Acabamos de despedir al viejo y saludar al nuevo año con los viejos hábitos de siempre, incluida esa absurda costumbre de proponernos retos a incumplir, atorarnos con las uvas o hacer listados con los mejores libros, películas o cualquier otra cosa. Sí, estos son días de convencionalismos, balances, y propósitos. También, y como si no tuviéramos bastante con la realidad diaria, son fechas para que el optimista de turno nos advierta de alguna profecía de Nostradamus.
Aunque el año nuevo nace con muchas de sus páginas ya escritas, queda espacio para plasmar nuestros intereses, ilusiones e incluso algún que otro desahogo. Si nos vence la desidia y el conformismo, esas páginas estarán dictadas por la ambición de quienes piensan que el mundo está en sus manos; quienes entienden que les pertenecemos -acaso porque les hemos votado-, o quienes se piensan elegidos para salvarnos de no se sabe qué peligros y amenazas. Recibimos el nuevo año como despedimos el viejo, con un estruendo cacofónico de voces que solo saben de amenazas. ¡Qué cansancio volver al España se rompe!
[Sueño: Caminaba el nuevo año con su breve mochila a cuestas, feliz y contemplando las maravillas de la vida cuando comienzan a envolverle nubes grises, sombras oscuras y monstruos gigantescos. Son el miedo, la demagogia y la mentira que danzan a su alrededor; también el fanatismo en dogmas y credos. A lo lejos, como una música reiterativa, voces de un coro vetusto y rancio continúan entonando su vieja salmodia: ¡Unidad de España!, cohesión, gobernabilidad, estabilidad... ¡Coño, qué pesadilla!]
No hay peor enemigo para el hombre que los monstruos que crea. El peor de todos, la ignorancia; porque, además de encumbrar a simples iluminados, engendra todos los temores y ha sido utilizada para construir una sociedad competitiva, superficial, vacía y egoísta. El nuevo año comienza con grandes apelaciones al miedo y envuelto en una atmósfera patriótica altamente tóxica, aunque puestos a ser patriotas -que lo mismo es un valor esencial-, ¿por qué no sustituir territorios, fronteras, himnos y banderas por mejores condiciones de vida y mayor justicia social?
Difícil de conseguir que el año nuevo sea distinto solo porque así lo diga el calendario. Podemos tener los mejores deseos pero, cuando vuelva otra vez el ritual de los adioses y bienvenidas, la cultura seguirá sin interesar, pensar seguirá siendo una complicación y protestar un incordio además de garantía de palos y multas. Todos los años nuevos serán similares mientras votemos a quienes estimulan la ignorancia y actuemos como esponjas dispuestas a absorber tanta bazofia. Pensar que todo será distinto por la caída de una hoja del calendario resulta conmovedor; delegar en otros las revoluciones que no estamos dispuestos a emprender, absurdo. Lo nuevo llegará cuando seamos capaces de reírnos de nosotros mismos y de carcajearnos de las proclamas salvadoras; cuando comprendamos nuestra insignificancia, mandemos a paseo todos los dogmas y repudiemos todas las soflamas. Lo nuevo llegará cuando abracemos aquello que rechaza la ortodoxia defendida por el establishment económico, político y mediático.
Más allá de siglas, confluencias y disidencias, más allá de líneas rojas y prevenciones profilácticas, ¿existe el deseo de construir una sociedad mejor, al servicio de las personas y más igualitaria? Inoculado el deseo de una democracia activa, transparente y con la justicia social como prioridad, sería deseable que aquellos que puedan representar estas expectativas no las defrauden. Saturados de tanto mensaje para abducidos y, puesto que el mercado de las ideas parece agotado, de quienes aspiran a ejercer el poder solo cabe desear que actúen con un poco de ética y un mínimo de coherencia.
Mientras tanto, un deseo: que pese a todos los intentos de adormecernos con tantos cuentos, no caigamos en la desidia porque nuestra indiferencia es la fortaleza de los gobernantes; de quienes aspiran a serlo, también.
Es lunes, escucho a Six City Stompers:
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