Descubriendo los tesoros del Cabo de Gata
Una semana en el Parque Natural del Cabo de Gata da para mucho. Pese a que a primera vista pueda parecer un paisaje monótono por la aridez de sus montañas, nada más lejos de la realidad. En cada rincón nos espera un valioso tesoro por descubrir. Sus pueblos, sus montes, sus valles, sus playas, sus impresionantes arrecifes, su excelente gastronomía, su historia, el azul imposible del mar y la luminosidad única de su cielo… Demasiadas cosas para explicar en un solo post, así que he decidido iniciar una serie que espero os abra el apetito por recorrer una tierra preciosa y acogedora.
Salinas de Cabo de Gata Foto: Benjamín Recacha
Día 1:
Nos alojamos en un apartamento en Carboneras, pueblo pesquero justo en el límite Este del parque natural que ha apostado por el turismo veraniego como actividad económica principal. Los años de burbuja inmobiliaria se aprecian claramente en las afueras del municipio, donde proliferan los edificios de apartamentos de reciente construcción. Asimismo, se aprecia también claramente la explosión de la burbuja, pues hay bloques a medio construir, otros acabados pero deshabitados, y solares vacíos donde la crisis ha impedido desarrollar los proyectos previstos.
Esto que podría parecer un contratiempo importante, sin embargo (más allá del evidente negativo impacto paisajístico), en mi opinión ha sido una buena noticia para la preservación del entorno natural, pues el Cabo de Gata no está preparado para absorber el típico turismo masivo de costa. Carece de las infraestructuras necesarias, tales como zonas de aparcamiento bien delimitadas y una gran oferta hotelera, y menos mal que es así, porque la magia del lugar reside precisamente en el hecho de no tener la sensación de estar visitando un hormiguero.
Lo primero que llama la atención al llegar a Carboneras es la enorme central térmica, con su altísima chimenea, ubicada junto al puerto. Con datos en la mano parece ser la industria más contaminante de España. En ella se queman gas y carbón, lo que, desde luego, no puede ser muy bueno para el medio ambiente. Además, tiene como vecina a una gran fábrica cementera, cosa que, definitivamente, no permite calificar el paisaje de idílico, precisamente.
Antes de empezar con lo positivo (que es mucho y variado), advertir a los posibles visitantes que os lo penséis dos veces antes de escoger un alojamiento en la calle Carril y en la avenida de Almería, pues es sorprendente la cantidad de tráfico que circula, a todas horas, por las que son las principales vías de entrada y salida de la localidad. Por lo menos, así es en pleno agosto.
Fábricas contaminantes a parte, Carboneras tiene su encanto. En 2013 celebra el 200 aniversario de su constitución como municipio. Vale la pena caminar por el paseo marítimo y las calles adyacentes, llenas de vida y sitios donde tapear buen pescado regado con cerveza fresquita. La plaza del Castillo es el lugar más emblemático, pues allí se encuentran el castillo de San Andrés, origen de la población, el coqueto edificio del Ayuntamiento, el teatro municipal (junto al cual se extiende un bonito, amplio y agradecido por la sombra de los árboles patio andaluz) y la estatua de homenaje a la superproducción de Hollywood ‘Lawrence de Arabia’, que se rodó en buena parte en el pueblo. De hecho, el año pasado el mismísimo Omar Shariff regresó al lugar para recibir un cálido reconocimiento medio siglo después del rodaje. Como iréis descubriendo, no será la primera vez que hable de cine en este diario de viaje.
Playa de los Cocones – Carboneras Foto: Benjamín Recacha
El punto fuerte de Carboneras, como de la mayor parte de pueblecitos del Cabo de Gata, son sus playas. En su término municipal se contabilizan varias playas urbanas y otras tan célebres como la del Algarrobico (famosa por el inmenso hotel construido en zona virgen, declarado ilegal y en espera de ser derruido) o la playa de los Muertos, considerada una de las mejores de España, y de la que hablaré en una próxima entrega. Nosotros disfrutamos de la playa de los Cocones, situada en pleno paseo marítimo, con vistas a la isla de San Andrés, declarada Monumento Natural. Ideal para ir con niños.
Día 2:
Tras un primer día de “aclimatación”, el segundo salimos a descubrir el parque natural… y destapamos el tarro de las esencias. Nos dirigimos a Cabo de Gata, pueblo bullicioso en pleno agosto, infestado de turistas provenientes en buena parte de la capital Almería para disfrutar del domingo en sus larguísimas playas. Nosotros, en cambio, íbamos en busca de sus salinas, donde se extrae la sal a la manera tradicional. También es una reserva natural de aves, y allí descubrimos la primera gran sorpresa agradable de las vacaciones: centenares de flamencos y otras aves acuáticas que pasaban desapercibidas para la mayoría de visitantes.
Flamencos en las salinas de Cabo de Gata Foto: Benjamín Recacha
Tras unos minutos de observación en la caseta habilitada al efecto continuamos nuestro camino en busca de un lugar donde comer. Pasamos junto a la curiosa iglesia del Pueblo Salinero, y en la Almadraba de Monteleva, infestada de vehículos, conseguimos aparcar y que nos dieran de comer en un agradable bar familiar de tapas y raciones: jibias (sepia), sardinas, aguja, tabernero (una especie de pisto muy sabroso a base de hortalizas), pinchos morunos y arroz con pulpo. Bueno y barato.
Arrecife de las Sirenas Foto: Lucía Pastor
A partir de aquí empezaría un recorrido durante el cual nos resultaría imposible mantener cerrada la boca a causa del asombroso paisaje. Remontamos la sinuosa carretera que conduce al Faro del Cabo de Gata, el punto más suroriental de la península. Desde allí hay espléndidas vistas de las playas que hemos dejado atrás, pero lo más impresionante es lo que tenemos delante: el arrecife de las Sirenas.
Cabo de Gata Foto: Benjamín Recacha
Desde aquí podemos seguir bordeando el macizo volcánico de la Sierra del Cabo de Gata en busca de la Torre Vigía de la Vela Blanca, punto que ofrece algunas de las vistas más increíbles de todo el parque natural. Kilómetros de costa virgen se extienden ante nuestros ojos a levante y a poniente. El violento viento que azota nuestras cabezas es sólo un leve inconveniente comparado con la belleza del paisaje.
Vistas desde el Faro Vigía de la Vela Blanca Foto: Benjamín Recacha
La mala noticia es que si queremos bajar a las preciosas playas que estamos contemplando y seguir hasta San José, el municipio con la mejor infraestructura turística de la zona, tendremos que hacerlo a pie. Yendo con un niño de cuatro años la opción es deshacer el camino recorrido en coche y acabar dando un buen rodeo. En verdad no es tan mala cosa, pues la Sierra del Cabo de Gata esconde gratas sorpresas, no sólo por su belleza agreste, por el hipnótico contraste entre el color de la roca volcánica y su vegetación típica de clima árido con el azul del cielo, de una luminosidad imposible, sino también por los bonitos pueblos que salpican el paisaje, como El Pozo de los Frailes, donde nos aguardan pequeños tesoros, como un molino de viento y una noria de sangre, algunos de los varios ingenios ideados por los habitantes del lugar para conseguir el máximo aprovechamiento de los escasísimos recursos hídricos.
Molino de viento en El Pozo de los Frailes Foto: Lucía Pastor
En San José, villa turística que se asoma al mar y que conserva el encanto de sus estrechas calles y sus casas blancas, acabamos la jornada en una de las playas urbanas, jugando con las olas y relajándonos con el paisaje de acantilados y montañas que se pierden en el mar. Para otro día quedarán las afamadas playas vírgenes de los Genoveses y el Mónsul.
Playa en San José Foto: Benjamín Recacha
La vuelta a Carboneras, ya anocheciendo, la hacemos por las carreteritas internas del parque natural, que nos ponen en la boca el caramelo de todo lo que nos queda por descubrir en los días siguientes.
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