Revista Cine

Desde la tierra de dan

Publicado el 25 enero 2010 por Jesuscortes
DESDE LA TIERRA DE DAN
Acomodado, obsesivo, dictador, grandilocuente y kitsch son adjetivos peyorativamente aplicados (alguno con torpe ironía) a Cecil B. DeMille y su cine, el único pionero que nunca obtuvo la "inmunidad crítica" ni ha recibido los halagos que son, depende de en boca de quién, señal de admiración o disimulado peaje, asociados a los Griffith, Dwan, Vidor, Browning, Ford, King y compañía: emotivos, directos, puros, esenciales.
Aquella retahíla de calificativos ha tenido más importancia que la valoración real del cine de un director único, tan apasionante como imposible de imitar (nadie lo intentó de todas formas, a la menor alusión en ese sentido, se apresuraban a negarlo), sin herederos ni contemporáneos cercanos, un creador que es una montaña de sabiduría, jalonada por melodías románticas, cuadros de Delacroix, Rubens o Rembrandt, óperas de Verdi (mucho más que de Camille Saint-Saëns y otros), relatos de Dickens, Wilde y la Biblia, grabados de Gustave Doré (imagino que la Biblia ilustrada de 1865 le inspiró más de un plano y quizá también se pueda decir lo mismo del trabajo del francés en "El paraíso perdido" de Milton o "La divina comedia" de Dante), obras de teatro victorianas y por supuesto películas, multitud de cintas antiquísimas de sus colegas, a los que observó y estudió con el mismo afán que a sus maestros del siglo XIX.
"Samson and Delilah" de 1949 es una de las cumbres de su cine y precisamente por ser de las más maltratadas junto a su imponente obra final, "The Ten Commandments", una de las más oportunas para intentar aproximarse al personalísimo universo de su autor, quizá la más recomendable para conocer los hechos que se le imputan para estar cumpliendo tamaña condena.
Se apaga lentamente la luz de la araña suspendida en el techo del teatro y suenan los primeros acordes ... ese es el principio imagino que soñado por DeMille para inaugurar esta película-ópera y que se traducen en cuatro minutos de música (partitura de Victor Young) con la palabra "Overture" sobreimpresionada, una audacia que curiosamente sólo los muy modernos (sus exégetas más bien) Straub o Godard se atreven hoy día.
Ese sólo hecho ya debería servir para captar la atención de cualquier espectador, pero las firmes convicciones personales (las no cinematográficas me refiero: religiosas, políticas… nadie nunca lo ha llamado “comprometido” y poco más hay que decir) de DeMille - jamás las ocultó - no han dejado a sus muchos detractores (la mayoría de oído, sin haberse molestado en ver con respeto y receptividad sus películas para comprobar si efectivamente el votar o pensar lo contrario que uno mismo convierte a alguien en incapaz o insensible) advertir las mismas virtudes habitualmente asociadas al cine de género.
La inteligencia en la puesta en escena, donde nunca se pierde un minuto y todo es significativo, la economía narrativa (igual de necesaria por muy épico o grande que sea lo contado: ya podrían haber aprendido algo muchos directores que “por fin” acometen o les encargan un gran proyecto y dejan en manos de terceros el control del film; no hay películas más homogéneas que las de gran presupuesto), la composición del encuadre y el emplazamiento de la cámara, siempre orientados para que se pueda ver mejor, sin efectos ni planos forzados y en definitiva el dominio absoluto de la narrativa más clásica, permitían a DeMille confiar en su buen gusto. Poco o nada apreciado y tomado por “camp”, ridiculizado incluso, pero aún así persistente durante toda su carrera, imperturbable y enriquecido con el paso del tiempo.
DESDE LA TIERRA DE DAN
Porque el conglomerado de música, narrativa, teatro, ópera y pintura que alcanza niveles de complejidad asombrosa en la última parte de su carrera, nunca acaba convirtiendo el cine de DeMille en un patchwork y desde luego acaba acercándolo, fascinantemente, mucho más a los últimos Lang y Chaplin que a las obras de otros directores acomodados (y maniatados) en epics que, si consiguieron cubrir gastos y los bancos los liberaron, ya no pertenecen a nadie.
Samson and Delilah” pasa como un suspiro. No tiene ni escenas de transición y es lógico que así sea, tampoco las hay en la Biblia, menos todavía en el Antiguo Testamento. Todo es rápido, sin solución de continuidad, trepidante y con un sentido transcendente que alude a un orden moral. Pero parece que un personaje, si actúa decidida y noblemente, sólo pueda ser hawksiano.
Incluso la más famosa parte del film, aquella en la que Delilah trata de sonsacar a Samson (y él no lo sabe, aunque sí que es un “elegido”) el secreto de su fuerza, está perfectamente integrada en el discurso general, mucho más ambiguo de lo que parece. Delilah es la femme fatale más humillada de la historia del cine: despechada sexualmente, su padre y su hermana asesinados, su casa ardiendo… y su venganza la mayor posible, la que se toma contra quien se quiere; algo que sólo puede entenderse si se ha comprendido, y DeMille lo hace (nada de hagiografías ni lecciones, faltan mil años para que el mensaje se haga “accesible”), que tiene su lógica en un mundo con un Dios de maza y martillo, que manda rayos y truenos desde el cielo.
Ese aspecto cerrado del film, que no trata de extrapolar enseñanzas y cubre el terreno que transita temporal y espacialmente sin excederse en metáforas, deja claro que DeMille podría ser conservador y hasta anticuado, pero desde luego un artista plenamente consciente de las características del formato que trabajaba, que no es un lienzo donde se inmortaliza un instante, ni una novela en la que el lector tiende a formarse una imagen de lo que se cuenta ni una sinfonía donde la abstracción conduce a quien escucha por caminos inimaginables, pero tampoco una suma aritmética de todo donde por fin poder materializar el sueño de dirigir la mirada y el pensamiento. Es cine, fluye, y DeMille conseguía aplicar sencillez y ligereza por muchas referencias que acumulara un plano, un trabajo que quedaba detrás y producía un efecto decantado, nada abigarrado ni asfixiante, precisamente lo opuesto a lo que algunos se empeñaron en ver. No hay más que ver la extraordinaria secuencia de la boda de Samson con Semadar, con su división en dos alturas, la grúa ascendiendo y descendiendo, la lucha final y el regreso de Samson con los ropajes que debía traer para pagar la apuesta que perdió, un auténtico prodigio de puesta en escena ágil y precisa pese a que si se detiene la imagen en varios planos es fácil detectar la inspiración en dos cuadros de Tintoretto, "El hallazgo del cuerpo de San Marcos" y "La disputa de Jesús en el templo".
El personaje que interpreta George Sanders es en ese aspecto un paradigma: lacónico, observador atento y nada crédulo, con sentido del humor hasta cuando le queda un segundo de vida, consciente de que nada es como le dicen… tantas molestias para describir a un tirano no parecen obra de un director simplista y decorativo.
No en vano, cuando su cine tocaba temas contemporáneos al momento de su realización (especialmente en "The greatest show on earth", "The story of Dr. Wassell", "Old wives for new", "Madam Satan", la mayor parte de "Male and female" y "Don´t change your husband") es perfectamente identificable su particular mezcla de complejidad formal y esencialidad narrativa.

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