Félix Viscarret venía de dirigir cuatro episodios de Patria (2020) con gran aplomo y oficio, así que quiero pensar que lo que se le atragantó en No mires a los ojos (2022) fue un guión que no acabó de decidir si lo mantenía fiel al original literario (ciertamente difícil de adaptar) de mi admirado Juan José Millás, o intentaba crear una tensión --inexistente en el libro-- que hiciera más llevadera una historia que no acaba de desplegarse ni enganchar al espectador.
La novela de Millás --Desde las sombras (2016)-- tiene un argumento tan mínimo como absurdo (un hombre acaba escondido tras el armario en casa de unos desconocidos y decide acabar su existencia allí), pero que se sostiene gracias a un interesante hallazgo formal: una narración que bascula de forma imprevisible entre la realidad y otra realidad paralela que sólo existe en la cabeza del protagonista. Ese contraste entre ambos mundos, que mutan a conveniencia y para enredar la trama, hace que al menos el texto se sostenga hasta el final. La película, por su parte, arriesga algunos cambios: algunos audaces, otros extraños, unos pocos inconvenientes.
El primero es un acierto: ocultar deliberadamente la existencia de ambas realidades. El segundo acaba malogrado: la posibilidad de integrar con naturalidad la paranoia que insinúan los indicios de Damián (el protagonista) para los habitantes de la casa. El tercero revela falta de convicción narrativa: no atreverse a evitar mostrar el rostro de los habitantes de la casa durante toda la película (si no los ve Damián, el público tampoco. Hacerlo habría sido un desperdicio en el caso de Leonor Watling y una decisión del director que podría haber cambiado por completo el tono del filme). Sin embargo, el peor error que creo que comete el guión es sustituir la decisión consciente de Damián de diluir su vida por una insostenible y difícilmente empatizable atracción sexual (y que el filme confirma que era su objetivo en el último segundo). Demasiados factores en contra.
No mires a los ojos era una apuesta muy arriesgada como reto de adaptación literaria, también la oportunidad de hacer un filme más complejo --como la novela misma-- y menos indulgente para las audiencias. Unos aciertos iniciales prometedores no hacen pensar que la anécdota desembocará en el callejón sin salida en el que acaba inmersa. Pero también es cierto que de un libro poco empático y perturbador difícilmente podía salir un filme comercial, aunque sí más provocador.