Destreza

Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, de cualquier manera estás en lo cierto.

Henry Ford.

Yo no reniego de los talentos naturales. De verdad. Pero me conviene olvidarlos, por cuanto considero una verdad dentro de la lógica más pura que una persona verdaderamente interesada en adquirir una destreza, con la práctica intensa la va a adquirir. Por ejemplo: si yo me aplicase todos los días en la lograr la postura yóquiga de la tortuga seguro que lo lograría, y eso que desde niña nunca tuve un pimiento de elasticidad.

¿Sabéis qué es lo que más suele frustrar a mis alumnos/as en las clases que he impartido de encuadernación inicial? Pues con mayor frecuencia no saber hacer un corte recto y limpio con ayuda de un cutter y una regla.

¿Sorprendido/a? Seguro que a los que sois o habéis sido profes de alguna disciplina artística no os sorprende en absoluto. Pero para otros, acostumbrados desde pequeños a todo tipo de destrezas manuales, seguramente será algo superadísimo. O por lo menos de ninguna manera traumático. Pero yo he podido ver a personas muy creativas -y que aspiran a un mínimo de perfección en su trabajo, por supuesto- pasarlo mal por ese tema. Porque no quedar satisfecho con una operación básica y en apariencia sencilla puede implicar que no avancemos en lo demás:  encuadernar es una suma de pasos que se apoyan unos en otros para configurar un libro… y el bloqueo hace estragos.

Otro paso sencillo: plegar cuadernillos. Cuando comento la técnica que considero adecuada para plegar papel habitualmente recibo miradas entre sorprendidas y escépticas de reojo. Pensamiento derivado de esa mirada: ¿y a  la edad adulta me vas a enseñar tú a doblar un papel? ¡’enga ya! 

En ambos casos explico el modo de proceder más idóneo, ese que bien hecho y con la práctica garantiza un buen resultado… y suelo insistir cuando a la vuelta me encuentro a la persona haciendo justo lo contrario de lo que indiqué. Reconozco que hay cosas que se me escapan o puedo explicar erróneamente. Pero esto suele ser por rebeldía innata, del tipo: yo SÉ cortar un papel. A mi manera. Lo cual no sólo no me parece mal sino magnífico si funciona. Cada uno debe perfeccionarse de la forma que considere oportuno, y lo que a mí me vale puede no ser lo que le funcione a los demás. De hecho, intercambiando opiniones es como más se aprende.

Pero lo más habitual es que ese a mi manera se convierte en un qué torpe soy a la primera de cambio cuando las cosas no nos salen bien. Y eso sí que no. Es muy frustrante tener la imagen de lo que quieres hacer en la mente, algo que parece sencillo, y comprobar cómo las manos no lo ejecutan con exactitud. En lo cual emerge esa justificación quizá aprendida desde la infancia ante los pequeños fallos: “soy torpe”.

Mi empatía en estos casos es auténtica, os lo puedo asegurar. De estas malas experiencias sé un rato largo. Mis primeros libros dejaron mucho que desear, y si bien considero que es lógico porque estaba en una fase de aprendizaje -en la cual sigo y espero seguir toda mi vida- creo que a ciertos malos resultados contribuyeron varios factores -algunos externos a mí y otros internos-, del cual el más importante fue la falta de confianza. Creer que la destreza es algo innato, que no se aprende, que uno no vale para eso.

Aún hoy, cuando a veces mido algo y después de cortarlo veo que de nuevo me comí ese centímetro que necesitaba, me acuerdo de las palabras que más han consolado mis complejos, dichas por una buena amiga y gran profesional: ¿que te despistas? claro… Es inherente a las personas creativas.

Eso implica que sí: a veces soy torpe y despistada, como mucha gente que se considera a sí misma felizmente imperfecta. Pero es el precio que tengo que pagar por tener la cabeza llena de ideas y sueños. Y lo pago de lindo gusto.

Y ahora, aquí os revelo en primicia, profusamente explicada, la Téshnica Infalibre de Corte de Papel con Regla y Cutter, también conocida como TICPReC*. Como todas las téshnicas infalibres (no, no es una errata: si no se arrastra la s no es una téshnica, es una técnica y y por tanto demasiado rígida para cualquier experiencia creativa de las de verdad de la buena).

* No vaya a ser que luego no os creáis nada de lo que escribo, aclaro que por supuesto el nombre es una tontería de esas que a veces iluminan mi vida.

Aquí va:

1º: TACAÑONES, RÁCANOS y demás familia, abstenerse.

Necesitamos un cutter que corte. No, no vale ese que tenemos olvidado dentro de la caja de herramientas. No, no vale si tiene óxido. No, la cuchilla no sirve para cortar hasta el infinito: esos segmentos van a tener que quitarse, se acabarán, y llegará un momento en el que habrá que poner un recambio. Y la regla, de metal. Con bisel, mucho mejor. Aquí sí que conozco una baratísima e ideal para estos menesteres pero a la que no voy a hacer publicidad gratis porque es un hipermercado monstruoso y ya se basta él solito. Ahora que, si tenéis interés, os digo dónde y el precio. Eso sí: pesa.

2º: COMODONES, mejor no.

La mayoría de las operaciones de encuadernación se hacen mucho mejor de pie. Esa es mi opinión. Al menos hasta que el cuerpo aguante**. Los restauradores ya somos más comodones, solemos sentarnos más. Pero cortar, sí o sí, de pie. Cuando cortamos no sólo utilizamos la “fuerza” de los brazos; si os ponéis de pie, notaréis cómo posicionamos firmamente los pies sobre el suelo. ¿Algo de Perogrullo? Ya, ya. Seguro que eres de los que cortas sentado.

** a este respecto recomiendo pasarse por la magnífica web de Carlos Rey, en cuyas fotografías de trabajo podrás comprobar esta gran verdad…

3º y definitivo: PRÁCTICA, PRÁCTICA, PRÁCTICA… ad infinitum.

Esta es la ecuación: +práctica=+destreza.  O lo que es lo mismo: nadie nace aprendido en este mundo. Que es un dicho que me encanta.

¿Deseas inspirarte con gratas imágenes llenas de destreza adquirida? Pues las que mi amigo Luis de El diario de los Viajes tiene en su página de Facebook (aquí) sobre el curso de encuadernación medieval que imparte no tienen desperdicio…