Estados de Ánimo.
Mario Benedetti
Siempre tuve poca memoria, desde chico. O mejor dicho, sólo recordaba cosas que parecían insignificantes para mí y hasta para los otros. Me pasa hoy que, a veces, no recuerdo el día del cumpleaños de uno de mis mejores amigos, pero, sin embargo, recuerdo una situación, sin mucho vuelo o preponderante en la secundaria, al detalle, baldosa por baldosa.
Me quedaban cosas grabadas que parecían no tener importancia. Con los años comencé a disfrutar de eso. Hay que amigarse... Me reía de lo que podía llegar a acordarme, de eso que no tenía razón de ser ni sustento, pero que igualmente a mí me quedaba inscrito. Había algo más en juego. Creo que por eso mi gusto, y vocación, por el psicoanálisis.
Un psicoanálisis es un instrumento hermoso para quienes se detienen en lo ínfimo, porque muchas veces allí radica un elemento central del sujeto que nos consulta. No sólo al escuchar la manifestación de una escena enorme y llena de detalles, sino en aquello que parece "una gilada", o no tiene mucho que ver. Justamente por eso, ahí es donde más el inconsciente, como instancia, hace de las suyas. No hay con qué darle, los pequeños detalles hacen diferencia.
Ahí, hacen pié los enanos. Los peques, con quienes escucho jugando (porque no me gusta decir que trabajo con niños) semana tras semana. Están muy pendientes de lo que pareciera no ser importante para otros, pero para ellos es central. Recuerdo el caso de un niño de 8 años que asistía por -y con- sus miedos, venía muy asustado a sesión hasta que pudimos ir dibujándolos, hablándolos, haciéndoles canciones y hasta los llegamos a insultar. Los niños inventan insultos, eso es genial. Los padres de este niño se quejaban de sus miedos porque alteraba la dinámica familiar, pero no habían reparado en algo: uno de sus tantos miedos era que por su culpa maten al padre, allí el niño, luego de varios meses de encuentros, pedía insistentemente la posibilidad de una ausencia de su padre, que sólo se podría lograr a través de la muerte. Vaya si eso era angustiante cada día -y noche- para él. El detalle era que su hijo le estaba pidiendo aire... para respirar, para vivir. Freud ya nos avisaba de que un miedo está en cierta relación con el deseo.
Sigmund Freud (Foto tomada de El País)
Lo importante de cada niño/a. Sus juegos, hoy sus youtubers, sus partidas de Fortnite y Minecraft, algunas de sus actividades por fuera de la escuela, sus síntomas, sus miedos, sus decires, sus miradas. En fin, un niño hace de un detalle su mundo. Ahí plantan bandera. Porque es ahí que algo de él o ella está en juego. Y justamente ese es nuestro norte, sus detalles, lo más propio de cada pequeño. Es, quizás, una clave clínica el que nos guíe lo que para ellos es vital y para otros puede ser prescindible o sin importancia. Como analistas en los encuentros con niños y niñas intentamos hacer del cada vez una vez única.
Cada encuentro con un niño o una niña serán sobre la base de esos detalles, y sabemos que no hay posibilidad de prefijar una sesión. No es posible. O mejor dicho, es un imposible con el que cual habrá que hacer cada semana. Porque cada niño vive del detalle. Es su morada.
Ese detalle es el saludo que cada uno/a tiene o soporta, no a todos se los saluda con un beso o choque de manos. No a todos se los lleva corriendo. No a todos se los recibe con una nariz colorada y caras raras. No a todos con una pelota bajo el brazo cuando les abrimos la puerta. No a todos gritando en plena calle "¡qué alegría que viniste cabeza de zapallo!".
Pero si, con una sonrisa y con respeto. Ese detalle tiene nombre: un gesto de amor.