Murieron Eduardo Galeano y Günter Grass…
Estábamos reponiéndonos apenas de la pena que nos causó el deceso de Juan Gelman, y este segundo lunes de abril nos enteramos de que han muerto Eduardo Galeano y Günter Grass. La tristeza que provoca la doble pérdida se extiende hacia atrás y hacia adelante en una línea del tiempo imaginaria. Por un lado, nos retrotrae al desconsuelo que experimentamos a principios de 2014 cuando la Parca se llevó al poeta y periodista argentino. Por otro lado, nos proyecta la imagen de un Osvaldo Bayer cada vez más desolado ante la partida de sus colegas y amigos congéneres.
El autor de La Patagonia rebelde comentó algo de esto cuando charló con Rogelio García Lupo ante cámara, a pedido de Santiago García Isler para el documental que le dedicó a su padre. “Cada vez somos menos los de nuestra generación” dijo en cuanto comenzó la breve conversación programada.
El sábado pasado, el infatigable Bayer publicó este homenaje a Fernando Birri en la contratapa de Página/12. Allí contó que fue a visitar al cineasta santafesino radicado en Italia para -“él, con sus 90 años, yo con 88″- filmar un diálogo sobre el ser humano y la Humanidad. “Buscar una explicación después de tanta experiencia”, escribió en alusión a la perspectiva que da el paso del tiempo y acaso a la percepción de un (re)encuentro que difícilmente se repetirá.
Tras enterarnos de las muertes de Galeano y Grass, algunos argentinos recordamos dos artículos de Bayer: esta contratapa de marzo de 2002, dedicada al escritor uruguayo, y un pequeño artículo redactado en 1999 cuando el colega alemán ganó el premio Nobel de Literatura (el texto comparte la misma página con otras dos piezas igual de recomendables, firmadas por Alfredo Grieco y Bavio y Juan Forn).
En aquella contratapa, Bayer escribió:
“Galeano, oriental. La interminable batalla, siempre formando la partida de los que están para abrir las brechas cerradas por el egoísmo y la explotación. Ciudadano del mundo que golpea fuerte en la mesa de los derechos de los pueblos. Galeano, paisano e intelectual, con el lenguaje de los que no se van a dejar engañar nunca. El pan, la tierra, las uvas, para los que trabajan desde siglos. Galeano, Eduardo, desnudador de las grandes mentiras, de los explotadores, de los falsificadores de los diez mandamientos.
(…)
Galeano no da ni un paso atrás. Dice al aire, a nosotros, los intelectuales: ‘Decídase, señor escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe‘”.
Cuando la noticia del premio Nobel para Grass, Don Osvaldo apuntó:
“Política y memoria más allá de su oficio inagotable de literato picaresco y barroco. Nunca se lo vio quejarse ni llorar futuros ni ponerse en víctima (ese soldadito tímido y soñador en 1945, de 17 años, obligado a disfrazarse de militar y tomar un máuser, en el caos de la derrota, el crimen, la bajeza, la huida). En vez de poner hoy cara importante de triste, ese ciudadano bonachón y ya un poco encorvado se ríe a boca llena con su humor popular pero se crispa de ira cuando los representantes del pueblo hablan de democracia y consiente en vender armas a los jerarcas de pobres pueblos del Tercer Mundo.
Todo sin pedanterías. No escenifica su pensamiento. Lo dice en la calle, a la gente que se para a saludarlo. Como cuando en 1991, en plena euforia por la caída del Muro, dijo su “Discurso de la pérdida” que resonó en medio de la fiesta: “quien en el presente recapacite sobre Alemania y busque respuesta al problema alemán, debe incluir Auschwitz en sus pensamientos”.
Es un antidemagogo. Ejerce la fantasía como oficio pero obliga a la responsabilidad. Perdóneseme esta elegía. Espero se comprenda mi alegría: Grass es un celoso conservador de lo humano“.
… Por suerte queda Bayer para recordarlos.
Bayer volvió a referirse a Grass siete años después, concretamente cuando Walter Goobar lo entrevistó a propósito de la revelación del propio escritor alemán sobre su condición de miembro de las Waffen-SS de Adolf Hitler, en tiempos adolescentes. Vale la pena repasar el reportaje -o al menos la siguiente respuesta- cuando gran parte de la prensa internacional hoy recuerda aquella confesión.