Revista Cultura y Ocio

Desesperada – @Sor_furcia

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Miro al techo. Me encuentro tumbada bocarriba. Desnuda. Estoy nerviosa. Me llamo Miriam. Tengo 35 años. Y soy virgen.

De repente siento como sus manos se posan sobre mi cuerpo. Delicadas. No le veo. Respiro hondo y cierro los ojos. Él se llama Julián. Tiene 37 años. Y es el primer hombre que me toca.

Me acaricia suavemente. Recorre mi piel. Noto cómo se eriza, cómo fluye la sangre dentro de mis venas. A mi cabeza le cuesta desconectar pero su tacto, novedoso para mí, se convierte en maestro de mis sensaciones. Sube por mi abdomen, lentamente, rozándolo sólo con la yema de los dedos, y llega a mis pechos. Tengo un escalofrío. Suelto una risita. Pero no abro los ojos. “¿Esto te gusta?”, “Sí”, contesto. Hace que todo parezca fácil, y eso es complicado.

La primera vez que nos vimos fue en una cafetería. Habíamos hablado por correo y después a través del móvil. Nos llevábamos bien y decidimos tomarnos algo para conocernos más. Para compartir nuestras inquietudes y nuestros deseos. Era un hombre simpático y cariñoso. Y muy respetuoso. Eso me gustó. Todo fluyó de forma natural. Y esa misma tarde deseé que llegara este momento. Y aquí estoy.

Se detiene en mis pezones, los acaricia en círculos, primero sólo con un dedo, después con todos, al principio dulcemente y después más fuerte. Los estruja, los masajea, los aprieta y, de repente, los pellizca. Abro los ojos de par en par y contengo el aliento. “Perdón”, se disculpa. Nuestras miradas se buscan. Y se encuentran. Me sonrojo. Sonrío. “No te preocupes, no me ha dolido, sólo ha sido raro”. Él también sonríe.

“¿Qué quieres por tu cumpleaños, cariño?”, me preguntó mi madre. “Quiero que me acaricien”, le contesté. Ella puso cara de no entender nada. Ni siquiera yo estaba segura de lo que estaba diciendo. Se lo expliqué. Hablamos. De primeras se enfadó. Pero finalmente me entendió. Y mi regalo fue Julián.

Sus cálidas manos abandonan mis pechos y empiezan a subir por mi cuello. Al principio me hace cosquillas pero poco a poco empiezo a sentir cómo mi respiración se acelera, y noto una especie de calor en mi entrepierna. Conozco esa sensación, la he experimentado más veces, cuando de pequeña jugaba con mis juguetes en la bañera. Pero un día mi madre me vio y me dijo que eso estaba mal. Así que no volví a hacerlo, me daba vergüenza.

Toda la vida me han tratado como una niña a la que había que proteger. Toda la vida. Todas las personas. Cuando era pequeña porque era una criatura indefensa. Cuando crecí porque era una joven vulnerable. Cuando enfermé porque era un ser débil. Menos hoy. Menos él. Julián me ha hecho sentir mujer. Sentirme deseada. Completa. Me gusta.

Le miro mientras sigue jugueteando con mi cuello y con los lóbulos de mis orejas. Es muy guapo. Nunca pensé que un chico tan atractivo quisiese ni siquiera tocarme. Pero ahí estaba. Y entonces sus manos agarran mi cara, y me besa… ¡Mi primer beso! Húmedo. Cálido. Tierno, pero apasionado. Perfecto. Ya no puedo pensar. Sólo confío y me entrego a él.

“¿No te dará asco hacer eso conmigo?”, le pregunté. El contestó con un NO rotundo, casi ofendido. “Será un auténtico placer”, añadió, mientras esbozaba una sonrisa y me acariciaba la mano. Mi madre me había acompañado a la cita, no quería dejarme sola, no se fiaba. Estaba en la barra del bar haciendo como si la cosa no fuera con ella, pero sin perdernos de vista. Se veía que no estaba cómoda. Pero era mi regalo de cumpleaños. De mi 35 cumpleaños. Y los médicos me habían dicho que quizá no me quedasen muchos más por celebrar.

Su atención ha vuelto a centrarse en mis pechos. “Son bonitos” me ha dicho, y eso es algo que nunca pensé que nadie me diría. Y de repente noto como su lengua empieza a juguetear con mis pezones. Veo que él controla perfectamente la situación y eso me permite tranquilizarme, liberarme. Es extremadamente delicado y profundamente respetuoso. Por un momento me olvido de mis problemas y sólo pienso en disfrutar.

Antes de que él viniera a casa, mi madre me ha preparado un baño. Uno relajante con espuma. De los que a mí me gustan. Me ha peinado. Le he dicho que quería estar guapa. “Tú siempre lo estás, mi vida”, me ha contestado. Y he entendido que todo esto lo hace por amor.

Absorta en mis pensamientos me doy cuenta de que he dejado de sentir a Julián. Tampoco le veo. Pero en ese momento advierto que sus manos están separando suavemente mis piernas. Siento un ligero dolor, pero no me importa. Empieza masajeando mis pies, con mucho cuidado. Acaricia las plantas, los empeines, los tobillos, los dedos. Los acerca lentamente a su boca y empieza a lamerlos. Y yo vuelvo a notar calidez en mi entrepierna.

Siempre me había preocupado no gustar a los chicos. Me hubiese gustado tanto vivir una historia de amor… Encontrar al hombre de mi vida, como decía mi madre, al adecuado. Pero el amor no era una prioridad. Primero porque era demasiado joven, luego porque tenía que estudiar, labrarme un futuro, y después… porque estaba enferma. Y el amor no está hecho para alguien como yo. No en este mundo donde si eres diferente, eres invisible… Donde la sexualidad de las personas invisibles, no existe.

Sus manos recorren mis muslos. Siento escalofríos y mi respiración se vuelve a acelerar. Y de repente roza mi sexo. Me dan ganas de cerrar las piernas de golpe, pero no puedo. Así que decido relajarme y dejo a sus dedos que hablen con mi cuerpo el lenguaje de la piel, de la intimidad. Ahora mismo no existe nadie más en el mundo para mí que él y yo. Me dejo llevar. Como si estuviésemos compartiendo un baile.

Recuerdo cuando los médicos me diagnosticaron mi enfermedad. Esclerosis, dijeron. Es increíble como una sola palabra puede cambiarte la vida. Mi madre sufrió mucho. La oía llorar cuando yo me iba a la cama. Y yo también lloraba. Lloraba por todo lo que no iba a poder vivir. Todo lo que había estado posponiendo hasta que, de golpe, la vida me puso un cronómetro. Pero ahora, hoy, sé que hay muchas cosas por las que merece la pena seguir despertándome cada mañana. Seguir luchando.

Sus dedos continúan jugueteando con mi sexo y, repentinamente, noto un espasmo y percibo cómo me hago pis. “Lo siento”, musito. Me toca el pelo y me susurra al oído “No pasa nada, preciosa”. Y me abandono al placer. Un placer como jamás había imaginado. Y sin saber por qué, rompo a llorar. Lloro de felicidad. De emoción. Él se sorprende y me pregunta si estoy bien. “Mejor que nunca”, sentencio. Y me abraza. Siento su cuerpo junto al mío, su cercanía, su calor, el latir de su corazón, su respiración, su compañía. Le siento a él. Ojalá pudiera abrazarle yo también. Y en mi mente lo hago. Muy fuerte. “Gracias”, le digo. Él simplemente sonríe y me acaricia la cara.

Julián dice que es un asistente sexual. Pero yo creo que es un ángel. Alguien especial que ha decidido compartir su sexualidad conmigo. Que ha aparecido en mi camino para hacerme sentir viva. Para ayudarme a descubrir lo que tantísimas veces soñé poder vivir.

“¿Te volveré a ver?” le pregunto. Él se acerca a mi cara y me dice “Por supuesto que sí, bonita” mientras me besa de nuevo. Mi tristeza, mi enfado y mis miedos, desaparecen en el mismo momento que él desaparece por la puerta.

Puede que mi enfermedad me mantenga encerrada en este cuerpo, quizá no podré andar, pero ahora siento que puedo volar, y que nada me impedirá disfrutar de mi vida hasta mi último aliento. No me rendiré. Me veo fuerte. Segura. Y capaz de hacer y sentir cosas que antes me parecían imposibles. Cosas que ni siquiera pensé que pudiera merecer. Julián me ha hecho resurgir. Quiero vivir. Siento que he ganado una batalla, pero que aun me queda mucho camino por recorrer. Y lo haré con fuerzas renovadas, con más confianza en mí misma. Nunca más angustiada, ni atormentada, ni desesperada. Simplemente feliz. Viva.

Visita el perfil de @Sor_furcia


Volver a la Portada de Logo Paperblog