Revista Espiritualidad
Durante el último año de licenciatura en Ciencias Ambientales me dieron la oportunidad de realizar un trabajo sobre la evolución. En aquel entonces, ya hace más de una década, llevaba inmerso en la obra del psiquiatra suizo C. G. Jung cerca de seis años e intuía que la teoría neodarwiniana estaba equivocada en sus fundamentos. Es más, cuando nos enseñaban que la naturaleza se regía por una serie de leyes que justificaban la supremacía del más apto, aquello me producía escalofríos, por no decir náuseas. Sin embargo, aún no disponía de suficiente formación académica como para expresar en qué estaba equivocada la teoría de la evolución de Darwin. Además, ¿quién era yo?, un estudiante de último curso de Ciencias Ambientales, para rebatir una teoría que, según decían mis profesores de Biología, Ecología y Zoología, era el mejor marco de explicación posible de la evolución de las especies, incluida la humana.
Sin embargo, un año más tarde, después de haberme licenciado, comencé a investigar en numerosos campos para escribir una serie de artículos y ensayos. Así, después de cuatro años de investigación, logré publicar mi primer libro, titulado “El retorno al ParaísoPerdido. La renovación de una cultura”, una obra que tuvo escasa repercusión y paso casi sin pena ni gloria ante algunas librerías virtuales. En sus 359 páginas trataba de exponer todas aquellas intuiciones que, durante mis años de formación como científico ambiental, no pude expresar porque aún era estudiante y, por lo tanto, era considerado, no sin parte de razón, un incompetente.
Entre los muchos temas que abordé en ese libro, uno de ellos fue el de la teoría de la evolución neodarwiniana. Y entonces escribí lo siguiente:
“Los actuales estudios en materia de evolución se apoyan en la teoría neodarviniana, que reúne la teoría de la selección natural descrita por Charles Darwin a finales del siglo pasado y la genética de poblaciones desarrollada a lo largo del siglo XX. Según la teoría de Darwin, los seres vivos han de adaptarse al ambiente en el que viven, seleccionándose ciertos caracteres que los hacen más aptos para la competición y la explotación de los recursos, caracteres que se transmitirán a la descendencia. La genética de poblaciones, por su parte, muestra cuáles son los mecanismos de transmisión hereditaria. (…) La evolución es el resultado de ciertos cambios en las frecuencias alélicas de los genes de las poblaciones.Estos cambios tienen su origen en tres mecanismos distintos: 1. Deriva genética: se trata de una fluctuación al azar de los alelos, de una generación a la siguiente (…) 2. Flujo génico: transferencia de genes de una población a la siguiente; 3. Selección natural: Los cambios del ambiente dirigen las frecuencias alélicas.”
“Esta teoría confiere suma importancia al mecanismo de la selección natural, de modo que son los cambios producidos en el ambiente los que determinan los caracteres de un ser vivo. Y, además, los cambios que sufren los organismos han de ser graduales (…) Sin embargo, el registro fósil parece sugerir que las especies permanecen en un estado de estasis evolutivo y, cuando cambian, no lo hacen de un modo gradual –como indica el gradualismo darviniano- sino por mediación de un salto puntual repentino. Además, la selección natural no conduce siempre y en toda circunstancia a la mejora de un rasgo o carácter. “
“Parece como si una explicación de la evolución basada en la idea de un proceso de selección de los caracteres mejor adaptados (…) fuese demasiado restringida.”
Cuando escribí estas líneas, era un joven muy prudente porque empezaba mi trayectoria profesional como científico. Sin embargo, ya entonces, pensaba, como ahora, que la evolución de las especies formulada por Darwin, y defendida por el stablismentcientífico, era una patraña, resultado de una cosmovisión colectiva del mundo, completamente enfermiza, por brutal y desalmada. Con los años me fui dando cuenta de que esa “teoría” es, en realidad, un mito que representa el estado de desarraigo anímico del hombre contemporáneo.Pero, lo peor de todo es que, tras abandonar la universidad por las patrañas que en ella enseñaban, en el año 2009 regreso a ella para estudiar la carrera de Psicología, y me encuentro que la historia se vuelve a repetir. La mitología darviniana se ha extendido como un cáncer y alcanza de igual modo a la Psicología, donde predomina un enfoque conductual y cognitivo, y observo con espanto cómo los mismos principios son aplicados para explicar la psicología del hombre.
Gracias a Dios, van apareciendo cada vez más voces que preconizan la barbarie y la estulticia que parecen predominar en el ámbito académico. Una de esas voces, que parecen predicar en el desierto, es la del Biólogo Máximo Sandín; y otra es la del Psicólogo y Catedrático de Oviedo, Marino Pérez. Con ellos les dejo. Espero que lo disfruten.
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