La democracia española no goza de buena salud. Aquella minuciosa Transición, que nacía con sino de ejemplaridad, se está cayendo a pedazos por el continuo goteo de corrupción, más el despilfarro y desbarajuste de las ‘autonosuyas’. Se palpa la descomposición, la decadencia y el deterioro del sistema autonómico; en el malestar general, se huele un tufillo a lo que parece un golpismo de baja intensidad, una descalificación global de la clase política y financiera destinada realmente a socavar las instituciones y el sistema pseudodemocrático; el dinero negro ha estado fluyendo a raudales durante décadas para los colocados, son billetes de los españoles que proveen el enriquecimiento ilícito de altos cargos; han sido unos personajillos que se hallan instalados en la actuación política o en sus aledaños.
Pero aquí, el trinque no es nada nuevo, ya, sobre el enriquecimiento ilegal de Rodrigo Calderón, famoso secretario, cantaba Quevedo: “Para evitar ser ahorcado, se viste de colorado”. Y el caso es que la gente los disculpa y además los vuelve a votar; es como si estuviese en la conciencia popular que el dinero público está para cogerlo, por eso, se oye decir: “¿Y tú, si pudieras, no harías lo mismo?”. Al no dar importancia al robo, a la estafa o a la malversación, en cuanto acceden al puesto, van mangando, cobrando sobresueldos, desviando fondos destinados al paro y repartiéndose los Fondos Reservados del Estado. La causa más relevante de este fétido lodazal de latrocinio se halla en el fortalecimiento galopante de la partitocracia española, así la independencia de las instituciones estatales queda mermada en pro de las oligarquías de los partidos políticos, que manejan y deciden los cargos y el funcionamiento de las mismas; los ciudadanos están marginados de las decisiones y mando de la democracia.
Muchos españoles, en gran parte, andan exigiendo la urgente y necesaria regeneración del sistema político. El socialista cristiano Ch. Kingsley afirmaba: “La única forma de renovar el mundo es que cada uno cumpla el deber que le corresponde”. La transparencia fiscal de todos es un punto necesario en la regeneración moral de nuestra política; por eso, lo más importante aquí, era la ilegalización de Bildu y haber realizado la ineludible reforma de la Ley Electoral, introduciendo la segunda vuelta, para eliminar las componendas postelectorales, que permiten gobernar a inútiles nunca votados y, a ello, añadir luego la supresión del Senado, del T. Constitucional, del Estado Autonómico y un tercio de los Concejales.
Requiere también, ipso facto, la real división de los tres poderes y la democratización en el funcionamiento de los partidos; establecer las listas abiertas y un control sobre la respetabilidad de los candidatos elegibles, así como introducir la limitación de mandatos, para evitar la profesionalización de la política. Se logrará acabar con la partitocracia, cuando los políticos dependan, en todos los aspectos, de la voluntad y decisión de los ciudadanos.
Hay que hacer real y efectivo el control sobre el poder político, por medio de la presencia de unos interventores de los partidos. La gente se indigna ante las ricas y cuantiosas soldadas de los políticos, se enfurece y piensa que, para lo que hacen, deben ganar bastante menos. Teniendo en cuenta el sentido de su responsabilidad y el cultivo de los valores cívicos, la misión de contrapeso y denuncia de la prensa es esencial, para regenerar éticamente España; algunos aún no han sido juzgados y condenados y a otros ya se les ha prejuzgado y condenado por unos papeles fotocopiados, sin firma, que, luego, han quedado en nada, pero ya se había consolidado el daño a la institución, a las personas e incluso a la imagen de España.
Es necesaria una mejora de la calidad política de esta España nuestra, para eliminar la corrupción, la mediocridad y el desaliento e imponer la benefactora acción de asentar los mejores asideros morales, la confianza de la ciudadanía y el engrandecimiento de la Nación Española.
C. Mudarra