Revista En Femenino
El otro día fui a la revisión médica de empresa y me sorprendió mucho que el médico de la misma no le diera la importancia que se merece a la salud bucodental. Yo soy una maníaca de la misma, esto es que por la mañana y por la noche me recreo en el ritual del cepillo eléctrico, hilo dental, cepillo interdental y colutorio. En el trabajo no puedo hacer tal despliegue, cualquiera puede entrar en el baño y pillarte con el hilo colgando de la boca o escupiendo en el lavabo. El ritual exige cierta privacidad y como en el cuarto de baño doméstico no la hay.
Supongo que esta devoción viene de que sé lo que es padecer una buena infección de muelas. Fue un verano adolescente en Asturias. El nolotil no calmaba el foco y me enjuagaba todas las noches la boca con orujo, que te deja la mucosa hipersensible, pero que dormía los nervios. Y en cuanto fui a Madrid me tocó visita al dentista, que es de todo el colectivo de la bata blanca es el único que me impone de verdad. No es que yo sea especialmente valiente, es que a mi estar rodeada de los profesionales de la sanidad me gusta. No les temo y además me gusta estar al día en cuestiones de salud.
Para muestra de lo singular que puedo llegar a ser en este ámbito, vaya el siguiente diálogo en la consulta del pediatra, hace unos días, cuando la doctora estaba explorando la garganta de la nena:
- Tiene las amígdalas blanquecinas- pediatra.- Infección, ¿verdad? No serán tonsilolitos - madre, es decir, yo.- Infección, placas, vea usted- ella. Me lo enseñó. Allí estaba la infección en todo su esplendor.
La pediatra era joven y mi mención al caseum amigdalar (es bastante desagradable, por lo que quien quiera investigar al respecto que lo haga) la desarmó. Mientras escribo esto no estoy consultando la terminología médica, es un mundo que me apasiona y me quedo con todo. Y no voy de lista, aunque pueda parecerlo. Es que en temas médicos me empapo, literalmente.
Esto es así desde bien joven. Cuando tenía 19 años recuerdo una noche en la que salí de bares con mi hermana Rebeca, de 18, y compañeros suyos de carrera, y un par de estudiantes de otras disciplinas universitarias. Había allí un sujeto de lo más interesante, una rara avis que le hacía sombra a todos los individuos del sexo opuesto que hubiera aquella noche en los bares que visitamos, porque era estudiante de 1º de Medicina. Hablando de huesos, pues quería ser traumatólogo y yo tengo una lesión en el menisco desde los 13 años, empezamos la noche y terminamos con el lupus eritematoso. Cuando nos despedimos le dijo a mi hermana que estaba alucinado conmigo. El futuro médico y yo sólo tomamos un par de copas, al revés que el resto. Por supuesto me explicó cómo afecta al hígado y al sistema nervioso la ingesta de alcohol.
No he vuelto a hablar tantas horas de medicina con nadie. En mi entorno cercano no hay médicos o enfermeros y supongo que es mejor así. Seguramente no me daría mucha cuerda, ya se sabe que en casa del herrero cuchillo de palo, y en todo caso, prefiero no alimentar este interés mío, que a veces ha rozado la obsesión. Os dejo por el ritual de lo habitual. El señor Oral B me llama.