resulta coherente y responde desde un nuevo ángulo a la pregunta sobre la deficiente cultura de vino y una flagrante incapacidad para defenderla. A estos argumentos que abogan en realidad porque la cultura del vino es parte inseparable de la cultura española y mediterránea y por lo tanto merece la atención, el respeto y los recursos públicos para defenderla, se suman las experiencias de un bodeguero y de un viticultor de La Mancha.
José Joaquín Moreno Chocano, viticultor manchego reconoció cómo a diferencia de sus colegas de Ribera del Duero, no supieron implementar campañas adecuadas de marketing, porque no supieron verlo y porque siempre estaban los subsidios para salvar un mal año. Y el bodeguero Jesús Cantarero explicaba el tema desde el reconocimiento de la desaparición de la mesa cotidiana, en que él por ejemplo, comenzó a familiarizarse con el vino, antes de cumplir los 10 años. Cuando voy a un restaurante con mis hijos de 15 y 17 años, explicaba, los camareros les retiran las copas sin preguntar, mientras que en otros países, como Argentina, les preguntan qué tomarían.
Este cuento que ya es elocuente, coge especial relevancia al combinarse con una anécdota de cierre de la feria. El director de FENAVIN, Nemesio de Lara, se congratulaba en el discurso de clausura de la feria, de que le hubieran prohibido la entrada a una mujer que venía con un menor!
¿Por qué el dierctor de la feria se congratulaba de algo en el mismo momento en que se estaba considerando esa actitud como una de las responsables de la pérdida de interés por el vino, sobre todo en los jóvenes, en una de las conferencias? Me imagino y percibo que esta es una de las contradicciones que hacen que el objetivo deseado por Gonzalo Sol de recuperar los 30 litros por personas por año, todavía esté muy lejos de vislumbrarse. Sin una identificación clara del lugar del vino en la sociedad y la cultura española del siglo XXI por parte también de los que tienen el poder de influir en la construcción valores en torno suyo, vamos muy mal.
Desde los más diversos ámbitos se viene advirtiendo sobre lo tremendamente perjudicial que es infantilizar a un colectivo, reglando hasta el más mínimo de los espacios de convivencia; reglando y metiéndose hasta donde no se había atrevido antes, el espacio privado. El prohibicionismo tiene consecuencias mortales en una cultura y con el miedo con que se está mirando y deformando la percepción social del vino, seguiremos andando un camino nefasto. El de buscar desesperadamente y sin ningún tipo de valores, los mercados internacionales, que les salve al sector de los grandes números de la debacle económica a costa de sacrificar la calidad de lo que produce, y la calidad de un consumo interno exigente y con poder de compra.
Este motivo se suma a los de la falta de curiosidad del consumidor (después de todo nadie la fomenta, a nadie le interesa el consumidor interno), a la falta de iniciativa en general del sector HORECA ( cartas de vino con lo obvio y poco más en un porcentaje altísimo) y al buen trabajo que sin embargo vienen haciendo desde el sector cervecero (que vivan los festivales y los premios de gastronomía auspiciados por marcas de cerveza).
El problema, tengo la sensación, sube como la espuma.
Fuente: Observatorio de vino