Con el tiempo (y con la edad) he descubierto que este trabajo de “hacer la calle” sólo lo puedo entender desde el reconocimiento de mi propia pobreza: yo también estoy solo y necesito del otro para sentirme que soy.
Es la relación con el otro lo que me da motivos para vivir. Es el sentirme querido por el otro, el ser importante para el otro, el ser alguien para alguien, lo que me hace sentirme vivo y por lo que encuentro razones para implicarme en mi propio proyecto de vivir. Es mi pobreza, mi soledad, las que están necesitadas del otro: el otro me hace ser.
Es por eso que el “hacer la calle” se convierte para mí en “hacer relación”. Lo que pretendo es establecer puentes con el que apenas tiene nada y necesita del otro: es su pobreza frente a mi pobreza.
Esta pobreza me iguala con las personas con las que me relaciono en la calle. En su soledad, estoy reconociendo mi propia soledad; en su pobreza, está también mi pobreza.
Mi relación entonces se hace distinta; porque no busco únicamente cubrir su pobreza, sino también la mía en una relación de dos que se necesitan. Mi objetivo deja de ser el de ayudar, pues somos los dos quienes nos necesitamos para seguir viviendo.
Pero…, aunque la necesidad de contar con el otro nos acerca, nos separa la exclusión y la desigualdad.
La persona que está en la calle no tiene oportunidades para elegir, las perdió en su historia. Un buen día la expulsaron/se expulsó y en esta sociedad se hace difícil la acogida, el volver a empezar, el poder recomponer los hilos rotos de nuestra maltrecha telaraña. Se quedó sin los “otros” con los que poder relacionarse para mitigar su pobreza. Sólo cuenta conmigo o con aquel que pasa y se sienta a su lado para compartir pobrezas. Se ha convertido en un excluido. Su problema dejó de ser la calle o vivir en la calle, la cuestión, ahora, es que morirá en la calle, porque se ha convertido en un marginado de la sociedad y, en esta sociedad que hemos creado, los expulsados no cuentan: les han/hemos quitado la esperanza de volver a ser.
No; no somos iguales en la pobreza. Nos diferencia la desesperanza de la desigualdad que provoca la exclusión.
Y lo verdaderamente perverso es que la desigualdad y la exclusión crean puertas giratorias difíciles de parar en generaciones…