ota? La cuestión puede parecer tendenciosa a primera vista, e incluso ofensiva, pero nada más lejos de mi intención que crear una controversia gratuita. Es muy común entre las personas de ideas 'avanzadas' eso de lanzar preguntas al aire para que la propia incapacidad intelectual del interpelado acabe por cuestionar los modelos sobre los que se interroga. ¿Por qué tiene que haber un rey? ¿Por qué creer en Dios? ¿Por qué existen las fronteras? ¿Por qué existen los ejércitos? ¿Por qué algunos tienen tanto y otros tan poco? Todas estas preguntas llevan implícitas una respuesta emocional preformateada en la conciencia social, así que, en realidad, ya están contestadas de antemano por la vía sentimental: en la guerra muere gente, los reyes vivían en el lujo mientras el pueblo moría de hambre, las fronteras impiden que los pobres mejoren su vida, los ricos tienen lo que les falta a los pobres, la religión es la excusa que está detrás de todos los males humanos… Sin embargo, no es el objeto de este artículo buscar adhesiones sentimentales o rechazos viscerales sino razonar sobre la esencia de un nuevo despotismo.
Vuelvo a la pregunta con la que abría este artículo ¿Es el progre un déspota moderno? Lo primero será responder a lo que entendemos por un déspota. Mi definición de déspota es la de alguien que impone fantasías que chocando con la concepción de la realidad del otro le obligan a acatar autoridades, a realizar acciones ajenas a su voluntad, o de adaptar su estilo de vida para evitar males mayores ya sean reales o hipotéticos. Detrás del despotismo siempre hay un sistema ideológico más o menos coherente, de ahí su complejidad. Sin embargo, esto no quiere decir que los mensajes despóticos sean difíciles, más bien al contrario son del tipo consigna: llanos, directos, entendibles para cualquiera, pero que lamentablemente no explican por sí solos el propio sistema que los genera ni la verdadera naturaleza de su fuerza de coacción.
Esto es el lado abstracto del despotismo, sin embargo es fácil encontrar ejemplos de sistemas despóticos aparte del que aquí nos ocupa. Por ejemplo: hace más de 30 años existía un fuerte despotismo moral en Europa y en general en todo Occidente. Ese despotismo era especialmente duro en España y daba lugar a acciones que hoy pueden ser fácilmente reconocidas como despóticas, como por ejemplo: que a una madre soltera se la considerara públicamente como una prostituta, o a un joven con el pelo largo se le considerase homosexual con todas las connotaciones peyorativas asociadas a eso. Esas puyas maliciosas eran simplemente la expresión llana y sencilla una fantasía social de alta moralidad; una moralidad de inspiración cristiana que poco tenía que ver con esas manifestaciones, pero sin embargo se perpetuaba como modelo social de esa manera. Varias generaciones vivieron bajo ese despotismo real y efectivo, tanto en España como en todo Occidente. Muchos se vieron obligados a adaptar su forma de vida a esta forma extraña de ver las cosas, mientras otros sufrieron crueldades e injusticias debidas a esa fantasía social que sin embargo no se daba en otros lugares del mundo y ni otras sociedades.
El déspota moderno, el emocional, trata imponer fantasías sentimentales basadas en una compasión automática despreocupada del juicio moral. En román paladino: que básicamente son unos lloricas con muy mala baba. Si hace cuarenta años vestir un jersey rojo era suficiente para ser tachado de comunista o de homosexual, hoy incluso una expresión contra la estética reggae puede suponer que a uno le tachen de nazi y de xenófobo. Si hace cuarenta años una mujer era tachada de prostituta por el simple hecho de vivir fuera del matrimonio con su pareja, hoy que una mujer defienda las bondades de llegar virgen al matrimonio es suficiente para ser tildada de enferma mental o de retrógrada opusina. Si hace cuarenta años se veía bien que el marido impusiera su voluntad a su mujer, hoy se ve bien que la esposa le imponga su voluntad al marido. ¿Cambio social para mejor, o nueva forma de expresión del despotismo? A nadie le gusta ser ofendido gratuitamente así que es difícil concebir que haya una mejora. Por otro lado es curioso comprobar cómo trascurrido el tiempo son muchas veces los mismos déspotas de antaño los que siguen ejerciendo el despotismo pero con el signo ideológico cambiado. ¿Irónico, verdad?
Es déspota actual necesita de una legitimidad para imponer su fantasía directriz, o como en el caso que nos ocupa, para que su discurso sentimental no caiga en el ridículo ante la simple argumentación lógica. Existen muchas formas de legitimar e incentivar el despotismo emocional de cada uno de los pequeños microdéspotas del universo humano pertenecientes a las sociedades modernas: lo hacen los gobiernos y las administraciones públicas mediante el intervencionismo emocional, que faculta a cualquier funcionario público a lavar su conciencia solidaria con el dinero de los demás; incluso aunque muchas veces sea para perjudicar a esos mismos contribuyentes.
También legitiman el despotismo emocional los medios de comunicación de masas, con campañas lacrimosas en defensa de las causas que sean, siempre regadas con abundante exposición de fluidos humanos. Lo importante es la inmediatez del juicio, la adhesión política y pasar página rápidamente a otro drama.
Otro gran legitimador del nuevo despotismo son las estructuras supranacionales, ya que como carecen de la legitimidad popular e histórica que tienen los estados, necesitan de otras formas de legitimase: la ONU, OEA, la Liga Árabe, la CEE/UE: son organizaciones que surgieron tras el trauma de una guerra de hace 70 años. Hoy ya no son reconocibles los bloques ideológicos en los que encuadraron, ni existen los antagonistas ideológicos que intervinieron en su creación tras la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la SGM va camino de ser para los más jóvenes algo tan lejano y anacrónico como para nosotros las guerras napoleónicas. En este sentido su única legitimidad a día de hoy para algunas de ellas es el seguimiento a ultranza de las causas del despotismo emocional: el cambio climático, la globalización, el victimismo y las grandes denuncias: pobreza, hambre y enfermedad.
También necesitan de esa legitimidad lacrimosa muchas de las organizaciones internacionales que surgieron como marcas blancas de marxismo en occidente, para las que ya no tiene sentido esperar al gran advenimiento marxista, porque nada más les va a llegar desde Moscú una vez caído el muro. Pacifistas, antinucleares, ecologistas, sindicalistas, separatistas… todos se apuntan al carro del despotismo emocional pero cada cual desde su ámbito: lo mismo el aberchalismo proetarra apoya incondicionalmente la causa de los homosexuales: las “victimas” del Estado español que llevan 40 años quejándose de que les asesinan, les secuestran y los torturan, se compadecen ahora de las “víctimas” de la intolerancia machista que impide a los homosexuales expresar libremente su sexualidad. ¿No es de un altruismo enternecedor? Bueno, pues lo mismo podemos decir de ecologistas propalestinos, o de feministas antinucleares o de cualquiera de las múltiples combinaciones que existen para lograr el objetivo de soltar la lagrimilla para poder practicar el despotismo de moda sin censuras ni limitaciones.
También se legitima el despotismo emocional en las universidades de todo el mundo. Hace 70 años se medían cráneos en las universidades con la misma naturalidad metódica que hoy se recogen los datos de pluviometrías. La Ciencia nunca ha estado tan despegada de lo secular como pretenden hacer creer. Si hace 140 años el último grito científico eran los vibradores con los que conseguir orgasmos clínicos para sofocar la histeria femenina, hace 50 años la cirugía cerebral para mitigar la homosexualidad y hace 20 años la gran campaña que cambió los peinados: el agujero de capa de ozono; hoy lo que está de moda es el Cambio climático y cuantificación de la inteligencia emocional.
Las ciencias relacionadas con el clima son una fuente nada despreciable de argumentos para el déspota emocional, seguramente porque de todos los fenómenos de la Tierra es el más reconocible en una escala de tiempo humana. Desde luego, que también podrían conmovernos con otros efectos planetarios como los destructivos movimientos de las placas tectónicas. Lamentablemente el reino de los déspotas también se mueve en los parámetros temporales de la escala humana, así que han decidido apuntarse a fenómenos planetarios, mucho más “mundanos”.
Aquí se desarrollan todos los discursos pseudocientíficos que conducen a culpar al Hombre de los cambios del clima de la Tierra. Una de las fantasías más recurridas es la de convertir al planeta Tierra en la víctima personificada del Ser Humano. Incluso se le ha puesto nombres a la occisa: Gaia, o Gaia tierra, Pachamama… obviamente, esto no es más que otra forma de explotar el despotismo emocional. El aspecto más ridículo de esta fantasía es el esas Conferencias gubernamentales cuyo objetivo declarado es el de “salvar el clima de la Tierra”. ¿Salvar el clima de la Tierra? Yo no sé si las generaciones tendrán motivos para preocuparse del clima; entiendo que algunas sociedades sí y otros no, como pasa hoy; pero de lo que estoy seguro es que les vamos legar a las generaciones del futuro argumentos sólidos para reírse de nosotros.
El otro campo científico en el que se lucha para imponer el despotismo emocional es el de la Psicología, campo de la Ciencia que ha sido siempre bien explotado por la Política ya que si el uno se dedica a estudiar el comportamiento Humano y el otro se dedica a modificarlo (si es posible en su beneficio).
Uno de los paradigmas más importantes de la Psicología es la medición de la destreza intelectual y su importancia en el comportamiento humano, e incluso en el destino de cada sujeto individual ha sido una constante académica en los tiempos contemporáneos. Es fácilmente constatable que, en general, se ha usado la medición de la inteligencia para apuntalar los privilegios sociales de los mismos que promocionaban estos estudios.
A finales del siglo XIX se usaron las mediciones de inteligencia para convencer académicamente que los blancos son intelectualmente superiores a las otras razas y por tanto su dominio de facto en el mundo estaba santificado por el mayor de los atributos del Ser Humano: la inteligencia. El éxito de estas técnicas supremacistas fue indudable, pero la propia dinámica de los tiempos llevó a su cuestionamiento. Por ejemplo, Japón una potencia oriental de raza “no blanca” apabulló militarmente a Rusia y demostraría durante la primera mitad del siglo XX que su capacidad técnica, científica e industrial era comparable, si no superior, a la de los países racialmente blancos. También dentro de estos mismos países llegó el cuestionamiento a las mediciones de la inteligencia. No sólo los países europeos y anglosajones trataban de justificar sus supremacía en base a su inteligencia, también las clases acomodadas de estos mismos países trataban de justificar la suya en el orden social; así la burguesía formada en las universidades era la misma que media la inteligencia de los demás y por tanto no era raro que fuesen las personas de este entorno social la favorecidas por las mediciones de inteligencia y por todas las prebendas sociales aparejadas a esta misma superioridad.
Hoy lo que está de moda es cuantificar y fomentar la inteligencia emocional. A nadie se le oculta que al déspota emocional se lo han servido en bandeja. Ya no es necesario ser el más inteligente, y mucho menos demostrarlo, porque es la habilidad emocional la que pone por encima de otros seres humanos en la escala que lleva al éxito en la vida. Además no hay test para medir la inteligencia emocional, solo la constatación de saber emocionarse por las grandes causas reales o hipotéticas y manifestar simpatía por el victimismo; o como le llaman ellos: solidaridad. Obviamente, esto es una patraña igual que el cambio climático surgida exprofeso para legitimar científicamente a los déspotas emocionales.
¿Por qué surge y a quién beneficia el despotismo emocional? Igual que el despotismo Ilustrado del Siglo XVIII, los déspotas emocionales se consideran a sí mismos una élite. En realidad sienten un profundo desprecio por el poder emanado del pueblo al que consideran adulterado y falto de su genialidad, y por tanto aspiran a mejorarlo o directamente a suplantarlo. El despotismo es en esencia elitismo y, por tanto, se nutre de personas de relevancia pública que manejan resortes efectivos del poder quienes tienen motivos para considerarse a sí mismos como parte de una élite. Por otro lado están todos aquellos que aspiran asociarse a esa élite desde posiciones menos favorecidas. Por último están la gran masa de claps que, independientemente de su afiliación ideológica, disfrutan del placer de mortificar a sus iguales con el grado de impunidad que se han asegurado para sí, los anteriores.
Hace más de 200 años el despotismo fue la semilla de un cambio radical en la política de la época que se tradujo en un cambio de rumbo histórico. Este cambio tuvo sus éxitos y sus fracasos, hizo despuntar los logros intelectuales del Ser humano pero le condujo a muchas sociedades al materialismo deshumanizador. Los déspotas contemporáneos no están en disposición de lograr ninguno de esos éxitos, porque su despotismo es anti-intelectual. Si los déspotas del XVIII creían en la Ciencia para desvelar la Naturaleza, estos creen en la Ciencia para procurar comodidades, lo que necesariamente conducirá a vivir bajo la Ley del mínimo esfuerzo. Si bien sus éxitos únicamente se conocerán en el plano metafísico sus fracasos pueden estar a la altura de esos éxitos no logrados. Abolir la pobreza; hacer a todos los Seres humanos iguales, no en dignidad y derechos, sino en apariencia; dominar a voluntad el Clima terrestre… son empresas condenadas al fracaso, que solo se podrán mantener vivas mediante un sistema asegure de la fluidez de la propaganda, y que a la vez se ocupe de evitar a toda costa el debate. La democracia como sistema político tiene un enemigo en estos déspotas y el Ser humano una espada de Damocles pendiente sobre su cabeza si se deja arrastrar por sus delirios sentimentales.
LOS COMENTARIOS (7)
publicado el 27 febrero a las 19:47
Jorge, para aquél que acepta el despotismo supongo que estará muy bien. El problema es para quien no acepta el despotismo, blando o fuerte, es igual de intolerable que la tiranía. Tocqueville vio muchas cosas en America que le fascinaron, y una de ellas fue a gente que no toleraba a los déspotas. Yo no hubiera expresado mejor que los despotas están ahí, solo pretendo denunciar a los que nos ha tocado sufrir y a su forma más común de manifestarse. Saludos
publicado el 27 febrero a las 13:42
Para nada, creo que lo planteo de una forma bastante desapasionada. Yo esto convencido de que no somos la generación del cambio, somos los primeros herederos del cambio a peor. Estos 30 últimos años han sido una punto de inflexión negativo en el crecimineto tecnológico y científico, estamos viviendo la era de la popularización pero no la del avance científico, cada vez aportamos menos, somos más vulnerables a la superstición y más dependientes; la siguiente generación lo hará todavía peor y será aún más vulnerable. Ese es el futuro de fracasados al que tendremos que enfrentarnos cuando nos despertemos. Pero tú sigue soñando.
publicado el 26 febrero a las 21:21
Tocqueville hablaba del Despotismo blando, como aquel que sin recurrir a la fuerza y la coacción logra la sumisión de los espíritus.
Hoy, ese despotismo blando parece ser producto de una conjunción entre la victimización que tanto criticaba Nietzche y una falsa conciencia como la que mencionaba Marx.
Por eso, en lo personal creo que los déspotas tienen diversos disfraces, moralistas creyentes, ateos acérrimos, autoritarios y conservadores disfrazados de liberales, marxistas dógmaticos.
Es decir, como lo ha hecho por siglos, el despotismo se nutre del dogma -sea cual sea, dios, el Estado- que alimenta la debilidad emocional y la noción de una existencia que no es tal.
publicado el 30 enero a las 13:05
Gracias por el comentario OD. Le echaré un vistazo y te comento. Un saludo cordial
publicado el 30 enero a las 13:02
Paloma, esas causas serán todo lo bienintencionadas que parezcan ser, pero están destinadas al fracaso porque son pura propaganda emocional. Lmento haber sido yo el que te haya dado la mala noticia.
publicado el 29 enero a las 23:14
El enfoque del artículo me parece francamente innovador visto desde el aspecto de victimismo piscológico. Sin embargo prefiero el enfoque de clase: la clase oligárquica dirigente ya sea la casta política o la económica utiliza este victimismo del populacho para perpertuarse a través de los clichés y la demagogia. Sin embargo en todo existe siempre algo de real. Cuando hablabas con gran conocimiento de los estudios de moda en la antropología de finales del XIX en ellos también se escondía algo de verdad y dio luz a los primeros estudios de la genética. De igual forma pasaría con el cambio climático. A mi también me produce hilaridad y pena a la vez por su predicamento en la prensa su merchandising y el antropomorfismo asociado a la Tierra o "chamanismo occidentalista o burgues" como yo lo llamaría. Pero es indudable que el volumen industrial de estos tiempos y de consumo no es el de hace 100 años y los parámetros climáticos pueden verse transformados lo cual eso si no quiere decir que pueda ser peor o mejor para la vida humana en la Tierra porque creo sin ser experto que eso es absolutamente impredecible y todo dependerá del factor al que de hincapié el estudio o análisis realizado (y quien lo financie). Te invito a leer mi aportacion filosofica a la tematica de las sociedades democráticas y permisivas actuales en mi blog Dia Noche de un Occidental Decadente. Un cordial saludo OD
publicado el 29 enero a las 16:09
Estoy de acuerdo en que abunda el despotismo entre los jóvenes progres que calzan All Star, pero creo que caes en lo mismo que criticas al generalizar y atacar por la vía sentimental.
Con respecto a esto, sólo puedo decir que no son empresas condenadas al fracaso, sino que nosotros las condenamos cuando evitamos implicarnos..La pereza había ganado la batalla hasta ahora, pero creo firmemente que empezamos a despertar y confío en que seamos la generación del cambio..