Revista Cine
Liam Neeson ha dado un giro curioso en su carrera en el último par de años: de un actor serio, de carácter, en proyectos más o menos interesantes y ambiciosos, se ha transformado en una suerte de Charles Bronson de prestigio. No seré yo quien me queje: de hecho, si funciona el thriller paranoico Búsqueda Implacable (2008) –no vi Brigada A: los Magníficos (Carnahan, 2010)- se debe, en gran medida, a la sólida presencia del cincuentón Neeson, quien encarna todos sus papeles –hasta cuando le da la voz al león crístico Aslán- con una seriedad que infunde respeto.En Desconocido (Unknown, EU-GB-Francia-Japón-Canadá-Alemania, 2011), su nuevo filme de acción, persecuciones y balazos, Neeson ya no está solo en eso de inyectarle algo de calidad a una película que, para efectos prácticos, no es más que un subproducto hitchcokiano razonablemente bien hechecito, dirigido por el churrero catalán internacionalizado Jaume Collet-Serra (La Casa de Cera/2005, Gol 2: Viviendo el Sueño/2007, La Huérfana/2009).Y es que además de la presencia de Neeson y de la funcional puesta en imágenes de Collet-Serra, el mérito para que Desconocido funcione –en los modestos límites en los que puede funcionar: como mero entretenimiento dominguero- radica en el espléndido casting, responsabilidad de Lucinda Syson. Casi podríamos decir que la única razón para ver esta cinta, en realidad, es su gran reparto secundario.El científico Martin Harris (Neeson) llega a Berlín, acompañado por su gélida esposa rubia Liz (January Jones, de Mad Men, explotando su belleza tipo Grace Kelly) para participar en un importantísimo simposio sobre biotecnología. Sin embargo, de regreso al aeropuerto –pues olvidó su maletín con todo y su pasaporte y demás identificaciones-, Harris sufre un accidente automovilístico que lo deja en estado de coma durante cuatro días. Al despertar, se da cuenta que nadie ha preguntado por él y cuando va a buscar a su esposa, la mujer no sólo no lo reconoce sino que, además, hay otro Martin Harris (Aidan Quinn) ocupando su sitio. Con la ayuda de la taxista bosnia que le salvó la vida (¿Diane Kruger como taxista?: buehh) y de un agente retirado de la temible Stasi (Bruno Ganz, soberbio), Harris buscará la manera de recuperar su identidad.El McGuffin es descaradamente hitchcockiano –no me refiero al asunto de la pérdida de la memoria, sino a la resolución del misterio, tan similar a la obra maestra Intriga Internacional (Hitchcock, 1959)-, así como las ocasionales pizcas de humor excéntrico –los dos Martin Harris recitando su vida frente a un desconcertado científico (Sebastian Koch, de La Lista Negra/Verhoeven/2006)- y la eficaz creación de un genuino ambiente paranoico, en el que nada es lo que parece y en el que Harris tiene que correr, pelear y matar por su vida.Sin embargo, el mejor momento del filme tiene que ver con la escena más tranquila de todas. También con la mejor actuada. En ella aparecen Bruno Ganz y Frank Langella, dos profesionales que se respetan incondicionalmente. Hablo de los personajes que interpretan, claro, pero también de los propios actores: uno puede casi adivinar el enorme placer que sintieron al hacer esa escena juntos y demostrar(se) lo que son capaces de hacer con unas cuantas líneas. Acaso por eso, porque en el final ya no están Ganz ni Langella, la película termina tan mal… De hecho, ni siquiera termina. Sólo se interrumpe.