Vincent van Gogh. Almond Blossom, 1890
Generalmente se cree que nuestro deseo, para satisfacerse, busca objetos, metas, propósitos. Sin embargo, siempre que alcanzamos algo, lo hacemos para descubrir que nuestro deseo no se satisface con nada. Siempre que conseguimos algo que deseábamos, una cuota de tristeza empaña nuestro logro, revelándonos que no era eso o que no lo era del todo; que hay que seguir buscando; que hay que seguir trabajando. El deseo parece desear algo más que objetos de satisfacción.
Desde el psicoanálisis se dice que sólo nos hacemos humanos si hay uno que, previamente humanizado, nos permite humanizarnos. La entrada del sujeto en el lenguaje, el paso que supone renunciar a esa relación privilegiada con la madre, implica que la madre desee algo más que al pequeño cachorro humano. Para que el niño a su vez se convierta en sujeto deseante, la madre tiene que desear a otro objeto diferente del niño, es decir, al padre, al mundo. Si no desea algo más que al niño que tiembla en sus brazos, el niño no se hará sujeto del lenguaje, esto es, no se hará deseante. La ley es la causa del deseo. La ley del lenguaje es la causa del deseo inconsciente.
Que el psicoanálisis se ocupa del paso que el cachorro animal debe dar hacia la humanidad, significa que se ocupa del sujeto deseante, del sujeto del lenguaje, en tanto que la humanización no es otra cosa que su ingreso en el lenguaje, en el orden simbólico, del Otro.
Por eso, podemos decir que sólo nos hacemos sujetos deseantes si hay uno que previamente desea y me permite desear. No deseamos objetos, porque nuestro ingreso en el orden simbólico implica que se desean deseos, en tanto que la manera en que se constituye mi deseo es a través del deseo de otro.
Así como no podemos confundir la palabra con la cosa que nombra, ni los productos del inconsciente con lo inconsciente, tampoco podemos confundir el deseo con sus objetos. El deseo no se reduce a sus objetos, sino que se articula en una historia de deseos: por su estructura de lenguaje, un significante representa a un sujeto para otro significante.
Un profesor, uno que enseña o que pretende enseñar, no transmite sólo conocimientos, sino que transmite principalmente deseo. Para transmitir algún conocimiento, primero debe transmitir deseo. Sin deseo, los conocimientos adquiridos se diluyen en el caudal incesante de lo que no llega a hacerse significante. Sólo aquello que se hace significante para el sujeto, perdura en él constituyéndolo. Una vez que el sujeto ingresa en el deseo, puede adquirir cualquier conocimiento.
En “La pregunta por la cosa” Heidegger dice que “el verdadero maestro se diferencia del alumno únicamente porque puede aprender mejor, y porque quiere aprender con más propiedad. En todo enseñar quien más aprende es el que enseña”, es decir, que el maestro es aquel que tiene puesto su deseo de antemano en la tarea que se propone.
Cuando el alumno simplemente adopta aquello que el profesor le ofrece como conocimiento, no aprende. Si el estudiante no pone en juego su deseo, si el educador no le ha transmitido el deseo de tomar por sí mismo lo que estudia, no puede aprender. Enseñar, añade Heidegger, “no es otra cosa que dejar aprender a los otros, es decir, inducirse mutuamente a aprender. Aprender es más difícil que enseñar; pues sólo quien verdaderamente puede aprender -y sólo mientras puede- es el que verdaderamente puede enseñar.”
Ruy Henríquez
Psicoanalista