Existe mucha evidencia de que las sociedades que están sujetas a niveles elevados y persistentes de desigualdad, especialmente la desigualdad que se transmite de una generación a otra, no llegan a formar buenas democracias. Este es el caso en gran parte de América Latina, que es la región del mundo más aquejada por la desigualdad.
Aunque existen muchas causas históricas para la desigualdad de una región, los orígenes recientes son claros y residen en la política fiscal.
Algunos estudios recientes del Banco Mundial, la OCDE y el Banco Interamericano de Desarrollo han mostrado que los países de América Latina no exhiben un nivel de desigualdad en los ingresos antes de impuestos y gastos mayor que el que tienen las naciones desarrollados de Europa, América del Norte o Asia. Pero este último grupo hace un esfuerzo redistributivo sustancialmente mayor, ya sea mediante transferencias de ingresos de varios tipos (que es el patrón en Europa) o mediante la tributación progresiva (como en el caso en de los Estados Unidos). Después de tomar en cuenta los impuestos y los gastos, el nivel de desigualdad se reduce de manera sustancial en los países de la OCDE que no pertenecen a América Latina; en esta región, la desigualdad permanece sin cambios y en algunos casos aumenta.
Los gobiernos latinoamericanos no necesariamente gastan menos en servicios sociales que los de Europa, pero la calidad de ese gasto es deficiente: tiende a dirigirse hacia grupos preferenciales, por ejemplo a los trabajadores sindicalizados del sector público o a la educación superior a costa de las escuelas primarias y secundarias. El efecto es que la riqueza se redistribuye hacia los más ricos y hace que la mayor parte de la población siga batallando en el sector informal.
Francis Fukuyama, Desigualdad y Democracia