Como sabes, la piel es el órgano más grande del cuerpo humano. Permite sentir y proteger, marcando la delimitación del cuerpo. Su cuidado es fundamental no solo para ralentizar el envejecimiento, sino porque es nuestra capa protectora; el órgano que nos permite sentir nuestro entorno de muchas formas distintas y, por tanto, nos ayuda a relacionarnos con él.
Repasamos qué es la piel, sus entresijos y funciones para entender por qué es tan importante mimar el recipiente que nos permite, al fin y al cabo, ser y existir.
¿Qué es la piel y qué es el tegumento?
En biología, tegumento o sistema tegumentario es esa cobertura natural de un organismo o un órgano, como puede ser la piel en una persona, la corteza en un árbol o la concha y cáscara en otros tipos de animales, frutos y plantas. Al recubrir el organismo completo, suele ser el sistema orgánico más extenso de un animal.
En el caso del ser humano, la piel es la base del tegumento y, aparte de la piel, también incluye anejos como las uñas o el cabello. Se calcula que, solo la piel, puede tener una superficie aproximada de 2 metros cuadrados; de hecho, hay distintas fórmulas para medir en cada persona como la de: Superficie Corporal = [(altura en cm – 60) + Kg] / 100.). La piel supone aproximadamente un 6 del peso total de nuestro cuerpo.
La piel también posee distintas características según la zona del cuerpo. Así, el grosor de la piel se refiere a su espesor. Se trata de un grosor variable dependiendo de la parte del cuerpo y la persona donde influyen factores como el envejecimiento o los hábitos de vida. Por ejemplo, en las plantas de manos y pies el grosor es superior a zonas como el rostro. Dentro del rostro, tampoco es lo mismo el grosor de la piel de la cara que la más fina zona del contorno de ojos.
De hecho, la piel no son solo células de carne (hablando en plata), sino un sistema complejo donde entran en juego distintos aspectos. Esto lo vemos claramente en la capa protectora natural de la piel que se forma por elementos hidrófilos y lipídicos para crear una superficie que protege y aísla de daños externos.
La función protectora de la piel
La piel es la capa más externa que nos recubre y su principal función es actuar como aislante, lo que confiere una clara vocación protectora. Por ejemplo, ofrece una protección mecánica ante agresiones directas como golpes, quemaduras o raspones.
Nos protege de agresiones físicas como los rayos solares, de agresiones químicas externas como la impermeabilidad que genera al evacuar las heces o la orina. En este sentido, también es una protección biológica frente a la colonización de agentes patógenos que cubren la piel.
El pH de la piel sana oscila entre 5,4 y 5,9, gracias al manto ácido de la barrera natural de protección (capa hidrolipídica). Esa capa protectora de la superficie de la piel se forma por elementos como el sebo de glándulas sebáceas, lípidos epidérmicos, células córneas en proceso de desprendimiento y agua procedente de capas inferiores de la piel que transpiran hacia el exterior.
Así, un aumento del pH produce alcalinidad y favorece el crecimiento de bacterias.
La función de relación con el entorno de la piel
La piel es un sistema de comunicación que nos permite relacionarnos con nuestro entorno. Tanto a nivel interno gracias a la recogida de información mediante receptores sensoriales (tacto, temperatura, dolor, picor, etc.).
De hecho, se sabe que cada cm2 de piel tenemos cerca de 1500 receptores sensoriales. Además, permite una comunicación externa porque refleja aspectos internos gracias a las terminaciones del sistema nervioso (como cambios vasculares, adaptación a cambios de temperatura como el sudor en épocas de calor, etc.).
Por otro lado, las características de la piel permiten adaptarse al entorno mediante la extensibilidad (capacidad de estirarse ante un estímulo) y la elasticidad (capacidad de recuperar su forma inicial).
La función de nutrición de la piel
Además, como habrás deducido, la piel es la primera línea de defensa frente a agresiones externas, gracias a las células epidérmicas que producen citoquinas proinflamatorias. De esta forma, se convierte en un elemento clave de la función inmunológica del cuerpo.
De hecho, su función homeostática a la hora de controlar y regular la temperatura corporal es fundamental para la supervivencia buscando el equilibrio entre secreción de sudor y concentraciones de electrolitos para mantener la piel en buenas condiciones aunque esté aliviando la parte interior.
También nos permite absorber nutrientes, como la síntesis de Vitamina D3 o la absorción y excreción de sustancias como sales, CO2, amoníaco o urea. También ayuda a absorber sustancias básicas liposolubles, como las vitaminas A, D, E y K.
Además, la piel también tiene funciones específicas concretas. Por ejemplo, en la piel más gruesa de la palma de las manos suele haber surcos llamados dermatoglifos o huellas dactilares, que ayudan a aumentar la fricción e incrementar la resistencia al deslizamiento.
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