Revista Psicología

Destrato y Agresión pasiva. La violencia que nos negamos a ver

Por Yanquiel Barrios @her_barrios
Destrato y Agresión pasiva. La violencia que nos negamos a ver

Actualmente el 80% de la población mundial vive en ciudades donde la vida genera disímiles fenómenos. Nuestros vínculos han cambiado, son más distantes. Nosotros hemos cambiado a modos de vida menos comunitarios y más individualistas.

Estas llamadas culturas urbanas, "civilizadas", en los que lo campesino se vive como atrasado, es el ámbito donde suele emerger un tipo de violencia casi invisible. De hecho, su invisibilidad, la vuelve más violenta.

Estos contextos de civilización, decantan también en distribuciones del poder muy desiguales, lo cual genera hambre y pobreza. Y parece que en estos contextos la violencia se perfecciona. El hecho de vivir como números de encuesta, disminuye la capacidad de empatía y la conexión con el otro.

El concepto del que voy a hablar hoy tiene cabida en estos contextos. Estamos acostumbrados cada vez más a "ningunear", al otro, a no verlo como alguien con entidad corpórea e igual a nosotros, sino como parte del paisaje.

Pensemos, por ejemplo en el fenómeno de la mendicidad. Muchas veces, cuando el tiempo me ha dado, me he detenido en Buenos Aires a charlar con los mendigos. Lo primero que les pregunto, es "¿Cómo te llamás?" Es increíble como este mero acto de reconocer al otro como ser humano, hace que esos rostros, por lo general tristes y resignados, sonrían.

Y es que allí hay alguien, aunque nos neguemos a reconocerlo. Yo entiendo que las demandas citadinas de traslados y horarios y la cantidad de mendigos que deambulan por ellas, hace imposible que todos nos detengamos siempre a hablar con cada uno, pero ¿no cambiarían las cosas si cada vez que pudiésemos lo hiciéramos?

Pierre Bordieu postuló la violencia simbólica, como aquella en la que se otorga ciertos lugares sociales de opresores y oprimidos. Cada vez que negamos una respuesta a alguien, estamos ejerciendo lo que se denomina "agresión pasiva". Cuando dejamos de escuchar al otro, cuando no le contestamos, lo estamos violentando, lo estamos matando. No es casual la expresión "matar con la indiferencia". La indiferencia mata al otro desde lo simbólico, niega al otro como igual.

Este tipo de violencia no es solamente la que se ejerce hacia los mendigos. Para nada.

Debo decir que en general el sexo masculino, es experto en este tipo de violencia. Sobre todo cuando se trata de estructuras obsesivas de personalidad.

¿Cuántas veces las mujeres hemos sido peyorizadas como esos seres irracionales que "se la pasan hablando"?

"Osamos" preguntarles a nuestras parejas en qué piensan y ellos, obviamente machos racionales y concretos no están pensando en nada. Pues bien, en muchas de estas parejas los hombres adoptan el silencio como una manera de agredir. No es casual que la peyorización vaya hacia la palabra. La palabra de la mujer tiene que ver con su deseo, con su autonomía y con su capacidad de ejercer poder.

No contestar, ser indiferente, se denomina "destrato", y es una forma más de maltrato psicológico.
"Pero si yo no le hago nada", arguyen estos sujetos. Claro, su no hacer, su no decir nada es su manera de agredir.

Muchos teólogos con los que he compartido charlas hablan de pecados "por acción y por omisión". Pues bien, el destrato, el ninguneo y la agresión pasiva son los reyes de los pecados por omisión de nuestra época.

Si vemos un niño que se cae en la vereda y se lastima y no vamos a socorrerlo, estamos cometiendo un delito. Eso todos lo tenemos claro. Ahora, cuando es un niño pidiendo o lavando vidrios, a todos nos resulta muy natural ser indiferentes.

Vivimos en un mundo de lógicas económicas cada vez más crueles y desiguales y la manera de responder de los poderosos es el destrato. "Yo soy un hombre de bien, pago mis impuestos", dicen empresarios que acumulan contaminando y explotando gente.

El destrato es una de las maneras en las que este sistema de capitalismo tardío se sostiene. Si queremos que las cosas cambien, empecemos por registrar al otro y verlo como igual. De lo contrario, estaremos siendo cómplices de las mismas situaciones de desigualdad y violencia que sufrimos.


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