Se sabe que un dogma laico se defiende por interés o se tolera por miedo: el poderoso corrupto cuenta siempre con mercenarios que le cubran la espalda, y se afirma que en Corea del Norte los escolares aprenden que el jefe del Estado no experimenta urgencias corporales.
Pero hay casos inexplicables: hace poco insertamos en Facebook un comentario anodino que resultó como si, en medio de un desfile norcoreano, hubiésemos gritado que el amo Kim Jong Un consume papel higiénico.
Una malinterpretación nos atribuyó el intento de satanizar internet, lo que nos llevó a acuñar el término “weblatría” para designar la adoración acrítica de la red (web) por parte de sus usuarios. Terminamos lamentando no haber hecho nuestras observaciones en el orden aplicado por un notable escritor europeo cuyo nombre se omite con el fin de dar oportunidad a los “wéblatras” de bucear en la red hasta identificarlo.
Señala ese autor que la computación en la nube –conducto de toda la información cibernética supuestamente accesible– es un gigantesco sistema de concentración de datos, incluida la intimidad de los usuarios.
Algo a primera vista útil porque nos da acceso libre e inmediato a, entre otras cosas, gran variedad noticias, obras de arte, libros, juegos, chismes y películas, solo que ese privilegio se nos ofrece intermediado por unas pocas empresas, dueñas del software y de los supercomputadores depositarios de los datos, que aun cuando facilitan las cosas, se reservan un férreo control del sistema.
Como resultado, el devoto usuario cree tener total libertad de elección, sin percatarse de que esa libertad está severamente limitada, gracias a una serie de preselecciones hechas por las poderosas proveedoras del servicio.
¿Ejemplos? Una alianza establecida entre Apple y el imperio mediático de Rupert Murdoch hace que las noticias ofrecidas por Apple desde la nube sean solo “las noticias de Murdoch”; y es ocioso recordar que las agencias privadas de mercadeo y los servicios de inteligencia y seguridad de los gobiernos avispados practican, al estilo orwelliano, el ordeño tecnológico de la privacidad de quienes utilizamos la nube.
Place a la conciencia de los “wéblatras” la idea de que la red es generosa porque se puede usar con loables fines políticos o sociales para movilizar a las personas, pero enseguida surge esta siniestra pregunta: si Hitler y sus secuaces manipularon a las masas como lo hicieron utilizando la imprenta y la radio, ¿qué no habrían hecho de haber dispuesto de la red? Colaboración especial para LatinPress®. http://www.latinpress.es