Me recordaban el otro día que hacía mucho que no preparaba una entrada de esta sección, y es cierto. Ya os comenté que sacar una foto a mi hija es complicado porque no para ni un segundo. Siendo muy muy chiquitina dejó de ser un bebé de esos que están tranquilos y sosegados en brazos de su madre.
Se pasa el día haciendo ejercicio, como decimos nosotros. Pero no penséis que llega la noche y cae rendida según aterriza en su cuna…Como poco, una hora más de fiesta de pijamas con gritos, risas o lanzamiento de muñecos. Después se rinde ante la oscuridad o el aburrimiento, o quizá es consciente de que toca recargar batería para darlo todo al día siguiente. Y se duerme…entonces papá y mamá descansan también porque hasta el día siguiente y sin madrugar mucho, Alejandra reposa plácidamente en su cuna.
Eso creía yo. Estos días hemos estado las dos mano a mano, durmiendo juntas en el mismo cuarto, cada una en su cama. Ya sabía yo que mi pequeño motorín andante no podía ser un bebé de sueño placentero. Alejandra hace ejercicio de día, y de noche también. Grita. Se gira. Llora. Se incorpora. Balbucea. Rota. Se retuerce.
Sueña…
Y yo en un sin vivir, medio dormida en una mala posición en mi cama, pero con miedo a mover los dedos del pie por si el ruido la despierta y su ejercicio se convierte en serenata noctura. Se calma, ha pasado la pesadilla. Pasa una hora (para mi tres minutos), otro grito, se vuelve a sentar.
¿Qué les pasará por la cabeza? ¿Con qué soñarán para que su noche se interrumpa de forma continua? Al día siguiente está como una flor, fresca, sonriente, radiante…lista para darlo todo. Sin embargo a mi me da pena ver que no sólo los adultos tenemos pesadillas que nos dejan el cuerpo temeroso incluso unos minutos después de despertarnos.
Yo fui una niña de pesadillas; de gritos constantes que hicieron a mi madre correr pasillos muchísimas madrugadas. Alejandra es clavadita a su padre pero me temo que en eso ha salido a mamá. Pobrecita.
···patricia···