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Revista Cine
Después de mayo es un magnífico retrato de las secuelas que dejó el fallido mayo del 68 en los hijos de la burguesía acomodada francesa. Unos jóvenes que partían de una gran confusión ideológica cuya única certeza se encontraba en la demonización del Estado y del orden establecido, algo que, dicho sea de paso, era estimulado por la violenta represión policial de sus manifestaciones. La película sigue los pasos de Gilles, un joven estudiante en plena formación vital e intelectual cuyo sueño es llegar a ser pintor y contribuir con su arte a la lucha revolucionaria y sus amigos y amigas, todos comprometidos con el cambio social, signifique eso lo que signifique. Una de las características de estos jóvenes es su irresponsabilidad: su lucha lo justifica todo: vandalizar el centro donde estudian o, muchísimo peor, dejar malherido a uno de los vigilantes que lo custodian sin sentirse demasiado culpables. Ellos siempre van a tener una salida ideológica y gente que los respalde, hasta el punto de poder irse una temporada al extranjero hasta que las aguas se calmen. ¿Y cuál es el secreto de poder llevar esta vida? Pues el dinero de los padres, que nunca falta. Ellos viven la gran contradicción de anhelar una sociedad nueva pero no desaprovechar las comodidades que les ofrece la existencia burguesa de sus padres. Así es fácil ser libre: viajar dónde se quiera, participar en asambleas en las que se debate sobre las virtudes de la China de Mao, hacer cine revolucionario, acostarse con quien apetece, abortar sin ningún problema de conciencia, probar drogas e incluso pasar temporadas en Asia buscando aprender danza sagrada y cosas así. Aunque no creo que Assayas pretenda dar lecciones de nada, la conclusión que saco viendo Después de mayo es que las revoluciones perdidas también engendran monstruos. Monstruos inconscientes de que lo son, a la vez poseedores de la verdad absoluta y cambiando sus ideas al ritmo de las circunstancias. Monstruos que en muchos casos acaban traspasando la última frontera hacia la clandestinidad para apoyar causas terroristas. Si alguno cree que la vida actual está demasiado politizada - y lo está, en efecto - solo hay que asomarse a esta película para descubrir una época en la que política lo impregnaba todo de una manera aún más intensa, hasta el punto de que sus protagonistas no hubieran sido nada sin ella.