Desgracias hay muchas. Propias y ajenas, pero las podemos manejar a nuestro antojo. Las propias las podemos convertir en ajenas para escurrir el bulto o como eficaz método de castigo, y las ajenas pueden ser consecuencia de las propias, pero aquí entran muchas más. Porque la desgracia puede ser espontánea y hasta genética. Uno puede ser un desgraciado sideral de por vida o convertirse de un momento a otro. Decía Oscar Wilde que el hombre puede soportar las desgracias venidas de fuera, pero que su peor pesadilla es la carga de las propias. Quizá esa sea la mejor explicación a nuestra condición de especie sufridora absoluta con un inestimable afán de supervivencia.
Nos hemos acostumbrado a caminar de la mano de la desgracia más asoladora: la espontánea natural, quizá porque no cabe más respuesta que la resignación, pero es curioso que sea la que nos convierte en humanos de verdad. El desastre de Filipinas puede ser consecuencia de muchas razones, a cada cual más variopinta, pero este tipo de situaciones se afrontan, no se estudian. Actúan como un motor de explosión y nos lanzan hacia nuestra naturaleza más primigenia: somos animales sociales, y nos necesitamos.
No somos lobos ni somos ositos de peluche, la realidad es muy diferente: la gravedad de cada destino y situación nos hace comportarnos de determinada forma y trascendemos o bajamos en nuestro instinto animal según convenga. Dumas también dijo que el infortunio es necesario para descubrir lagunas de inteligencia, pero si tiramos de la desgracia propia, quizá estemos sobrepasando esa ambición de ser tan inteligentes...
La palabra crisis nos ha traído a este país muchos más términos unidos a él: corrupción, paro, endeudamiento, riesgo, emprendimiento... Es una desgracia más, la ajena que desembocó en propia y voilá, aparece la crisis. Pero nadie tiene la culpa. Por eso nadie se mueve. Nadie hace nada, o hace poco, o hace poco solo en beneficio propio.
Quizá por eso las desgracias deberían ser siempre ajenas, porque nos convierte en animales sociales, porque las propias sacan al lobo.
Quizá por eso siempre necesitamos la desgracia, desgraciadamente, para salir adelante.