Ya se ve que en Los Ángeles está habiendo algún preestreno o presentación con carácter restringido de "There Be Dragons" (Encontrarás dragones) antes de su llegada a las pantallas para el público en general.
Y se ve que Pablo Castrillo, quizá debido a que hace allí un Master en guión cinematográfico, ha sido invitado a una de esas presentaciones, y publica en su blog ("Tales from L.A.") sus impresiones inmediatas:
"Hic sunt dracones". Con estas palabras empieza la nueva película de Roland Joffé (La Misión, Los Gritos del Silencio), que no sólo aborda la vida de San Josemaría sino que además se enfrenta a un relato de la Guerra Civil española. Reconozcámoslo: arrestos no le faltan. El asunto de los dragones es una constante metáfora a lo largo de toda la película, sobre ese oscuro lugar en el corazón del hombre -desconocido, inexplorado- en el que todos guardamos esas bestias del odio, la ira y la venganza. A decir verdad, es una película que, al igual que La Misión, trabaja más sobre la metáfora, la imagen y los personajes, que sobre la historia misma. Y he ahí -en mi opinión- tanto su virtud como su defecto.El telón de fondo lo componen el perdón y el amor (la palabra “love” se repite en la película más veces que ninguna otra, creo), lo que da lugar a una historia muy poderosa. La estructura es compleja -historias paralelas- y algo deslabazada. Como digo, la preocupación de Joffé recae más en impactar con la imagen, el símbolo y la metáfora, que con la trama. Esto da lugar a un buen número de escenas brillantes, de mucho corazón, que ponen al espectador entre la espada y la pared: como dice don Josemaría, “¿que habrías hecho tú en su lugar?” Para los que hemos conocido su figura de más o menos cerca, el retrato de San Josemaría es sorprendentemente acertado. Humano y divino. Decidido y dubitativo, fuerte y débil, grave y amistoso. Todo al mismo tiempo. También creo que se debe, en buena parte, al gran trabajo de Charlie Cox. Por otro lado, la trama que sigue a Manolo (el otro co-protagonista) es mucho más difusa. Pudiendo haber hecho uso de un material extraordinario -la lucha fratricida que supone toda Guerra Civil-, elige complicarse la existencia con una trama de espionaje algo débil, a mi parecer, que además presenta algunos problemas de verosimilitud. Y Wes Bentley es un tipo con una apariencia imponente, sin duda, de mirada gélida y penetrante como un taladro…, pero de “limitadas posibilidades interpretativas”, por decirlo de algún modo. La fotografía es una joya, al igual que el vestuario -y, en general, toda la dirección artística: la recreación de los años 30 españoles es brillante. La música se aprovecha a fondo de la guitarra y del “Ay, Carmela“, lo cual -aparte de efectivo- resultará simpático al espectador hispano. Es, en realidad, una factura cuidadísima que no tiene nada que envidiar a ninguno de los éxitos pasados de Joffé. Cada fotograma, una pequeña obra de arte.
El otro gran logro de la película recae, sin duda, en su habilidad para mostrar las dos caras de la Guerra Civil sin tomar partido. Me imagino que la audiencia española (la americana no se pispa de tres) entenderá emocionada que todos somos Oriol y Manolo y Josemaría, de un modo u otro. Lo que cuenta, en el fondo, es que hay una necesidad universal del ser humano que está por encima de la cacharrería ideológica: la de perdonar y ser perdonado. Como dice el himno, nada pueden bombas, cuando sobra corazón.
Ya sé cuál es la pregunta que todavía no he respondido: ¿recomendaría ir al cine a verla? ¿Pagar la entrada, elegir ésta y no otra, invertir el viernes por la noche? Lógicamente, sobre gustos no hay nada escrito… Ésta no es una película cualquiera. No está pensada para pasar el rato y comer palomitas. Sin embargo es una de esas que llenan el corazón de esperanza y la cabeza de reflexiones interesantes. Y si tenemos en cuenta que su otro gran atractivo es la fotografía… entonces quizá la pantalla grande merezca la pena, digo yo.