
Y es que somos un país desmemoriado. Disfrutamos recreándonos en los principios de progreso y justicia del pasado (y más sabiendo de antemano cómo acabó la cosa), pero pasamos de puntillas sobre los episodios vergonzosos, polémicos y/o que refuerzan nuestros estereotipos más negativos. Con la debida distancia y convencidos de haberlos superado, aceptamos encararlos, incluso blanquearlos de acuerdo con el nuevo espíritu de los tiempos (y, en algún caso concreto, para purgar la conciencia). En general, no nos mueve un deseo de manipular o reescribir nuestro pasado, pero sí de ofrecer a las nuevas generaciones un relato positivo y didáctico (porque este es el nuevo espíritu de los tiempos). Así somos, y no parece que hayamos cambiado demasiado en estos años...
No es exactamente esto lo que hace El 47. Como poco, se podría afirmar que filtra interesadamente la anécdota que quiere contar; sin desvirtuarla en lo esencial, pero cargando el peso del drama en los aspectos que sabe que atraparán mejor al público. Estamos ante un filme que cumple varios propósitos más allá de la ficción y que se lee de manera muy diferente en función de la edad y la biografía de cada cual. Nos encanta contemplar el pasado tal como necesitamos verlo, desde el punto de vista de nuestro presente, sabiendo que todo fue comprometido en su justa medida, que todas las luchas fueron legítimas, que no hubo pasos atrás, ni obstáculos ni actitudes fuera de los valores con los que observamos el drama. Estamos ante un guión bien escrito que desarrolla un suceso verídico, con sinceridad, una mirada compasiva y emotiva, con personajes que son prácticamente arquetipos; un filme quizá demasiado escorado hacia las narraciones autocomplacientes y reconfortantes que se llevan ahora. Sin disenso político ni mencionar (ni siquiera tangencialmente) la conflictividad social derivada de las desigualdades, señalando la burocracia, la ineptitud y la represión como únicos escollos.
El 47 es una película que se sumerge en el pasado desde la nostalgia de unos tiempos muy duros (los que conocieron nuestros abuelos), sabiendo como sabemos que la cosa acabó bien, y un sentimentalismo que eclipsa cualquier aspecto, no ya ideológico o político, sino ajeno a la trama principal. Esta es la clave de su éxito de público y de premios: la visión humana y conmovedora de un suceso que simboliza perfectamente el anhelo de integración y de superación, la lucha por mejorar las condiciones vida, el derecho a una vivienda digna. Los descendientes de aquellos migrantes responden perfectamente a lo pasional, lo afectivo, las injusticias, los momentos perfectos, las pequeñas victorias... Un filme más didáctico que histórico, más cívico que ideológico.
Para calibrar mejor El 47, yo recomiendo contrastarlo con La piel quemada (1967) de Josep Maria Forn; un filme injustamente olvidado que trata el mismo tema, rodado cuando la llegada de migrantes a Cataluña estaba en pleno apogeo, y que aun así no renuncia a incorporar a la historia las consecuencias de la conflictividad entre recién llegados y autóctonos, sin tener que armar un relato de buenos y malos. Dos títulos que permiten medir el largo camino recorrido por la sociedad española (y por el cine, por descontado): lo que hemos dejado atrás, lo que hemos incorporado... Fundamentalmente, un radical cambio en la mirada.