Príncipe sultán Bin Salmon Al-Suad.
"La actual crisis medioambiental no constituye un desastre, al menos por el momento. Como otras crisis, esconde un potencial para la manifestación de poderes de cooperación, talento y dedicación hasta ahora no explotados y ni siquiera imaginados. Es posible que la ciencia y la religión difieran acerca del origen de la Tierra, pero cabe coincidir en que su protección merece nuestra profunda atención y nuestros afanes más entusiastas."
Carl Sagan.
Este es el punto azul pálido en el cual habitamos todos. La mota de polvo que llamamos hogar, nuestro único hogar, el cual, merece nuestro respeto y cuidado.
Esta es ya la quinta celebración del Día del escepticismo contra el avance de la pseudociencia en este humilde blog (con excepción del primero, que por ahora está eliminado, puedes ver las entradas anteriores aquí, aquí y aquí). Como ya es tradición, cada año nos concentramos en alguna reflexión sobre la vida y obra del maestro de maestros: el considerado por muchos, mejor divulgador científico del siglo XX (y tal vez, el mejor divulgador en la historia contemporánea), Carl Sagan.
Este año no será distinto, pues nos concentraremos en un tema polémico que prende las señales de alarma de los ateos militantes en nuestros días: la unión entre religión y ciencia. Como es sabido, Carl era un defensor de la educación científica y promotor del pensamiento crítico. Con una combinación virtuosa entre escepticismo y asombro, nos enseñó a cuestionar toda aquella afirmación extraordinaria carente de evidencias extraordinarias que la apoyasen. Utilizando el conocimiento científico y el escepticismo ante las posturas de autoridad, Carl cuestionó ampliamente afirmaciones pseudocientíficas de contenido religioso, tales como las del creacionismo del diseño inteligente que desde hace bastante tiempo, amenaza las aulas de ciencias naturales en distintas escuelas del mundo.
Carl mostró que las ideas de Copérnico y Galileo sobre el lugar de la Tierra en el Cosmos, y las de Darwin sobre el lugar del ser humano en el árbol de la vida, minaban la arrogante idea de que el ser humano era una creación especial hecha a "imagen y semejanza" de un Dios que parece ajeno al sufrimiento de su "obra maestra." El astrónomo nunca creyó en la vida después de la muerte, la existencia del alma o los contactos con los espíritus. Las lecciones de escepticismo teológico que podemos tomar de Carl Sagan son variadas y bastante enriquecedoras, pero el día de hoy utilizaremos esas lecciones para cuestionar una vieja idea, casi sagrada para muchos ateos: hoy miramos con escepticismo la afirmación de que ciencia y religión no pueden aliarse en ningún sentido.
En su obra póstuma, Miles de millones (1997), Carl Sagan dedica un capítulo a esta cuestión, titulándolo "Religión y Ciencia: Una Alianza". Carl es consciente de las contradicciones entre los dogmas religiosos y las teorías científicas modernas, pero también fue realista y un gran observador de la sociedad. Carl, al igual que un grupo de científicos y políticos responsables de los años 90, se dio cuenta que en la lucha por frenar la amenaza del calentamiento global no hay que fijarnos en raza, etnia, ideología o religión. Basta con que sea un humano consciente y responsable para unirse en esta lucha. Los líderes religiosos y sus seguidores entran en este tipo de seres.
En su escrito, Carl recuerda las conferencias, en Oxford en abril de 1988 y en Moscú en enero de 1990, del Foro Global de Líderes Espirituales y Parlamentarios (eventos a los que asistieron, entre muchos otros, el Dalai Lama, el entonces presidente de la URSS Mikhail Gorbachov, la madre Teresa de Calcuta, y el entonces vicepresidente de EEUU Al Gore), y el cómo en Moscú unos cuantos científicos notables formaron un documento que presentaron a los líderes religiosos mundiales que estuvieron presentes. El manifiesto se tituló "Preservar y amar la Tierra: Una llamada para el establecimiento de una comisión conjunta de ciencia y religión", conocido popularmente como El llamamiento.
El llamamiento, entre otras cosas, nos señala que:
Como científicos, muchos de nosotros tenemos experiencias profundas de asombro y reverencia ante el universo. Entendemos que es más probable que sea tratado con respeto por aquello que se considera sagrado. Es preciso infundir sacralidad en los esfuerzos por salvaguardar y respetar el medio ambiente. Al mismo tiempo, se requiere un conocimiento más amplio y profundo de la ciencia y la tecnología. Si no comprendemos el problema, es improbable que seamos capaces de solucionarlo. Tanto la religión como la ciencia tienen, pues, un papel vital que desempeñar.La respuesta al llamamiento de los científicos acerca del medio ambiente fue pronto firmada por centenares de líderes espirituales de 83 países, incluyendo 37 jefes de organizaciones religiosas nacionales e internacionales, según informa Sagan en su libro.
Carl Sagan no solo mostraba preocupación como ciudadano en cuestiones de educación científica y la denuncia de la irracionalidad, sino que miraba al calentamiento global como lo es, el mayor problema y el mayor reto que ha enfrentado la humanidad en toda su historia. Un problema en el que nos metimos nosotros mismos, en medio de una increíble arrogancia en la que nos consideramos los "dueños del mundo." Carl nos muestra la ironía detrás de esto:
Durante 4,000 millones de años la vida en la Tierra se las arregló bastante bien sin «celadores». Trilobites y dinosaurios, que permanecieron aquí durante más de 100 millones de años, tal vez encontrarían graciosa la idea de que una especie que sólo lleva aquí una milésima de ese tiempo decida autoerigirse en guardiana de la vida en la Tierra. Esa especie se encuentra en peligro. Se necesitan celadores humanos para proteger a la Tierra de los hombres.
Pero no todo está perdido. La solución humana para este problema desde luego, no es nuestra auto-aniquilación, sino la de preservar la vida y preservarnos a nosotros mismos. Es aquí donde entra la religión, la cual, si bien no mueve montañas (para eso, la dinamita es mejor), sí mueve la mente de millones en el mundo. Si esta, junto a la educación escolar y familiar, las políticas públicas y el compromiso personal, se usan en beneficio de la misma humanidad, salvándonos a nosotros mismos del enredo medioambiental en el que nos metimos, acatando los consejos sustentados en el conocimiento científico, tal vez y solo tal vez, podríamos disfrutar de lo que en términos religiosos llamamos "la creación."
Tal vez no nos vendría mal, a todos aquellos que nos encontramos en la militancia contra la irracionalidad y la charlatanería, recordar que el activismo escéptico, como bien nos mostró Sagan, no se trata de una lucha de "nosotros vs ellos", sino de una lucha de nosotros con ellos. Por el deseo de preservar a nuestra especie y este mundo, que es el único que tenemos. Nuestra mota de polvo en el océano cósmico. Esto es algo que se puede lograr con un respeto (sagrado, si se quiere) por la naturaleza, el uso responsable del conocimiento científico (que es responsabilidad de todos), y con una pizca de escepticismo para mantener la coherencia ante todo.