Revista Opinión
La esperanza de una vida ultraterrena es el principal consuelo que las religiones ofrecen a sus fieles próximos a iniciar el viaje sin retorno. Consuelo, claro está, para aquellos que a lo largo de su existencia acataron devota y sumisamente los dogmas que su fe les imponía (y a cuyo conocimiento sólo podían acceder con la conveniente intermediación de las jerarquías eclesiásticas, de más está decirlo); para ellos está asegurado el ingreso a un paraíso pletórico de dicha sempiterna, a diferencia de los pecadores empedernidos, cuyo paso al más allá deviene en condena perpetua.
Y aunque la fe por definición prescinde de evidencia, de todos modos puede apoyarse en ella. Así, múltiples testimonios de personas que estuvieron al borde de la muerte, han encontrado en el ascenso a la gloria divina su explicación más obvia. Tales experiencias cercanas a la muerte (como se conocen oficialmente), suelen ser descritas de manera bastante similar, sin importar el credo ni la ausencia del mismo, e incluyen por lo general algunos de los siguientes fenómenos: sensaciones extracorpóreas (flotar sobre el propio cuerpo y visualizarlo desde fuera), elevación hacia un túnel en cuyo extremo brilla una luz blanca, vivencia de una paz interior, y una rápida reminiscencia biográfica ("como en una película"); otros, por el contrario, relatan experiencias aterradoras (¿los pecadores?). Sin embargo los científicos (que no pierden ocasión para desvirtuar con su escepticismo los más refinados productos del misticismo), han esbozado algunas teorías al respecto. Kevin Nelson, por ejemplo, explica aquellos fenómenos como una intrusión de la fase REM (rapid eye movement) del sueño, similar a la que normalmente ocurre en la parálisis del sueño (en la cual la persona despierta parcialmente, sin poder moverse) y en los estados de semivigilia que cursan con alucinaciones; de hecho, estas experiencias asociadas al sueño fueron encontradas con mayor frecuencia entre individuos que tuvieron experiencias peritanáticas. En "El cerebro de Broca", Carl Sagan relacionó algunas de aquellas experiencias con sustancias psicoactivas: así, la ketamina puede inducir experiencias extracorpóreas, la atropina puede provocar una sensación de "vuelo", la 2,4-metilendioxianfetamina puede facilitar el recuerdo de hechos pasados aparentemente olvidados, y el LSD puede causar una sensación de "unión con el universo"; la acción de sustancias similares endógenas podría entonces rememorar el evento traumático inaugural de todo ser humano: el nacimiento.
Con evidencia o sin ella, la promesa de un edén en las alturas se refleja ostensiblemente en la abundante creación escultórica de los panteones (como hemos relatado en "Día de los muertos 1" y "Día de los muertos 2", y como puede apreciarse en las fotos de abajo, del cementerio La Almudena, del Cusco). Por tal motivo, sorprende encontrar en el mismo sitio, en medio de ángeles, vírgenes, jesucristos y toda una pléyade de personajes celestiales, la cripta cuya foto encabeza la presente, con una simple y terrenal calavera, que pareciera desvirtuar atrevidamente la ilusión del paraíso místico, advirtiéndonos escépticamente sobre la triste posibilidad (real para los herejes) de un absoluto punto final para la vida, únicamente perennizada en el recuerdo de los que nos sobrevivan temporalmente. Tal vez por semejante osadía, aquella tumba ha sido profanada, no encontrándose tras su puerta violada, más que un oscuro vacío.